El otro día, Fernando, mi hijo, quiso llevarme a su parque para enseñarme orgulloso el gran nacimiento que habían puesto. De camino, me explicaba con entusiasmo las excelencias del mismo; pero al llegar, ¡oh!, ¡sorpresa! El niño había desaparecido. La vuelta a casa la pasó preocupado y enfadado, dándole vueltas a un hecho tan inquietante: «Mamá, no puede ser. ¡No tiene mérito! ¡Un nacimiento sin Niño, no tiene mérito! Pero, vamos a ver…, ¿a quién van a adorar los Reyes adoradores?, dime, dime tú...