El otro día, Fernando, mi hijo, quiso llevarme a su parque para enseñarme orgulloso el gran nacimiento que habían puesto. De camino, me explicaba con entusiasmo las excelencias del mismo; pero al llegar, ¡oh!, ¡sorpresa! El niño había desaparecido. La vuelta a casa la pasó preocupado y enfadado, dándole vueltas a un hecho tan inquietante: «Mamá, no puede ser. ¡No tiene mérito! ¡Un nacimiento sin Niño, no tiene mérito! Pero, vamos a ver…, ¿a quién van a adorar los Reyes adoradores?, dime, dime tú...
El otro día, Fernando, mi hijo, quiso llevarme a su parque para enseñarme orgulloso el gran nacimiento que habían puesto. De camino, me explicaba con entusiasmo las excelencias del mismo; pero al llegar, ¡oh!, ¡sorpresa! El niño había desaparecido. La vuelta a casa la pasó preocupado y enfadado, dándole vueltas a un hecho tan inquietante: «Mamá, no puede ser. ¡No tiene mérito! ¡Un nacimiento sin Niño, no tiene mérito! Pero, vamos a ver…, ¿a quién van a adorar los Reyes adoradores?, dime, dime tú, ¿a quién van a adorar los pastores? A san José, ¡pues no!; a los Reyes, ¡pues tampoco! ¿Qué… –me interpelaba–, a la mula y al buey?»
Ante una leve insinuación sobre la posibilidad de que se lo hubieran llevado, me respondió categórico que no, pues los malos no se pueden llevar a Jesús porque no le quieren, se llevarían el resto de figuras, que les gustarían más, pero si uno se lleva a Jesús es para cuidarle. Todo acabó al llegar a casa con un «hay que investigarlo, se lo voy a contar a papá» (porque, en nuestro universo familiar, papá lo soluciona todo).
Pueden imaginarse ustedes que, aparte de darme pena el hecho en sí, y hacerme gracia lo del mérito –me gustaría saber qué significa para él–, la anécdota me guste. Me gusta porque mi hijo cree en el nacimiento del Niño Dios, vive de forma intensa todo lo que acontece en la Navidad, y para él las figuras del nacimiento son personajes vivos y reales.
Estos días andamos de cabeza con los regalos que van a traerles los Reyes Magos a nuestros hijos. No nos damos cuenta de que el mejor y mayor regalo es la fe. Pero la fe es un don, no depende de nosotros, la concede el Señor a quien se la pide. ¿Puede haber algo más irresistible para Dios Padre que una madre pidiendo insistentemente la fe para sus hijos?
Hace mucho que sabemos que Dios actúa a través de causas segundas. A los padres, a los abuelos nos corresponde el importantísimo papel de pedir la fe para nuestros hijos y poner los medios para que puedan vivirla. No hay que desaprovechar oportunidades; para los niños, Dios hecho hombre es el Niño Jesús, es la fe a su altura, a su estatura física. La Navidad es la gran vivencia de la fe para nuestros hijos, no la dejemos pasar.
Por cierto, al escribir la carta a los Reyes Magos, ¿nos hemos acordado de pedir algo más que juguetes? ¿Dejamos la fe para el año que viene?
Carla Diez de Rivera
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