¿Miedo al compromiso? ¿Probarse mutuamente antes del matrimonio? ¿Amor sin papeles?
Cada vez es más frecuente que dos jóvenes, chico y chica, se vayan a vivir juntos. Muchos afirman que no necesitan que un sacerdote o un juez les ratifique el amor que ya sienten, y que así, todo es más puro y más libre. Se trata de una tendencia en alza de nuestros días, que la sociedad en general cada vez acepta más. Y es que existe la creencia, bastante generalizada, de que la cohabitación previa al matrimonio es fundamental para que la pareja se conozca más y para prevenir, así, futuros problemas. La frecuencia de una cosa no garantiza ni su moralidad ni su acierto
En el diario El País, del día 20 de septiembre de 2004, se podía encontrar esta noticia: «La pareja de hecho se consolida como forma de convivencia entre los jóvenes. Casi la mitad de los hombres (48,9%) y más de un tercio de las mujeres (38,4%) entre 20 y 24 años que viven en pareja lo hacen sin pasar por el altar, o por el juzgado, a tenor del censo de 2001. En cambio, en 1995, la proporción era del 12,5% entre los varones, y del 19,1% entre las mujeres de esa edad».
A estas alturas nadie se extrañará de estas cifras, que, a poco que uno esté en la calle, o en contacto con los medios de comunicación, puede imaginarse. A medida que el fenómeno de la cohabitación se extiende, crece en la mentalidad popular la creencia de que, son tantos los divorcios y las separaciones, son tantos los disgustos por las rupturas de los matrimonios, que es normal que los jóvenes quieran probarse mutuamente en la convivencia para saber si están realmente hechos el uno para el otro. La estabilidad familiar, la fidelidad y la idea del hasta que la muerte nos separe han ido perdiendo credibilidad en nuestros días.
Al mismo tiempo, hay que reconocer que la sociedad no se lo pone fácil a los jóvenes que quieren independizarse, salir de casa de sus padres y mantener una familia, con el precio de las viviendas y los bajos sueldos para los trabajadores principiantes. Tampoco la valentía y la iniciativa de muchos jóvenes que permanecen eterna y cómodamente en los hogares paternos son como para tirar cohetes. Según el boletín informativo del Instituto Nacional de Estadística, del Censo de Población y Vivienda, del año 2001, la emancipación de los jóvenes es cada vez más tardía. De los casi 7 millones de jóvenes de entre 25 y 34 años, 1,8 sigue viviendo con sus padres, aunque se hayan incorporado al mercado de trabajo.
El sociólogo don Gerardo Mail, profesor de la Universidad Autónoma de Madrid, en su estudio La población española, afirma que, hasta hace poco, «sexualidad legítima, matrimonio y maternidad constituían aspectos de una misma realidad llamada familia, de forma que el matrimonio era el único marco legal para la expresión socialmente aceptada de la sexualidad, y ésta debía estar orientada hacia la procreación. Al hilo del cambio cultural que se inicia a comienzos de los setenta, estas tres dimensiones comienzan a estar menos estrechamente vinculadas. Así, por una parte, las relaciones sexuales satisfactorias pasan a considerarse fundamentales para el desarrollo de la personalidad individual y para el éxito de la vida en pareja, pero desvinculadas de la procreación. La opción por la maternidad/paternidad pasa, de forma creciente, a ser socialmente considerada, no como consecuencia de la sexualidad, sino como una opción conscientemente deseada y perseguida». En su estudio, el profesor asegura que, en los últimos años, se han cuestionado muchos de los valores tradicionales acerca de la vida familiar, y que esta puesta en cuestión ha colaborado a que hoy el matrimonio ya no sea considerado como la única vía legítima de entrada en la vida familiar, sino que, por ejemplo, la cohabitación, o vida sin papeles, también ha ido imponiéndose como una opción aceptable, y ya no es, como antaño, considerada como un escándalo, sino que incluso «ha pasado a ser considerada por los jóvenes, padres, o abuelos, como una opción deseable, para probar en el caso de la primera unión, o incluso como alternativa al matrimonio tras una experiencia de divorcio».
La unión de hecho es una fórmula de convivencia generalizada cuando, por ejemplo, uno o ambos miembros de la pareja ya ha pasado por otra convivencia anterior que ha resultado «insatisfactoria, y que ha terminado disolviéndose». Sin embargo, cuando se trata del primer proyecto de vida en común, «el marco de las relaciones más frecuente es el matrimonio, si bien, entre las nuevas generaciones, una proporción creciente opta también por iniciarlo a través de un vínculo de hecho, no llegando, sin embargo, a alcanzar en ningún caso ni siquiera a un tercio de los que materializan su proyecto de vida en común». El estudio también afirma que los jóvenes eligen el matrimonio o la unión de hecho dependiendo de lo condicionados que estén por factores personales y sociales: así, la posibilidad de que unos jóvenes cohabiten sin papeles es mayor en núcleos urbanos, cuando no hay prácticas religiosas, o cuando se rechaza el matrimonio como una institución pasada de moda.
La familia, ¿evoluciona?
Se trata de un punto de vista cada vez más generalizado. Muchos piensan: La familia ha evolucionado, el matrimonio ya no es lo que era, el amor ya no es para siempre; por lo tanto, cabe modificar estos esquemas y «adaptarlos» a los nuevos tiempos. Visto así, son mejores y más seguros los planteamientos temporales, y si éstos funcionan, entonces habrá llegado el momento de dar el paso del matrimonio. Además (y esto lo habrán oído muchas veces), ¿quién necesita un papel que certifique el amor en una pareja? El amor llega y también se va mejor sin papeles, ni burocracias, ni cheques, ni abogados. Y en el caso de que haya papeles, la ruptura, mejor vía express.
Pero aceptemos por un momento el hecho de la evolución de la familia, de la pareja. ¿Alguien se ha planteado alguna vez cuál es el resultado de estas novedades? ¿Existen cifras sobre la fiabilidad de los compromisos temporales y sin papeles? y respecto a los profesores y psicólogos que tanto lamentan las situaciones de los jóvenes en los colegios e institutos, ¿han cuantificado el daño de los divorcios, los cambios de pareja o la inestabilidad de sus progenitores? Y respecto a los divorcios express, que, en apariencia, tantos daños quieren evitar, ¿han calibrado el daño emocional que provocan en las parejas? ¿Y en sus hijos? ¿Se han planteado que no dejan lugar a la reconciliación, a la mediación familiar, a la búsqueda de un mal menor? La cohabitación, ¿es igualmente satisfactoria para el hombre que para la mujer? ¿En qué lugar del Congreso de los Diputados se quedaron escondidas las palabras , tan importantes para el corazón del hombre, y más para el de los más indefensos: los niños?
Realmente no son fáciles de cuantificar las consecuencias de los nuevos modelos de familia, y más cuando en la sociedad española hay claramente una tendencia a terminar con el modelo tradicional, la familia como institución que la Humanidad ha vivido desde hace miles de años.
Estadísticas políticamente Incorrectas
Hace tan sólo unos meses, en septiembre de 2005, el Instituto Vanier de la Familia, en Canadá, sacó a la luz el estudio: Cohabitación y matrimonio: ¿cómo se relacionan? Su autora era la socióloga especializada en estudios sobre la familia, la profesora doña Anne Marie Ambert, y en él, le da un giro de 180º a las creencias populares acerca de la cohabitación; un giro que hasta ahora nadie se planteaba, porque las tendencias generales indican que lo más sencillo es que los novios se vayan a vivir a un piso juntos rápidamente, sin necesidad de compromisos previos ni papeles. Bien, pues desde el mes de septiembre hay unas estadísticas que demuestran, tras reunir cientos de documentos de investigación que examinan los efectos sociales, emocionales y financieros de la cohabitación en hombres, mujeres, niños y sociedad en general, que la cohabitación no resulta nada rentable de cara a la fidelidad y perdurabilidad de la pareja. Tampoco parece rentable (en una alta proporción) para la felicidad a largo plazo, para la estabilidad emocional de los adultos, la de los niños, e incluso encuentran cierta relación entre la violencia premarital (tras el matrimonio, violencia doméstica) y la cohabitación.
El estudio no partió de ninguna línea de pensamiento predispuesta. El Instituto Vanier de la Familia pertenece al Estado, y no se encuentra en absoluto ligado a grupo o movimiento religioso de ningún tipo; es una institución independiente que analiza, desde el punto de vista científico, la evolución de la familia, especialmente en el ámbito de Norteamérica. Y es que, tanto en Estados Unidos como en Canadá, el número de parejas que cohabitan sin papeles es una cifra bastante considerable sobre el número total de parejas. En el año 2000, según este estudio, cohabitaban más de 4,1 millones de parejas heterosexuales en Estados Unidos, y 1,3 millones en Canadá.
En el pasado, la cohabitación era un fenómeno social concentrado especialmente en las clases más desfavorecidas, y en parejas con menor nivel de educación. A medida que la cohabitación se extiende, en cambio, estas diferencias sociales se han ido difuminando y, hoy en día, puede decirse que las parejas que cohabitan son predominantemente jóvenes, aunque también hay parejas mayores donde uno de los miembros, o ambos, son divorciados. En general, los más jóvenes suelen tener menores ingresos que los casados, son menos religiosos y menos tradicionales.
Los ámbitos en los que el estudio Cohabitación y matrimonio: ¿cómo se relacionan? se ha centrado son, mayoritariamente, la probabilidad de divorcio de las parejas que se casan después de cohabitar; el comportamiento ante los problemas, las ventajas y los inconvenientes; la fidelidad y los hijos.
Argumentos que no se sostienen
EEn cuanto al divorcio, el estudio de la profesora Ambert echa por tierra el argumento de la convivencia antes del matrimonio para conocerse mejor y probarse. Y no sólo afirma que la convivencia no reduce el riesgo de divorcio, sino que, incluso, lo incrementa. Estadísticamente, las parejas que cohabitan antes del matrimonio se divorcian más, al menos en Estados Unidos, Canadá y Gran Bretaña. En el año 1995, en la franja de edad comprendida entre los 20 y 30 años, el 63% de las mujeres que habían cohabitado antes del matrimonio, se divorciaron, frente al 33%, que no habían convivido previamente. La autora recoge un estudio del año 2000, que muestra cómo el simple hecho de estar casado con alguien que previamente convivió con otra persona, incrementa el riesgo de divorcio.
Las explicaciones por las que la convivencia previa aumenta el riesgo de divorcio son varias para la profesora Ambert: «Algunas personas escogen la cohabitación porque no requiere, en su opinión, fidelidad sexual, y, particularmente entre ellas, representa un menor compromiso que el matrimonio. Otras personas, simplemente, aprenden a aceptar la naturaleza temporal de sus relaciones. La disponibilidad sexual de la pareja es mayor cuando ésta vive en el mismo sitio, lo que motiva a muchas personas a cohabitar».
Además, en los dos primeros años del matrimonio, las parejas que han cohabitado anteriormente demuestran tener un comportamiento menos positivo, a la hora de solventar problemas, y aprueban el divorcio como solución a los mismos en un porcentaje mucho mayor que aquellos que no han convivido previamente. Y es que se trata, en ocasiones, de parejas de naturaleza bastante inestable, un factor que aumenta a medida que pasa el tiempo. De hecho, en los últimos años, como demuestra este estudio, las parejas que conviven sin papeles rompen la relación antes, y cada vez menos parejas terminan en matrimonio. Más del 50% de estas uniones acaban disolviéndose en 5 años. En los años 70, el 60% de las parejas que convivían (hablamos siempre del ámbito de Norteamérica, donde está centrado el estudio) se terminaban casando a los 3 años de su convivencia premarital. En cambio, en los años 90, este porcentaje se ha reducido hasta el 35%.
Una voz de alarma
Una de las ventajas que muchas personas encuentran en la convivencia es el ahorro para compartir gastos, piso..., que resulta mucho menos caro que el hecho de que ambos vivan por separado. Las parejas que se mueven por estos motivos, según el estudio de la profesora Ambert, generalmente no conviven por un largo plazo y acaban casándose, «este arreglo suele ser agradable, económicamente ventajoso, y menos complicado, aunque en general no es tan frecuente como pueda pensarse». Otra aparente ventaja es que las parejas que viven juntas sin estar casadas puedan sentirse más libres en lo que a roles sociales se refiere, fuera de los moldes habituales. «Sin embargo –afirma el estudio–, esto cambia cuando aparecen los niños. Entonces, las mujeres comienzan a jugar los mismos roles que las madres casadas, con más quehaceres domésticos y responsabilidades en el hogar que sus maridos, o sus compañeros, en el caso de la cohabitación».
Una desventaja que cita la profesora Ambert en el estudio es la infidelidad, más frecuente en las parejas que cohabitan que en las casadas, y cita estudios que certifican en cifras que tanto hombres como mujeres han sido infieles a sus parejas (en el caso del estudio de Blumstein y Schwartz, del año 1990, el 11% de las mujeres casadas, y el 9% de los hombres casados, habían sido infieles a sus cónyuges, cifra que contrastaba con el 25% de los hombres y el 22% de las mujeres que cohabitaban; datos similares aparecen en otros estudios de 1994 y 2000, y otro de 1996 demostraba que las mujeres que cohabitaban tenían 5 veces más probabilidades de ser infieles que las casadas).
Por otro lado, en cuanto a los niños, el estudio de la profesora Ambert encuentra que son los más pequeños los que más están en peligro cuando su madre cohabita con otro hombre que no es su padre natural. En general, en Norteamérica, este tipo de parejas son jóvenes, y es frecuente en ellos el paro, y las situaciones precarias económicamente. Esta inestabilidad que se le ofrece al niño es un gran inconveniente en su educación, porque los compañeros de la madre, en el caso de que el niño se encuentre con ella, no suelen suplir la atención que le prestaría su padre natural. Un estudio del año 1989 afirma que los abusos físicos en los niños son más probables en aquellas parejas donde los hijos no conviven con sus dos padres naturales, y las niñas son más proclives a sufrir abusos sexuales, sobre todo en aquellas casas donde las madres tienen con frecuencia novios distintos.
Las cifras de este estudio sólo pretenden dar una voz de alarma a la sociedad. Si, como se suele decir, la familia evoluciona, se adapta a los nuevos tiempos, sería interesante observar hacia dónde evoluciona, porque seguramente del interés de todos es que el hombre del futuro sea feliz y se sienta pleno y estable en el amor. En cambio, no parece que las nuevas soluciones estén encaminadas a esta estabilidad de la persona, sino que más bien parece llevarle a conclusiones de quita y pon, como si el corazón del hombre se calmara con tiritas de divorcios express..., donde seguramente los desagradables papeleos se terminen antes, pero no así el dolor, del que nadie parece querer nunca hablar, como si desapareciera por no mencionarlo.
No desaparece, ni desaparecen las heridas del corazón del hombre, que ha sido creado para aspirar a lo más alto. Por eso, la realidad, siempre tozuda, muestra el aumento de los divorcios, el fracaso escolar, la inestabilidad emocional…, sin que muchos terminen por relacionar, que hay algo que falla, y la solución ya está inventada hace miles de años.
A. Llamas Palacios
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