«Álvaro del Portillo fue fundamentalmente fiel, un hombre bueno, pleno de cariño…»
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Video: ">San Josemaría habla de D. Álvaro del Portillo
Benedicto XVI firmó el pasado 28 de junio el decreto en el que se reconocen las “virtudes heroicas” del obispo español Álvaro del Portillo (1914-1994), prelado del Opus Dei y sucesor de san Josemaría Escrivá de Balaguer.
Salvador Bernal, quien afirma que «no puedo por menos de agradecer a la providencia haber pasado tantas horas a su lado», es autor del libro Álvaro del Portillo. Una semblanza personal.
¿Por qué este nuevo libro, después de su extenso Recuerdo de Álvaro del Portillo, de 1996?
Me lo propuso hace meses Tomás Trigo, codirector de la colección “Persona y cultura”, de las ediciones de la Universidad de Navarra. Acepté con gusto, pues no puedo decir que no a nada que se refiera a don Álvaro, por simple razón de gratitud personal: para corresponder aun mínimamente a lo mucho que he recibido del hoy Venerable.
¿Cuándo conoció al futuro prelado del Opus Dei?
Le conocí personalmente el 8 de septiembre de 1960, en el Colegio Mayor Aralar, de Pamplona. Pero había oído hablar antes mucho de él, por mi amistad con miembros de su familia que vivían en Segovia —donde pasaba yo de pequeño los veranos con mis abuelas‑, y con personas de la cercana La Granja, que tanto le querían…
¿Trató mucho a don Álvaro?
No puedo por menos de agradecer a la providencia haber pasado tantas horas a su lado, desde 1976 hasta muy poco antes de su fallecimiento: en tiempos de trabajo y descanso, lejos de sus actividades ordinarias en Roma; y en la realización de encargos temporales en la Ciudad Eterna.
De su libro anterior dijo que era una “crónica”, ciertamente extensa. ¿Qué dice de éste?
Como reza el título, es Una semblanza personal… No una biografía ‑exigiría otro enfoque, con el correspondiente aparato crítico‑, sino un testimonio sobre la hombría señera de don Álvaro, desde mis impresiones de años.
¿Qué rasgos destacan en su personalidad?
Ningún resumen mejor que el de Mons. Javier Echevarría, que cito en mi libro: «Sus dotes humanas y espirituales constituyen como un compendio de las virtudes que deseamos encontrar en el sacerdote, ministro de Cristo y servidor de las almas: inteligencia humilde, piedad sencilla, entrega plena a los demás, solicitud y misericordia por los débiles y necesitados, fortaleza de padre, paz contagiosa. He visto condensadas esas cualidades en una frase de San Agustín: 'La morada de la caridad es la humildad' (De Virginitate, 51)».
¿Enérgicamente bueno o amablemente fuerte?
Entre cuantos le conocieron, la coincidencia es unánime: Álvaro del Portillo fue fundamentalmente fiel, un hombre bueno, pleno de cariño. Pero nada de “bondadosidad”: su bondad resultaba inseparable de una recia fortaleza, en el plano personal y ante las múltiples dificultades que debió afrontar en su vida.
¿Qué papel jugó en la configuración y expansión del Opus Dei?
Esencial. Primero, como estrechísimo colaborador de san Josemaría Escrivá. Luego, como sucesor al frente de la Obra, en la etapa que definió con justicia como tiempo de fidelidad apostólica. Aunque lo cuantitativo resulta muy pobre, en su mandato comenzó el trabajo estable de la Prelatura en 21 nuevos países: de América (Bolivia, Honduras, Nicaragua, Trinidad-Tobago, República Dominicana) de Europa (Suecia, Finlandia, Polonia, República Checa, Eslovaquia y Hungría); de África (Zaire, Costa de Marfil y Camerún) al Asia (India, Taiwán, Macao, Hong Kong, Singapur); de Oceanía (Nueva Zelanda); y, sobre todo, en Jerusalén.
¿Cómo asumió la sucesión de san Josemaría al frente del Opus Dei?
Como todo en su vida: con humildad y espíritu de servicio, para cumplir fielmente la voluntad de Dios.
¿Cuáles fueron los grandes hitos de su vida como Prelado?
No es fácil resumirlo. Aparte de sus viajes pastorales por todo el mundo y la expansión mencionada (que supone incremento de fieles: laicos y sacerdotes), señalaría cuatro: la configuración del Opus Dei como prelatura personal de la Iglesia católica (1982), y su posterior ordenación como obispo; la beatificación del futuro san Josemaría (1992); la publicación de importantes libros póstumos del Fundador y, en fin, la puesta en marcha en Roma de la actual Universidad pontificia de la Santa Cruz.
¿Por qué se le considera figura estelar de la Iglesia en el siglo XX?
Además de lo sintetizado hasta ahora, por su trabajo en congregaciones de la Santa Sede desde muy joven y, sobre todo, por los importantes encargos que recibió del Papa Juan XXIII en la preparación y realización del Concilio Vaticano II. Si no me falla la memoria, los presidentes y secretarios de las diversas comisiones del Concilio Vaticano II —excepto Mons. Onclin, que no aceptó la dignidad episcopal— murieron siendo cardenales de la Iglesia Católica. A la enorme sencillez humana y cristiana de Álvaro del Portillo, que cautivaba a todo el mundo, puede corresponderle ser el primero de esos grandes hombres en recibir el reconocimiento oficial de la santidad de su vida.
¿Qué relación tuvo con los Papas, desde Pío XII a Juan Pablo II?
Muy estrecha, desde su primer viaje a Roma en 1943. Soy testigo directo, como relato en el libro, de su amor a Pablo VI, y del afecto que le tuvo Juan Pablo II, que acudió personalmente a la capilla ardiente de don Álvaro.
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