Las Provincias
Un espacio estupendo para dar pasos adelante en algo que es propio de la sociedad: perseguir el bien común, del cual es justo que participen todos y cada uno según la proporción debida
En el acto promovido por Las Provincias, con el mismo título de este artículo, el director del periódico dijo: «Con el tiempo, quizá descubramos que la crisis múltiple que padecemos es una oportunidad de transformación. También para cada uno de nosotros. De dar un paso adelante en los ámbitos respectivos de responsabilidad». Me parecen unas muy atinadas frases porque el arreglo de la Comunitat comienza por el de todos y cada uno de los valencianos. Los momentos de crisis no son tiempos de pesimismo, sino ocasión de examen de lo que hemos hecho y de lo que podemos hacer. Rectificar es de sabios, reza el dicho popular. Son periodos para la creatividad, para un trabajo mejor hecho, para forjar la ilusión de un mañana mejor construido con esfuerzo, tenacidad, sobriedad, solidaridad y alegría.
Valencia es y será lo que seamos los valencianos, aunque dependamos también de otras instancias. Nos escucharán si sabemos trabajar mucho y bien, si estamos dispuestos al sacrificio, si estudiamos con profundidad los asuntos para presentarlos con profesionalidad. Perdóneseme la expresión si afirmo —con las viejas frases de ánimo futbolístico— que no es cuestión de decir aquello de "a la vi, a la va, a la bin, bon va; ¡nosotros, nosotros! ¡Y nadie más!" Se trata de lograr cada día el empeño de una ilusión compartida, que no se resuelve con algaradas callejeras, sino con la laboriosidad proverbial de nuestra gente, aunque pueda haber manifestaciones libres, legales y responsables.
Yo no sé si estamos en un período de sangre, sudor y lágrimas, pero aunque así fuera, deberíamos afrontarlo desde el gozo del deber cumplido día a día, dando pasos adelante todos y cada uno de los que componemos la sociedad civil. Es muy cierto que los políticos tienen su tarea. Pero al afirmar que "Valencia es mucho más" se está llamando a toda la sociedad para que trabajemos como hay que trabajar, evitemos cuanto hay que evitar: la codicia, la mentira, la trampa, el abuso sobre el ciudadano en cualquier ámbito —incluida la calle—, y prescindamos de banderías y personalismos, aunque exista una pluralidad de posiciones. Es buena la variedad, pero probablemente deja de serlo cuando se utiliza para la confrontación, para ese vicio tan nuestro: la envidia y la oposición porque lo dice el "contrario".
Tal vez la idea del Estado del Bienestar —en lugar de la Sociedad del Bienestar— nos ha inducido sin pensarlo demasiado a esperarlo todo, o casi todo, de los poderes públicos y algunos han respondido con dones y dádivas de imposible pago, bien porque están pensados para otros momentos financieros o bien porque se han hecho sin excesiva reflexión. Es un pez que se muerde la cola, o quizás un círculo vicioso: el hijo pide, papá le da hasta que papá se arruina. Y, arruinados, se sigue pidiendo y se continúa dando o prometiendo de la deuda generada por la ruina. No escribo esto desde una óptica negativa, sino para que pensemos más en el modelo de sociedad que pretendemos y en su viabilidad.
Aunque tal vez suene a despropósito, parte de la solución de nuestros problemas pasa por la valentía de pensar en dos asuntos y actuar en consecuencia: el primero es mirar la propia conciencia, que no es lugar para la búsqueda de nuestra subjetividad, sino del encuentro con la verdad de las cosas. Sólo enfrentándonos con nosotros mismos evitaremos choques con los demás y nos lanzaremos adelante de modo adecuado. El segundo es sabernos administradores de nuestra tierra, creada para todos, lo que origina al menos dos consecuencias inmediatas: la recuperación es tarea de todos y para todos, es decir, hemos de preocuparnos muy seriamente de los perdedores del reparto. Ahí hay un espacio estupendo para dar pasos adelante en algo que es propio de la sociedad: perseguir el bien común, del cual es justo que participen todos y cada uno según la proporción debida, como escribió León XIII.
La comunidad política se constituye para servir a la sociedad civil, de la cual deriva. Pero no hay una igualdad entre ambas, porque es la sociedad quien ostenta la primacía y justifica la existencia del poder político. Esta realidad choca frontalmente con la negación práctica de los principios de subsidiaridad y solidaridad y con los principales valores de la vida social: verdad, libertad, justicia y, en definitiva, todos los Derechos del Hombre.
Hay muchos modos de afrontar el tema, pero hemos de pensar, hay que ir al fondo de los problemas para buscar verdaderas soluciones. Éstas no pueden venir —ya se ha demostrado— de un Estado providencia, que acaba anulando al individuo y a la tan citada sociedad civil. No se entiende tanta corrupción, tanta burocracia, tanta financiación a entidades de diverso tipo, partidos, sindicatos, asociaciones empresariales, etc. Sin libre opción como ocurre con la Iglesia. No se entiende tanto clamor por lo público que, no pocas veces, acaba siendo el pesebre indigno de muchos. No se entienden los llamados logros sociales que llevan a cinco millones de parados. No se entiende porque hemos hecho dogmas cuya consistencia única es lo políticamente correcto.
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