El Mundo
Después de más de cinco años, en el que Joseph Ratzinger fue elegido obispo de Roma, podemos estar en condiciones de analizar los ejes centrales de su pensamiento y su pontificado.
Acabo de publicar un libro titulado La teología de Joseph Ratzinger. Una introducción. Resumimos en siete las que me parecen las palabras-clave en torno a las que gira su ministerio:
1. Amor, lógicamente. Los casos de pederastia han sido la cruz de su pontificado. Pero antes había hablado también de esto. La primera encíclica se tituló Dios es amor y nos explicó cómo en un mundo en el que se usa y abusa de este sagrado término, el eros ha de ser purificado para convertirse en verdadero amor humano y cristiano. Es decir, en agape. Pero también la caridad ha de incluir el afecto, el cariño, el amor humano. “Dios es cariño”, tradujo un santo del siglo XX la famosa frase de san Juan.
Por otra parte, el amor es posible, porque Dios nos ama primero. Si Dios ama y nos ama, nosotros podemos amar con ese amor prestado por el mismo Dios. Es esta la “revolución del amor” propuesta por Benedicto XVI. Y esto tiene mucho que ver con la santidad, el amor total, concluye diciendo.
2. Razón. El papa-profesor ha hablado en innumerables ocasiones sobre este tema (era este el tema de Ratisbona, no el islam). Le parece central y decisivo. Ya un año antes de su elección como papa, había acordado con Jürgen Habermas que razón y religión podían curarse recíprocamente de sus respectivas "patologías". El filósofo alemán llamó a Ratzinger "amigo de la razón". La "cuestión de la verdad" ha ocupado un lugar importante en sus escritos desde un primer momento.
El cristianismo es la religión del amor y la verdad. Tras las encíclicas sobre el amor y la esperanza, viene ahora una sobre la verdad. Caritas in veritate, se titula la última encíclica: la verdad sin amor se vuelve ciega, rígida; el amor sin verdad degenera en sentimentalismo y arbitrariedad. Está vacío.
3. (Ad)Oración. Sabe que es el verdadero motor de la Iglesia y de la vida cristiana. Frente al activismo cortoplacista, el papa alemán sabe esperar, rezar y pensar. Pero sobre todo rezar. La liturgia es uno de los puntos centrales de su teología, y por ella ha profesado un especial interés desde su infancia. La razón y la liturgia —afirmaba— le metieron en el mundo de Dios.
Está convencido de que la crisis de la Iglesia se debe al descuido de la liturgia, y que el mejor modo de llenar las iglesias consiste precisamente en celebrarla bien. Como para Juan Pablo II, la Eucaristía es el centro: hace la Iglesia. La JMJ de Colonia supuso el descubrimiento de la adoración eucarística. Tal vez haya sorpresas de este tipo en Madrid.
4. Creación. Muchos han hablado de las "raíces verdes" de la última encíclica social de Benedicto XVI. Allí ha conseguido conjugar la crisis económica y la ética de los negocios con la vida y la ética sexual, la bioética y el respeto al medio ambiente. Por eso es una encíclica global. También aquí sus alusiones a la ecología y el medio ambiente resultan continuas.
Para Ratzinger la creación constituye un dogma olvidado, al que deberíamos volver para deshacer los entuertos que le hemos infligido al planeta. Propugna así un ecologismo cristiano, interior y exterior. «En el principio era el Logos», repite con san Juan: la Razón creadora, la Razón-Amor que da sentido a las cosas. A esto debemos volver para acertar con la naturaleza y con nuestro modo de ser.
5. Jesucristo al centro. A pesar de sus múltiples ocupaciones en su ministerio, no ha renunciado a su proyecto personal a escribir su Jesús de Nazaret (2007-2011). Tal vez porque lo considera como una parte importante de sus obligaciones papales: hablar sobre todo de Jesucristo.
Y hablar de él como Dios y hombre, como Cristo de la fe y Jesús de la historia. No es ni un profeta ni un avatar más de la divinidad, sino el Hijo de Dios hecho hombre. Solo él salva. Recordar la centralidad de Jesucristo no es una ocupación más, sino la misión principal de la Iglesia. Por eso, en la actual sociedad multicultural, hace falta de modo especial anunciar a Cristo, muerto y resucitado.
6. Iglesia. Frente al conocido lema "Cristo sí, Iglesia no", el papa Ratzinger quiere recordar que la Iglesia es el cuerpo y la esposa de Cristo. Es también el pueblo, la familia de Dios, como suele repetir. Jesucristo se sirvió de su mediación y de los apóstoles, obispos y demás ministros que siguen esta línea de continuidad. A pesar de sus —nuestras— evidentes deficiencias.
Está convencido de que la misión de la Iglesia consiste en anunciar a Cristo y en crecer en comunión y cohesión en la Iglesia. Así se podrá llevar adelante ese proyecto ecuménico de crecer en unidad en la única Iglesia de Cristo, que está empezando a dar sus resultados. Pasos lentos pero seguros, como en la ascensión a una montaña.
7. Belleza. Ratzinger ha sido siempre un enamorado de la belleza, desde su más temprana afición a la música, especialmente de la de Mozart. Ha afirmado que un teólogo que no tenga sensibilidad estética resulta peligroso. Cuenta así la historia de los legados del príncipe Vladimiro de Rusia. Buscaba su majestad una religión para el reino. Envió a sus legados. Los musulmanes búlgaros y los católicos germanos les dejaron algo indiferentes.
Cuando llegaron a Constantinopla, al ver la belleza del culto en la basílica de Santa Sofía, dijeron que habían encontrado "el cielo en la tierra". Rusia se convirtió al cristianismo. La belleza de la liturgia, del arte cristiano y de la vida de los santos es el principal agente de evangelización en la actualidad, en una sociedad posmoderna y algo esteticista.
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