Algún día habrá que agradecer a Joffé que haya venido a liberarnos de nuestros propios ‘dragones’<br /><br />
La Vanguardia
Sin la posibilidad del perdón, empezando por el perdón hacia uno mismo, la existencia de los seres humanos queda atrapada en una espiral de autodestrucción
Casi al final de una existencia marcada por el trauma de la guerra, el filósofo francés Paul Ricoeur, escribió la que sería seguramente su obra más polémica, La memoria, la historia, el olvido.
La antropología del perdón.
Su reflexión partía de un análisis de la realidad del mal. Desde una perspectiva jurídica todo mal merece un castigo determinado por la norma establecida proporcional al daño causado. Pero, aun siendo fundamental para el ordenamiento legal (y ético) de una sociedad, esta perspectiva resulta insuficiente ya que, en sí misma, elimina la posibilidad del perdón. Por eso resulta necesaria una nueva aproximación. Ricoeur la calificó como antropológica. La antropología del perdón surge de un movimiento inverso al adoptado por el enfoque jurídico, y desarrolla, por consiguiente, una nueva lógica. Mientras el primero se resuelve en la unión ineluctable entre la acción y el sujeto que la comete, la segunda explora el punto ciego que permite separar al sujeto de su acto. En esta posibilidad de separación estriba el misterio del perdón.
La aparición del libro coincidió con los horrendos crímenes contra seres inocentes en la guerra de los Balcanes y fue recibida con no poca inquietud. ¿No resultaba ésta una postura excesivamente condescendiente con los perpetradores del mal?, se preguntaron algunos. ¿Cómo podía argumentar de esta manera quien había perdido a sus padres en la Primera Guerra Mundial y pasado cinco años en un campo de reclusión nazi? Sin la posibilidad del perdón, empezando por el perdón hacia uno mismo, fue su respuesta, la existencia de los seres humanos queda atrapada en una espiral de autodestrucción. En un mundo dominado por dragones, diría Roland Joffé.
Este y no otro es el territorio explorado por su película
«Las guerras comienzan mucho antes de disparar el primer tiro y acaban mucho después de firmarse la paz». El primer postulado del aforismo con que empieza Encontrarás Dragones, resulta cuanto menos cuestionable. Sobre todo para quien haya tenido ocasión de leer las aportaciones de Conrad Russell sobre los estallidos violentos de conflictualidad. El segundo refleja una evidencia palmaria. Al menos por lo que a la Guerra Civil Española se refiere. Basta una mirada al tratamiento que le ha dispensado el cine de los últimos años, casi unánime, con la honrosa salvedad del maestro Berlanga en La Vaquilla, en su determinación de echar sal a la herida.
Las razones del otro
¿Era necesaria otra película sobre nuestro conflicto fratricida? Seguramente no. Lo que resultaba necesario era una película que, lejos de los tópicos al uso que han expulsado a los espectadores de las salas, apelara a la necesidad inexorable de la reconciliación para poder mirar al futuro con confianza. Y lo hiciera sin sermones para espíritus cándidos. «Si no logras entender por qué lo hacen te convertirás en alguien peor que ellos», le espeta uno de los protagonistas a su joven interlocutor decidido a tomar las armas para vengar la atrocidades cometidas ante sus ojos. Alguien que dijera que tras los estereotipos ramplones, existieron seres enfrentados a múltiples dudas y contradicciones. Es decir, seres humanos que se resistieron a ser clasificados por los creadores de eslóganes. Por decirlo llano, que el heroísmo y la vileza arraigó en los dos bandos enfrentados.
Ficción y realidad
Para hacerlo Joffé ha echado mano del mismo recurso narrativo que tan buenos resultados, y no pocas críticas, le ha proporcionado a Javier Cercas. La mezcla de la ficción con la realidad. ¿Demasiado condescendiente con el personaje de Josemaría Escrivá? Esta es desde luego una cuestión que requerirá menos dosis de ideas preconcebidas y más argumentación serena y fundamentada por parte de todos. Sin duda, el tratamiento de algunos aspectos podrá resultar cuestionable. Pero la película ha tenido la valentía de abordar algunos de los tabús domésticos que, al parecer, el cine español era incapaz de afrontar. Algún día habrá que agradecer a Joffé que haya venido a liberarnos de nuestros propios dragones.