Leonardo Polo se propone hacer compatibles tres visiones del «hombre»: la moderna, la clásica y la cristiana. La conciliación entre ellas es posible gracias a una verdad que las estructure y ponga en su sitio
Cuando la pandemia cumplió un año, en marzo de 2021, me propuse traducir al inglés el texto Lo radical y la libertad, del profesor y filósofo Leonardo Polo. Polo siempre hizo un uso muy suyo del español a la hora de filosofar; conservar sus ideas en otro idioma requeriría de un esfuerzo creativo similar. No se me ocurrió mejor cura −toda una terapia de choque− para una distracción constante, enfermiza y estéril, callada factura de doce meses de trabajo en casa, de crispación política y de ausencia de horizontes comunes.
Aunque acometí con ilusión su primer capítulo y lo acabé en pocos días, en todo momento me sentía como un extraño en casa ajena. Tal vez sea el profesor Polo el último filósofo español que ha creado escuela, con sus cismas y sus guerras, instituto internacional —The Leonardo Polo Institute of Philosophy— y hasta revista propia —Studia Poliana—. Traducir uno de sus textos sin pedir permiso a sus herederos y descendientes intelectuales, tan celosos y zelotes de sus ideas y expresiones, se me presentaba como un allanamiento de morada.
Normalmente, un hogar recibe la visita de un extraño en cuatro circunstancias: cuando abre sus puertas a un invitado −donde lo mismo cae el sempiterno vecino sin sacacorchos que los suegros endomingados−; cuando sus habitantes pagan por un servicio −fontaneros y sufridos riders−; cuando la autoridad lo reclama por motivos públicos −la policía que irrumpe en fiestas ilegales−; y, por último, cuando alguien la asalta para, en el mejor de los casos, robar. Ni que decir tiene que mi traducción caía en la categoría del hurto. Nadie me había invitado a aquella fiesta ni, por supuesto, venía a prestar un servicio. Tampoco soy ninguna autoridad en pensamiento poliano, ni en pensamiento en general. Era un ladrón. Pongamos, un carterista de bien que sueña con atracar bancos.
Lejos de este buscón querer culpar del robo a la víctima, pero alguien que pasea unas buenas ideas con tanta inconsciencia lo pedía a gritos. Por lo demás, como buen ratero, me conformo con bastante poco: mi maestro es un apóstol del pragmatismo; con unas buenas migajas tiro adelante. El profesor Polo tiene bastante miga y el ejercicio no decepcionó ninguna expectativa. Disfruté cada párrafo. Volver a este texto después de todos los sinsentidos y desalientos de un año de convivencia con el coronavirus me ayudó a respirar. Hay futuro porque hay verdad.
Polo se propone hacer compatibles tres visiones del «hombre»: la moderna, la clásica y la cristiana. La conciliación entre ellas es posible gracias a una verdad que las estructure y ponga en su sitio. Esta voluntad de entender y de entenderse, de que nada se malgaste y de que todo encaje merece atención. También la defensa de la posibilidad de verdad como condición de compatibilidad; sin esto, quedan solo el interés y la fuerza, brutos o netos.
¡Benditos interés y fuerza! Son indispensables. El texto de Polo indica que, si se desgajan de una verdad por descubrir, conducen a la corrupción −propia, política− y a uno de sus síntomas más visibles: el cortoplacismo. Frente a este riesgo, Polo rescata y defiende una astucia digna de Ulises, el rico en ardides. A pesar de que el agua les llegue al cuello, las personas siempre encontrarán alternativas dignas, que no obstaculicen ni frenen su desarrollo. El ser humano es capaz de acierto −de encontrar lo correcto ante lo imprevisto−; un rasgo fundamental para brindarse un «futuro», un horizonte de crecimiento ligado a la libertad.
Por la presente, este carterista se redime de su robo al poner la mercancía robada en circulación: hay capacidad de futuro porque hay posibilidad de verdad. Deja al discreto lector −más decente y responsable− la decisión de hacerse invitar chezPolo o de colarse por la terraza cuando más le apetezca. De cuando en cuando, merece la pena. Pueden creerme: los ladrones somos gente honrada.
Philip Muller se dedica a leer y a escribir. Ha escrito, muy ocasionalmente, para ‘El Mundo’, ‘El País’ y la revista digital ‘Yorokobu’. De un tiempo a esta parte, investiga sobre el deseo en Agustín de Hipona y Michel Foucault.