“Se necesita un cambio de mentalidad que amplíe la mirada y oriente la técnica, poniéndola al servicio de otro tipo de modelo de desarrollo, más sano, más humano, más social y más integral”
El Foro European House – Ambrosetti es un evento anual de alcance y prestigio internacional. Jefes de Estado y de gobierno, máximos representantes de instituciones europeas, ministros, premios Nobel, empresarios, gerentes y expertos de todo el mundo se han reunido todos los años desde 1975 para discutir temas de actualidad de gran impacto para la economía mundial y la sociedad en su conjunto.
Gentiles Señoras y Señores. Saludo con afecto a todos los participantes en el Fórum European House – Ambrosetti. Este año el debate sobre temas importantes relativos a la sociedad, la economía y la innovación requiere un esfuerzo extraordinario, para responder a los retos provocados o agudizados por la emergencia sanitaria, económica y social.
De la experiencia de la pandemia todos estamos aprendiendo que nadie se salva solo. Hemos palpado la fragilidad que nos caracteriza y nos aúna. Hemos comprendido mejor que toda decisión personal incide en la vida del prójimo, del que está al lado y también de quien, físicamente, está en la otra parte del mundo. Los acontecimientos nos han obligado a mirar a la cara nuestra mutua pertenencia, nuestro ser hermanos en una casa común. No habiendo sido capaces de ser solidarios en el bien y en compartir los recursos, hemos vivido la solidaridad del sufrimiento.
A nivel cultural general, otro tanto ha enseñado esta prueba. Pues nos ha mostrado la grandeza de la ciencia pero también sus límites; ha puesto en crisis la escala de valores que pone en la cúspide el dinero y el poder; ha vuelto a proponer −al estar en casa juntos, padres e hijos, jóvenes y ancianos− las penas y alegrías de las relaciones; Ha obligado a prescindir de lo superfluo e ir a lo esencial. Ha derribado los frágiles motivos que sustentaban cierto modelo de desarrollo. Ante un futuro que parece incierto y difícil, especialmente a nivel social y económico, se nos invita a vivir el presente discerniendo lo que queda de lo que pasa, lo necesario de lo que no es.
En esta situación, la economía, en su sentido humanístico de “ley de la casa del mundo”, es un campo privilegiado por su estrecho vínculo con las situaciones reales y concretas de cada hombre y mujer. Puede ser expresión de “cuidado”, que no excluye sino que incluye, no mortifica sino que vivifica, no sacrifica la dignidad del hombre a los ídolos de las finanzas, no genera violencia ni desigualdad, no usa el dinero para dominar sino para servir (cfr. Evangelii gaudium, 53-60). El auténtico beneficio, de hecho, consiste en una riqueza a la que todos podamos acceder. «Lo que poseo de verdad es lo que sé dar» (cfr. Audiencia general, 7-XI-2018).
En la tragedia, que aún atenaza a la humanidad entera, no bastan ni la ciencia ni la técnica. El elemento decisivo ha sido el plus de generosidad y coraje, llevado a cabo por tantas personas. Esto nos empuja a abandonar el paradigma tecnocrático, concebido como el único o predominante enfoque de los problemas. Paradigma basado en la lógica del dominio de las cosas, en el falso supuesto de que “existe una cantidad ilimitada de energía y medios utilizables, cuya regeneración inmediata es posible y cuyos efectos negativos de las manipulaciones de la naturaleza pueden ser fácilmente absorbidos” (Compendio de la doctrina social de la Iglesia, 462; cfr. Laudato si', 106). En lo que respecta tanto a la naturaleza como, más aún, a las personas, es necesario un cambio de mentalidad que amplíe la mirada y oriente la técnica, poniéndola al servicio de otro tipo de modelo de desarrollo más saludable, más humano, más social y más integral.
Es tiempo de un discernimiento, a la luz de los principios de la ética y del bien común, en orden al recomenzar que todos deseamos. San Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús, hace uso frecuente de dicho término en sus escritos, inspirándose en la gran tradición bíblica sapiencial y, sobre todo, en las palabras de Jesús de Nazaret. Cristo invitaba a sus oyentes, y hoy a todos nosotros, a no quedarse en el aspecto externo de los fenómenos, sino a discernir sabiamente los signos de los tiempos. Para eso, dos son los componentes a considerar: la conversión y la creatividad.
Por un lado, se trata de vivir una conversión ecológica, para frenar un ritmo inhumano de consumo y producción, para aprender a comprender y contemplar la naturaleza, para volver a conectarnos con nuestro entorno real. Aspirar a una conversión ecológica de nuestra economía, sin ceder a la aceleración del tiempo y de los procesos humanos y tecnológicos, sino volviendo a las relaciones vividas y no consumidas.
Por otro lado, estamos llamados a ser creativos, como artesanos, abriendo caminos nuevos y originales para el bien común. Y podemos ser creativos sólo si somos capaces de acoger el soplo del Espíritu, que nos empuja a atrevernos a tomar decisiones nuevas y maduras, a menudo audaces, convirtiéndonos en hombres y mujeres intérpretes de un desarrollo humano integral al que todos aspiramos. Es la creatividad del amor la que puede dar sentido al presente para abrirlo a un futuro mejor.
Para esa conversión y creatividad es indispensable formar y apoyar a las nuevas generaciones de economistas y empresarios. Por eso les he invitado, del 19 al 21 de noviembre próximo, en la Asís del joven Francisco, que despojado de todo «para elegir a Dios como estrella polar de su vida, se hizo pobre con los pobres y hermano universal. De su elección de pobreza surgió también una visión de la economía que sigue actualísima» (Carta “Economy of Francesco”, a los jóvenes economistas y empresarios de todo el mundo, 1-V-2019). Es importante invertir en las nuevas generaciones protagonistas de la economía del mañana, formar personas dispuestas a ponerse al servicio de la comunidad, de la cultura del encuentro. La economía de hoy, los jóvenes, los pobres, necesitan ante todo vuestra humanidad, vuestra fraternidad respetuosa y humilde, y solo después vuestro dinero (cfr. Laudato si’, 129; Discurso al encuentro “Economía de Comunión”, 4-II-2017).
En vuestro Fórum también está prevista la organización de una agenda para Europa. Han pasado 70 años desde la Declaración Schuman, del 9 de mayo de 1950, que estableció la forma embrionaria de la Unión Europea. Hoy más que nunca, Europa está llamada a ser protagonista de este esfuerzo creativo para salir del cuello de botella del paradigma tecnocrático, extendido a la política y la economía. Este esfuerzo creativo es el de la solidaridad, el único antídoto contra el virus del egoísmo, mucho más poderoso que Covid-19. Si entonces se contemplaba la solidaridad en la producción, hoy esa solidaridad debe extenderse al bien más preciado: la persona humana. Debe colocarse en el lugar que le corresponde, es decir, en el centro de las políticas educativas, sanitarias, sociales y económicas. Debe ser acogida, protegida, acompañada e integrada cuando, en busca de un futuro de esperanza que llama a nuestras puertas.
La ciudad del futuro también estará en el centro de vuestras reflexiones. No es casualidad que, en la Biblia, el destino de la humanidad encuentre su cumplimiento en una ciudad, la Jerusalén celestial descrita en el libro de Apocalipsis (cc. 21-22). Una ciudad de paz, como su nombre indica, cuyas puertas están siempre abiertas a todos los pueblos; ciudad a medida del hombre, bonita y brillante; ciudad de múltiples manantiales y árboles; ciudad acogedora, donde la enfermedad y la muerte son derrotadas. Esta altísima meta puede movilizar las mejores energías de la humanidad en la construcción de un mundo mejor. Por eso, os invito a alzar la mirada y tener altos ideales y grandes aspiraciones.
Espero que vuestras jornadas de debate sean fecundas: que ayuden a caminar juntos, orientándose en la confusión de voces y mensajes y cuidando que nadie se pierda. Os animo a dar un mayor impulso a la construcción de nuevas formas de entender la economía y el progreso, combatiendo toda marginación, proponiendo nuevos estilos de vida, dando voz a quienes no la tienen.
Concluyo con un deseo que expreso a través de las palabras de un salmo bíblico: “Baje a nosotros la bondad del Señor y haga prósperas las obras de nuestras manos. Sí, haga prósperas las obras de nuestras manos” (90,17).
Roma, San Juan de Letrán, 27 de agosto de 2020
Francisco
Fuente: vatican.va.
Traducción de Luis Montoya
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