No hay que malgastar el dinero ni poner en riesgo injustificadamente la salud, pero lo realmente importante es cuidar el amor, cuidar a quienes nos quieren y a quienes queremos: es lo que nos hace humanos
Leo en internet que la letra y la música de esta conocida canción se debe al compositor argentino Rodolfo Sciammarella (1902-1973). La compuso y estrenó en 1941 y, gracias a la radio, se convirtió en un éxito en los países de habla hispana. En el año 1967 Cristina y Los Stop la relanzaron en España con gran éxito y puede todavía vérseles en alguna grabación de los años setenta.
Venía esta letra a mi memoria en estos meses de pandemia ante la proliferación de las declaraciones en los medios de comunicación sosteniendo que «la salud es lo primero». Con frecuencia se utiliza esta rotunda afirmación en contra de quienes frente al confinamiento defendían la economía, porque decían −más o menos festivamente− que en el fondo era preferible morir de Covid que de hambre. Por el contrario para el gobierno sueco o para el propio Trump parece que la economía, el dinero, es lo primero. Sostenían que la economía debía primar sobre la salud, aunque parece que la realidad de la expansión de la enfermedad en sus países ha ido desmintiendo su tesis: quizá resulte más acertado afirmar que la economía ha de estar siempre al servicio de la vida de las personas.
Pero lo que quiero defender es que no es la salud lo primero, ni tampoco el dinero, sino que verdaderamente lo primero es el amor. Aunque pueda sonar cursi, así es. Los seres humanos estamos así constituidos: lo más importante para nosotros es el querer y el sentirnos queridos. Por supuesto que la salud es importante, pero quienes tenemos ya algunas décadas de vida nos damos cuenta de que ya no tenemos la salud y vitalidad de los niños: nos persiguen los achaques de la edad y cada mañana al levantarnos advertimos que algo nos duele. También es importante el dinero y la economía, sobre todo, la seguridad económica, pero todos sabemos que el tener mucho dinero y el consiguiente riesgo de perderlo son fuente constante de preocupación para quienes lo tienen. Leo una entrevista con el actor Miguel Herrán de «La casa de papel» en la que afirma: «Cuanto más dinero gano, más infeliz soy». Me parece que a muchos nos basta en esta vida con tener lo suficiente para vivir honestamente, tal como sostuvieron los estoicos hace dos mil trescientos años.
La famosa tonadilla «Tres cosas hay en la vida» proseguía diciendo: «El que tenga un amor que lo cuide, que lo cuide; la salud y la platita, que no la tire, que no la tire». No hay que malgastar el dinero −«la platita» para un compositor argentino− ni poner en riesgo injustificadamente la salud, pero lo realmente importante es cuidar el amor, cuidar a quienes nos quieren y a quienes queremos: es lo que nos hace humanos.
En estos meses de pandemia llama la atención la agresividad social que se vierte a menudo contra los políticos o a veces contra los agentes de la autoridad, tanto en España como en muchos otros países. La gente −sobre todo, los jóvenes− está harta de tantas imposiciones −en algunos casos del todo arbitrarias− por parte de quienes quieren protegernos del contagio. El papa Francisco escribía en estos días en el prólogo del libro Comunión y esperanza, del cardenal Walter Kasper y el sacerdote George Augustin, publicado por la Librería Editora Vaticana: «El peligro de contagio de un virus debe enseñarnos otro tipo de ‘contagio’, el del amor, que se transmite de corazón a corazón».
Me parece que la pandemia nos ha enseñado mucho de solidaridad, de servicio a los demás, pero todavía debemos aprender a querer más a las personas y decírselo, a expresarles mejor nuestro afecto, nuestra ternura; a acompañarles mejor, a consolar más a tantos que se sienten solos y sufren. A esos y a todos hay que repetirles que la salud no es lo primero, que tampoco, por supuesto, lo es el dinero, porque lo primero es el amor.