Nada tendría que ser tan fácil como reflejar en la pantalla grande la santidad porque el bien, para que lo sea en plenitud, tiene que ir unido a la Verdad y a la Belleza
Pienso que no hay nada más complicado de reflejar en la pantalla grande que la vida de un santo. El cine es imagen y la gracia −la santidad− no se ve. Eso explica que las buenas películas sobre santos se cuenten con los dedos de una mano. Al mismo tiempo, nada tendría que ser tan fácil como reflejar en la pantalla grande la santidad porque el bien, para que lo sea en plenitud, tiene que ir unido a la Verdad y a la Belleza. Y nada hace destacar tanto a una película como la verdad de la historia, de las emociones que nos narra, y la belleza que rodea a esa narración.
Al margen de divagaciones metafísicas, si hay algún director vivo capaz de rodar con maestría la vida de un santo es Terrence Malick. Un cineasta que a lo largo de su filmografía ha demostrado no tenerle miedo a las cuestiones más trascendentales de la vida de una persona.
En Vida oculta Malick cuenta la historia de Franz Jägerstätter, un sencillo granjero austriaco que fue ejecutado en 1943 en una cárcel de Berlín, después de negarse a prestar juramento al régimen nazi.
Esta negativa duró más de cuatro años (desde que el ejército alemán invadiera Austria) y, durante ese tiempo, desde sus vecinos hasta su familia e incluso su párroco, animaron a Franz Jägerstätter a firmar el documento que prometía lealtad a Hitler y que le haría salvar su vida. Fue inútil. Franz insistía en que no podía actuar en contra de su conciencia ni aceptar una mentira. Sus profundas creencias católicas le impedían apoyar un régimen tan rabiosamente anticristiano.
Jägerstätter murió a los 36 años dejando viuda, cuatro hijas… y un llamativo silencio e indiferencia a su alrededor. ¿Qué podía hacer el no de un humilde campesino frente a la poderosa propaganda nazi? Después de todo, ¿no había sido el sacrificio de Franz un sacrificio inútil?
El 26 de octubre de 2007 Franz Jägerstätter fue beatificado por el Papa Benedicto XVI, un Papa alemán. A la beatificación, además de una gran multitud de fieles, asistieron su mujer y sus cuatro hijas. Hoy, casi 80 años después y en medio de la tiranía de la mentira y la posverdad, el ejemplo de Franz atrae e ilumina con una fuerza y actualidad arrolladoras. Se cierra el círculo y el interrogante.
Estamos ante un director en estado de gracia para filmar la gracia. Malick acierta con el título, que lleva en directo, sin rodeos, al núcleo de la narración. La vida oculta de Franz, su vida de relación con Dios, sus creencias, son la verdadera causa de su fortaleza ante el martirio, de su coherencia. Al igual que la vida oculta de muchos hombres y mujeres buenos, que tratan de vivir en conciencia, es lo que salva al mundo de la corrupción total.
Malick acierta con el guión al dejarle la voz narrativa a las cartas entre Franz y su mujer; unas cartas que muestran la intimidad desnuda del granjero, sus más íntimas motivaciones, sus dudas y sus temores. Porque en este caso, con esta documentación tan viva, parafrasear, resumir o interpretar hubiera significado empobrecer.
Acierta Malick en el tono, el tempo y el estilo, aunque en este caso tiene poco mérito porque es el estilo visual y narrativo de toda su filmografía. Podría decirse que el mérito aquí es el de elegir una historia que, por su hondura y trascendencia, tenía que contarse “en modo Malick”. En cualquier caso, la película −a pesar de su largo metraje− es de una belleza que sobrecoge.
Y acierta, por último, Malick en poner como cimiento de su historia el apasionado romance de Franz y su mujer. Si hay una base sobre la que se edifica la decisión del granjero es el amor incondicional de Franziska Schwaninger. La película vuelve una y otra vez sobre la pasión del matrimonio. Una pasión física y espiritual al mismo tiempo que conecta directamente, de una forma casi mística, con la determinación de Franz que hubiera sido imposible sin la fortaleza de ella.
Reconozco que, cuando vi la película, sin conocer absolutamente nada de la vida de Franz Jägerstätter, simplemente por el peso visual y narrativo que le daba Malick en la película, pensé que Franziska era esa otra vida oculta en la que se apoyó su marido. Hace unos días leyendo sobre la vida del nuevo beato, sobre su turbulenta juventud, su encuentro con Franziska y un viaje de novios a Roma que resultó definitivo para la conversión religiosa de Franz terminé de entender por qué Malick cuenta esta historia de amor como la cuenta. Malick ha vuelto a tocar el Cielo y yo volví a cerrar el círculo.
Ana Sánchez de la Nieta, en womanessentia.com.
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