Cuando vemos tantos matrimonios que se rompen en muy poco tiempo, somos conscientes de que un número muy alto de los contrayentes no saben lo que es el amor y, por lo tanto, no saben lo que es el matrimonio
Recomiendo la lectura de una novela escrita porBernard MacLaverty, irlandés de Belfast. El libro, publicado en España por Libros del Asteroide el año pasado, está editado originalmente en el 2017, y con esto quiero hacer hincapié en que es una historia de nuestros días. Quizá con decir que en un momento dado se menciona al papa Francisco, queda todo dicho. Y eso, la actualidad del relato, tiene especial interés cuando se trata de una historia de dos recién jubilados, vamos, “dos jóvenes”, con más de cuarenta años de casados y un nieto.
Lo que se plantea en esta historia, en el fondo, es la calidad del amor. En los tiempos que corren, cuando vemos tantos matrimonios que se rompen en muy poco tiempo, somos conscientes de que un número muy alto, una proporción tremenda, de los contrayentes no saben lo que es el amor y, por lo tanto, no saben lo que es el matrimonio. Por otra parte, la facilidad del divorcio crea, casi sin que se den cuenta, una puerta abierta al matrimonio de prueba. Algunos conscientemente. Pienso que cuando él o ella, en torno a los 30 −antes pocos tienen valor para casarse− han considerado que, si las cosas no van, siempre está el divorcio como salida, la realidad es que construyen algo poco duradero.
Pero el caso de Stella y Gerry es un poco distinto. Son irlandeses, aunque vivan en Glasgow. Hace cuarenta y tantos, cuando se casaron, el ambiente católico en Irlanda era indiscutible y, por lo tanto, nuestros protagonistas no se han planteado en ningún momento el divorcio. Y eso, aunque Gerry haya perdido la fe y vive en esos momentos como un ateo.
Por eso la problemática es distinta. Se trata de comprobar los problemas reales que puede haber para que dos personas de más de 60 sigan conviviendo, porque el amor, si no se aviva, se enfría. Y porque hay problemas que se pueden mantener en segundo plano cuando uno está cuidando a los hijos o cuando se está especialmente pendiente del trabajo, pero que afloran cuando esos aspectos han desaparecido.
Gerry, en esta historia, ha adquirido un vicio notable con la bebida. Piensa que ella no se da cuenta, pero eso no es más que una inmensa ingenuidad, ya que Stella se da cuenta por muchas señales externas, como el olor, la actitud de él cuando está medio borracho −él piensa que no se nota−, pero sobre todo lo que significa en la vida de una persona ir a lo suyo, sin compartir. Son los problemas que pueden surgir a cierta edad y creo que en esta novela están dibujados muy atinadamente.
¿Qué es lo que pasa entre los dos? Aparentemente nada. Es más normal que, a esas alturas de la vida, sea el hombre quien se monta sus modos de vida al margen, sin pensar para nada que eso le separa de su mujer. Si no ha habido un hábito de diálogo a lo largo de los otros años, ahora eso produce separación. No separación traumática como para irse cada uno por su parte, pero sí la tristeza de la desunión en detalles, que a veces son cuestiones de fondo que no habían surgido.
Además, en este caso, el ateísmo sobrevenido en él, que no estaba presente en el noviazgo ni en los primeros años del matrimonio, llega a ser doloroso porque ella está más bien en un proceso de afianzarse en su fe, también por ver que la vida se acorta. Y él no tiene una actitud de comprensión. Son divisiones. Es falta de diálogo. En realidad es falta de amor. Y es importante poner los medios para arreglarlo.