El Mensaje para la Jornada Mundial del Enfermo del 11 de febrero, fiesta de la Virgen de Lourdes, llama a los agentes sanitarios a no ceder ante actos contrarios a la dignidad y la vida de la persona
En el Mensaje para la XXVIII Jornada del Enfermo, que se celebra como cada año el 11 de febrero, fiesta de la Virgen de Lourdes, el Papa Francisco ha llamado de nuevo a no “ceder a actos que lleven a la eutanasia, al suicidio asistido o a poner fin a la vida”.
Hablando específicamente a los agentes sanitarios, el Santo Padre los invitó a mantener “constantemente presente la dignidad y la vida de la persona” en cada etapa de sus intervenciones diagnósticas y terapéuticas, es más a considerar que “el sustantivo ‘persona’ siempre está antes del adjetivo ‘enferma’”. Esto vale incluso “cuando el estado de la enfermedad sea irreversible”.
En varias ocasiones desde el comienzo del pontificado, Francisco ha planteado el problema de la eutanasia; es más, a menudo ha hablado de una “eutanasia oculta”, refiriéndose a cuando los ancianos son dejados en su soledad poco a poco, sin recibir cuidado ni atenciones, como “descartados de la sociedad” En un encuentro con los ancianos en 2014 en la plaza de San Pedro, habló explícitamente de esta “cultura del descarte que hace mucho mal a nuestro mundo”, ya que al centro del sistema pone al dinero (y por lo tanto la sostenibilidad económica) en lugar del individuo. Y esto también sucede con los niños y jóvenes. También en 2014, al reunirse con la Asociación de Médicos Católicos Italianos, el Pontífice habló del aborto y del acto eutanásico como “falsa compasión”, ya que no acompañan en absoluto en momentos de necesidad, ni ofrecen cercanía y ayuda concreta. El llamamiento a los médicos en ese caso fue el de ser fieles “al Evangelio de la vida y al respeto de la misma como don de Dios”, aunque esto comporte “opciones valientes y a contracorriente que, en circunstancias especiales, pueden llegar a la objeción de conciencia”.
Este tema se nos vuelve a proponer en este último Mensaje que estamos presentando, en el cual, entre otras cosas, el Papa afirma que “la vida debe ser acogida, tutelada, respetada y servida desde que surge hasta que termina”. Por lo tanto, la objeción de conciencia se convierte en “una elección necesaria para ser coherentes con este ‘sí’ a la vida y a la persona”.
Y cuando no hay nada más que hacer en términos de tratamiento, es decir, cuando la situación del paciente es irreversible, siempre se puede “cuidar de él con gestos y procedimientos que le den alivio y consuelo”.
Sin embargo, los destinatarios principales del Mensaje pontificio siguen siendo los enfermos. El tema elegido para este año está tomado del Evangelio de Mateo: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré”. Palabras que expresan la solidaridad de Jesús, dice el Papa, “ante una humanidad afligida y que sufre”. Palabras de misericordia, que no imponen leyes, que miran en lo profundo, sin descartar a nadie, e invitan a cada uno a experimentar la ternura. Y Jesús es capaz de nutrir estos sentimientos precisamente “porque él mismo se hizo débil, vivió la experiencia humana del sufrimiento y recibió a su vez consuelo del Padre”. De hecho, escribe el Papa Francisco, “sólo quien vive en primera persona esta experiencia sabrá ser consuelo para otros”.
Ante las innumerables formas de sufrimiento grave (enfermedades incurables y crónicas, enfermedades psiquiátricas, discapacidades, etc.) a menudo falta humanidad, por lo que es necesario acercarse al paciente “añadiendo al curar el cuidar, para una recuperación humana integral”, tratando de no descuidar “sus dimensiones relacionales, intelectiva, afectiva y espiritual”. Lo mismo ocurre con los miembros de su familia, que necesitan cercanía y consuelo.
Por su parte, la Iglesia, escribe el Santo Padre “desea ser cada vez más −y lo mejor que pueda− la ‘posada’ del Buen Samaritano que es Cristo (cf.Lc 10,34)”, donde “podéis encontrar su gracia, que se expresa en la familiaridad, en la acogida y en el consuelo”.
La Jornada Mundial del Enfermo fue establecida por san Juan Pablo II el 13 de mayo de 1992 precisamente para crear conciencia entre los fieles y los médicos para que siempre quieran garantizar la mejor atención a los enfermos, dando valor al sufrimiento en el ámbito humano y sobrenatural.