En la Audiencia general de hoy, el Papa ha propuesto contemplar “los cuarenta días en que Jesús se retiró al desierto para orar y ayunar, y allí fue tentado por el diablo”. Se ha referido al silencio, la distancia de las cosas superfluas y la soledad
Queridos hermanos y hermanas:
Comenzamos hoy la Cuaresma, un camino de cuarenta días hacia la Pascua, hacia el corazón del año litúrgico. En este camino, tenemos presente los cuarenta días en que Jesús se retiró al desierto para orar y ayunar, y allí fue tentado por el diablo.
Hoy, Miércoles de Ceniza, reflexionamos sobre el significado espiritual del desierto.
Imaginemos que estamos en el desierto: nos alejamos de los ruidos, de todo lo que nos rodea habitualmente y un gran silencio nos envuelve. En el desierto hay ausencia de palabras, y así podemos hacer espacio para que el Señor nos hable al corazón: es el lugar de la Palabra de Dios. En el desierto, también nos alejamos de tantas realidades superfluas que nos rodean, aprendemos a “ayunar”, que es renunciar a cosas vanas para ir a lo esencial. Por último, el desierto es un lugar de soledad. Allí podemos encontrar y ayudar a tantos hermanos descartados y solos, que viven en el silencio y en la marginalidad.
Hoy, Miércoles de Ceniza, iniciamos el camino cuaresmal, camino de 40 días hacia la Pascua, hacia el corazón del año litúrgico y de la fe, y un camino que sigue el de Jesús que, al principio de su ministerio, se retiró durante 40 días a rezar y ayunar, tentado por el diablo, al desierto. Precisamente del significado espiritual del desierto quería hablaros hoy.
¿Qué significa espiritualmente el desierto para todos nosotros, incluso para los que vivimos en la ciudad? ¿Qué significa el desierto? Imaginemos que estamos en un desierto. La primera sensación sería la de encontrarnos envueltos por un gran silencio, sin ruido, salvo el viento y nuestra respiración. Sí, el desierto es el lugar donde despegarse del trasiego que nos rodea. Es ausencia de palabras, para dejar sitio a otra Palabra, la Palabra de Dios que, como brisa ligera, nos acaricia el corazón (cfr. 1Re 19,12). El desierto es el lugar de la Palabra, con mayúscula. De hecho, en la Biblia al Señor le gusta hablarnos del desierto: en el desierto entrega a Moisés las Diez Palabras, los Diez Mandamientos, y cuando el pueblo se aleja de Él, comportándose como una esposa infiel, Dios dice: “Yo la llevaré al desierto y le hablaré a su corazón. Allí me responderá como en los días de su juventud” (Os 2,16-17). En el desierto se escucha la Palabra de Dios que es como un sonido ligero. El Libro de los Reyes dice que la Palabra de Dios es como un hilo de silencio sonoro. En el desierto se recupera la intimidad con Dios, el amor del Señor. A Jesús le gustaba retirarse cada a día a lugares desiertos para rezar (cfr. Lc 5,16). Nos ha enseñado cómo buscar al Padre que nos habla en el silencio. ¡Y no es fácil guardar silencio en el corazón! Porque siempre estamos procurando hablar con los demás, estar con la gente… ¡El silencio en el corazón!
La Cuaresma es el tiempo propicio para dejar sitio a la palabra de Dios, el tiempo para apagar la televisión y abrir la Biblia, el tiempo para separarnos del móvil y conectarnos al Evangelio. Cuando era niño, no había televisión, pero estaba la costumbre de no escuchar la radio en Cuaresma: el desierto. Es el tiempo para renunciar a palabras inútiles, chismes, habladurías…, y hablarle de tú al Señor. ¡Tiempo para hablar de tú al Señor! El tiempo para dedicarse a una santa ecología del corazón: ¡hacer una limpieza ahí! Vivimos en un ambiente contaminado por una violencia verbal de tantas palabras ofensivas y nocivas que internet amplifica. ¡Hoy se insulta como si se dijese: buen día! Estamos sumergidos en palabras vacías, en publicidad, de mensajes tortuosos…, estamos acostumbrados a oírlo todo de todos, y corremos el riesgo de resbalar a una mundanidad que nos atrofia el corazón. ¡Y no hay bypass para curar esto, solo el silencio! Nos cuesta distinguir la voz del Señor que nos habla, la voz de la conciencia, la voz del bien. Jesús, al llamarnos al desierto, nos invita a prestar atención a lo que cuenta, a lo importante, a lo esencial. Al diablo que lo tentaba respondió: “No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt 4,4). Como el pan –más que el pan–, necesitamos la Palabra de Dios, nos hace falta hablar con Dios: ¡nos hace falta rezar! Porque solo ante Dios salen a relucir las inclinaciones del corazón y caen las dobleces del alma. Eso es el desierto, lugar de vida, no de muerte, porque dialogar en el silencio con el Señor nos da la vida.
Intentemos de nuevo pensar en un desierto. El desierto es el lugar de lo esencial, como he dicho. Miremos nuestras vidas: ¡cuántas cosas inútiles nos rodean, seguimos mil cosas que parecen necesarias y en realidad no lo son! ¡Qué bien nos haría liberarnos de tantas realidades superfluas para redescubrir lo que cuenta, para reencontrar los rostros de quienes están a nuestro lado! También en esto Jesús nos da ejemplo ayunando. Ayunar es saber renunciar a las cosas vanas, a lo superfluo, para ir a lo esencial. ¡Ayunar no es solo para adelgazar! Ayunar es precisamente ir a lo esencial, es buscar la belleza de una vida más sencilla.
El desierto, finalmente, es el lugar de la soledad. También hoy, cerca de nosotros, hay tantos desiertos, muchas personas solas. Son las personas solas y abandonadas. ¡Cuántos pobres y ancianos están a nuestro lado y viven en silencio, sin hacer ruido, marginalizados y descartados! Hablar de ellos no da audiencia, pero el desierto nos conduce a ellos, a cuantos, obligados a callar, piden en silencio nuestra ayuda. ¡Tantas miradas silenciosas que piden nuestra ayuda! El camino en el desierto cuaresmal es un camino de caridad con quien es más débil.
Oración, ayuno, obras de misericordia: ese es el camino del desierto cuaresmal.
Queridos hermanos y hermanas, con la voz del profeta Isaías, Dios hizo esta promesa –oídla bien–: “hago una cosa nueva, abriré en el desierto una senda” (Is 43,19). En el desierto se abre la senda que nos lleva de la muerte a la vida. Entremos en el desierto con Jesús y saldremos saboreando la Pascua: el poder del amor de Dios que renueva la vida. Sucederá en nosotros como en esos desiertos que en florecen primavera, haciendo germinar de repente, de la nada, yemas y plantas. ¡Ánimo, entremos en este desierto de la Cuaresma, sigamos a Jesús en el desierto! ¡Con Él, nuestros desiertos florecerán! Gracias.
Saludo cordialmente a los peregrinos francófonos, en particular a las parroquias y a los jóvenes franceses. Hermanos y hermanas, aprovechemos esta Cuaresma para entrar en el desierto con Jesús de modo que se abra una senda que nos conduzca a la vida. Sigámoslo con valentía; con Él, nuestros desiertos florecerán. Dios os bendiga.
Doy la bienvenida a los peregrinos de lengua inglesa presentes en esta Audiencia, especialmente a los provenientes de Inglaterra, Irlanda, Dinamarca, Noruega, Suecia, Indonesia, Filipinas y Estados Unidos de América. A todos deseo que el camino cuaresmal que hoy iniciamos nos lleve a la alegría de la Pascua con corazones purificados y renovados por la gracia del Espíritu Santo. Sobre vosotros y vuestras familias invoco la alegría y la paz de Cristo nuestro Redentor. Dios os bendiga.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua alemana. Recemos, ayunemos y ejercitemos las obras de misericordia en este tiempo de gracia, para que el Señor pueda encontrar nuestros corazones dispuestos para llenarlos con la victoria de su amor.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, venidos de España y de Latinoamérica. Pidamos al Señor que nos ayude a entrar en el desierto cuaresmal, que lo sepamos recorrer a través de la oración, el ayuno y las obras de misericordia, para que podamos gustar la Pascua, la fuerza del amor de Dios que hace florecer los desiertos de nuestra vida. Que el Señor los bendiga.
Queridos peregrinos de lengua portuguesa, mi saludo fraterno a todos, en particular a los fieles brasileños de la diócesis de Valença, a los diversos colegios de Portugal venidas de Bragança, Carcavelos, Coimbra e Infias, así como a los alumnos y profesores de la Academia de Música Santa Cecilia, de Lisboa, y finalmente a los parroquianos de Brandoa: espero que la visita a las tumbas de los apóstoles Pedro y Palo genere, en vuestros corazones, un gran valor para abrazar vuestra cruz de cada día y un vivo deseo de iluminar con la esperanza la cruz de los demás. En esto, podéis contar con mis oraciones; yo cuento con las vuestras. Gracias.
Dirijo una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua árabe, en particular a los provenientes de Siria, Egipto y Medio Oriente, especialmente a los de Irak, hay un buen grupo que viene de Irak. A los ciudadanos de Irak os digo que estoy muy cerca. Estáis en un campo de batalla, sufrís una guerra de un lado y del otro. Yo rezo por vosotros y rezo por la paz en vuestro país, que estaba programado que yo visitase este año. Rezo por vosotros. Al inicio de este tiempo de Cuaresma, quisiera desear a todos un tiempo de conversión, de renovación interior y de crecimiento personal y espiritual. Os animo a dedicar tiempo a la meditación de la Palabra de Dios, a la participación en los Sacramentos, al ayuno y a la oración para renovar así nuestro trato con Dios, con nosotros mismos y con el prójimo. El Señor os bendiga y os proteja siempre del maligno.
Saludo cordialmente a los peregrinos polacos. La liturgia del Miércoles de Ceniza nos recuerda la realidad de nuestra existencia terrena: “Recuerda que eres polvo”, y nos exhorta: “Convertíos y creed en el Evangelio”. Que la Cuaresma reavive en vosotros el deseo de vivir en la Palabra de Dios y en la esperanza de la Resurrección. Que la oración, el ayuno y la limosna os ayuden en la conversión del corazón y os preparen a vivir el Triduo Pascual: el misterio de la pasión, muerte y resurrección de Cristo. De corazón os bendigo.
Dirijo una cordial bienvenida a los fieles de lengua italiana. En particular, saludo a los miembros del Movimiento de los Focolares y de la Congregación Misionera de las Siervas del Espíritu Santo; y a los grupos parroquiales, en concreto al de Cisterna de Latina. Saludo además a los “Cantores de las Cimas”, de Lugano.
Dirijo un pensamiento especial a los empleados de la Compañía Air Italy, y espero que su situación laboral pueda hallar una correcta solución respetando los derechos de todos, especialmente de las familias.
Saludo finalmente a los jóvenes, ancianos, enfermos y recién casados. Hoy, Miércoles de Ceniza, el Señor nos indica el camino de fe a seguir. Dejaos guiar por el Espíritu Santo en este camino de conversión, para redescubrir la alegría de la esperanza cristiana.
Deseo expresar nuevamente mi cercanía a los enfermos por el coronavirus y a los agentes sanitarios que los cuidan, así como a las autoridades civiles y a todos los que se están esforzando por asistir a los pacientes y detener el contagio.
Fuente: vatican.va / romereports.com
Traducción de Luis Montoya
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