Sobre el amor se han escrito muchas páginas, pero las más importantes no son las que se reflejan en un texto sino en la propia existencia
En otros lugares se puede encontrar textos y vídeos sobre el noviazgo y la preparación previa al matrimonio que permita, con las limitaciones humanas, formar una familia estable, en la que cada uno logre el máximo desarrollo personal y lo ponga al servicio del resto. Aquí nos centramos en cómo cuidar el matrimonio; no basta acertar en casar sino que hay que cuidar cada día ese compromiso.
Muchos ven ahí una llamada divina para santificar la vida familiar. Para otros, su horizonte se ciñe a verlo como la forma estable de convivencia en la que se cuidan entre ellos y los hijos que tengan. Por mucho que se hable de la crisis de la institución familiar es la forma elegida por el 85% de las uniones que se dan en España en la segunda década del siglo XXI. La realidad muestra que es una institución con milenios de antigüedad y extendida por los cinco continentes.
Mientras exista un hombre y una mujer que se amen, surgirán las palabras que expresen: te quiero y no concibo la vida sin ti. Es cierto que una parte de esas declaraciones no fraguan en un compromiso firme y estable, que algunas mueren con el paso del tiempo, mucho o poco. Es similar a las semillas, tienen la capacidad de germinar y dar fruto, pero algunas no arraigan, otras mueren antes de germinar, alguna se hiela y no dará fruto; pero una buena parte dará la cosecha que el campesino espera.
A las personas nos preocupa más la salud de nuestra familia y la de los seres queridos. No tanto la familia a escala internacional, sino la mía, la de mi hermana… Darse cuenta que teníamos una idea diferente a la vida real familiar no debiera causarnos sorpresa. Para muchos el hogar en el que han crecido refleja las alegrías y dificultades por la que se pasan a lo largo de los años. Algunos no tienen esa experiencia pero, quizá por su carencia, la anhelan y desean formar un hogar como el que hubieran deseado tener en su infancia.
Decía un conocido actor de cine que ya había logrado un objetivo de su vida; su hijo menor tenía veinte años y el matrimonio seguía firme, algo que él no tuvo. Sus padres se divorciaron cuando él tenía cinco o seis años e hizo el propósito, que tomó fuerza con los años, de que cuando fundara una familia lucharía a brazo partido para que sus hijos tuvieran un hogar estable. Le queda terminar bien lo que empezó. Llevan treinta años casados y, salvo imprevistos, les quedan unos cuantos por delante; seguirá luchando para que perdure es proyecto común que hace décadas comenzaron.
Algunos comparan al matrimonio con una carrera de fondo que necesita perseverancia para que ambos lleguen a su plenitud, como mujer o como hombre, y sepan hacer feliz al cónyuge. La diferencia entre un deseo y un propósito es que el primero puede estar vacío mientras que el segundo supone emplearse a fondo para lograrlo. La fidelidad es mucho más que no irse, es cuidar el corazón y ponerlo al servicio de la persona amada. Más que una puerta cerrada a otras opciones, debiera haber una pared. Las puertas se pueden abrir o cerrar, la pared no permite esa opción.
No es una esclavitud, sino la forma de sellar un compromiso que garantiza empeñar la vida en llegar a la meta. Esa fidelidad mutua no es algo estático sino que se muestra de formas diversas a lo largo de la vida. Para unos recién casados solo hay un tú y un yo, pero pasan los años y vienen los hijos, y se conjuga el nosotros.
Sobre el amor se han escrito muchas páginas, pero las más importantes no son las que se reflejan en un texto sino en la propia existencia. Dice Guardini que solo el amor nos permite ver al otro tal como es. La fidelidad es el amor prolongado en el tiempo. Exige algo que se muestra bien en el siguiente relato:
Una persona decidió pedir consejo para superar una crisis familiar. Se acordó de un buen amigo que ahora vivía en una ciudad marítima a dos horas en coche desde su residencia. Quedaron para verse; el amigo le escuchó con calma y le invitó a dar un paseo en un pequeño barco de motor que tenía y mientras pensaban la forma de resolver esa situación. Lo que se le ocurrió no fue quizá la mejor idea, pero fue clara y, en aquel caso, eficaz. Al poco tiempo de salir del pequeño puerto, le pidió que mirara desde la borda el fondo del mar; por complacerle así lo hizo. Cuando menos lo esperaba, un fuerte empujón le hizo caer al agua. Desconcertado y enfadado, salió a la superficie junto al barco. Cada vez que intentaba subir, el otro le empujaba y caía de nuevo al agua. Agotado de nadar y de esforzarse por subirse al barco le pidió al otro que le dejara de una vez, le dejó subir. Fueron hasta el puerto sin cruzar palabra. Al llegar el anfitrión le invitó a ir a su casa, en donde se pondría ropa seca, se asearía y almorzarían. De camino a casa, el visitante le dijo lo que pensaba: ¿Estás loco? ¿No te das cuenta que casi me ahoga? El otro le preguntó: ¿Cuándo estabas en el agua, qué era lo que más deseabas? Subir al bote y volver al puerto. La respuesta que escuchó le ayudó a entender lo ocurrido: cuando pongas el mismo empeño en sacar a flote tu familia que has puesto en esto, lo lograrás. Necesitó un par de meses para asimilar esa forma de ayudarle, pero la recordó siempre.
Dice Rosamaría Aguilera que el enamoramiento se pasa, vuelve, se vuelve a pasar, tiene intensidades, es un sube y baja: lo propio de los sentimientos. Sin embargo, el amor es más que un sentimiento, es acto de la voluntad, libre y responsable. La estabilidad matrimonial no puede supeditarse al sentimiento; hay momentos gozosos y otros en los que cuesta más, por cansancio físico o psíquico por las dificultades que surgen en la vida, pero esos mismos motivos pueden servir para acrisolar el amor o para sentir la soledad.
Algunos hablan de personas-corcho y de personas-plomo; lo más frecuente es que uno tienda a ser corcho o plomo, pero si él otro es capaz de remar cuando el otro está en momentos más bajos, lo normal es que el barco llegue a puerto. Más que agobiarse pensando en lo que pueda venir, es preferible controlar la imaginación y atenerse a la realidad diaria, que es lo que seguro nos toca vivir. Ni novelas de fantasía ni tragedias griegas. Lo cotidiano; mata tanto la infidelidad como la rutina. Uno lo hace de golpe, como un balazo, y lo otro es como un veneno que nos va quitando las fuerzas, la ilusión y las ganas de vivir. Las crisis forman parte de la vida matrimonial como ocurre en el campo profesional y en otras dimensiones de la vida.
Quienes llegan a las bodas de oro no es porque hayan mantenido el enamoramiento de novios, sino porque han sido capaces de seguir amando en las circunstancias que les ha tocado vivir. Preguntaban a un matrimonio que celebraba las bodas de oro cómo habían logrado llegar hasta ahí; la señora sin grandes discursos dijo: porque nos casamos en una época en la que si las cosas se estropeaban se arreglaban en lugar de tirarlas. Cita Aguilar unas palabras de santa Teresa de Calcuta que nos pueden servir:
Enseñarás a volar/ Pero no volarán tu vuelo/ Enseñarás a vivir/ Pero no vivirán tu vida/ Enseñarás a soñar/ Pero no soñarán tu sueño/ Pero en cada vuelo, en cada sueño, en cada vida estará la huella del camino enseñado.
En estas páginas quedan muchos aspectos que tratar, entre ellos el amor y la dedicación mutua, la llegada de hijos al hogar que no solo es una cuestión numérica sino que supone un cambio enorme el que una o más personas se incorporen a los dos miembros iniciales. Aprender a gestionar las trayectorias profesionales, las dificultades económicas, los viajes por motivos profesionales, etc. Son muchos los aspectos que influyen en la vida de una familia. Solo un amor sólido es capaz de ayudar a transitar por dificultades que pueden ser serios inconvenientes para la vida familiar. No todo depende de los cónyuges, pero es aplicable una frase común en zonas costeras: no está en mi mano cambiar la dirección del viento, pero sí la de las velas del barco. Ahora se podría añadir, o gobernar el timón con inteligencia.
Que la familia, en todas sus dimensiones, es un proyecto común debiera estar claro antes de casarse; si no lo estuviera, cuanto antes lo esté mejor. No es que tener hijos traiga complicaciones; esa es una visión tan pobre que apenas compensa abordarla. Quien lo viera así, es probable que no esté preparado para casarse. Cada hijo requiere tiempo, dedicación y pasar sueño. Los primeros meses pueden ser agotadores, si bien no hay normas escritas que deben seguir los bebés, sí lo hay pautas que pueden seguir los padres para afrontar cuestiones sobre las que no tienen experiencia. Con el primer hijo es difícil que se pasen por excesiva tranquilidad, suele ser más bien lo contrario. Si la fiebre le sube a 40º, casi nos sube a nosotros también. Cuando llora por la noche, supuesto que recibe la alimentación a su hora, ¿hay que levantarse o esperar a que se calle? Los hijos no vienen con un manual de instrucciones y cuando se adquiere cierta experiencia o no viene otro o es diferente al anterior.
No obstante la veteranía sirve y mucho. Hay una antigua directora de centro infantil que era famosa en su entorno local por la paz que transmitía a las madres −que eran las que solían consultarle ese tipo de cuestiones− cuando le hacían preguntas que para ellas eran un misterio. Tuve la grata experiencia de atender la escuela de padres y madres de ese centro durante cuatro años y pude ver cómo una vez al mes se llenaba el centro de parejas que dejaban a sus niños al cuidado de profesionales y asistían a sesiones que impartía. El primero que aprendió y mucho fui yo. La asistencia de ambos rozaba el 90% de los casos y la edad de los bebés era entre 0 y cinco años. Fue una grata experiencia ver cómo parejas diversas en sus planteamientos vitales tenían puntos de interés muy parecidos al pedir que se trataran unos u otros temas. Lógicamente en muchos casos, a las sesiones seguía un turno de consultar particular, en el que se hacían las consultas más personales o, simplemente de quienes por diversos motivos no deseaban manifestar en público una situación. Siempre fue una valiosa ayuda contar con una directora ya abuela, que antes había educado a una familia numerosa.
A fecha de hoy sigue siendo la madre quien carga con el peso mayor del hogar; si el niño se pone enfermo es ella quien acude a recogerlo. Pero esa situación va cambiando. Se nota de año en año que crecen el número de matrimonios que comparten las tareas del hogar. Llegará una generación que habrá pasado tantas horas con el padre como con la madre, si bien con tal de que sean fórmulas acordadas por ambos en armonía, en cada caso la forma de atender a los hijos es una cuestión que resuelven los padres entre sí.
El centro educativo lo que necesita es un interlocutor a quien llamar en caso de necesidad y es de gran eficacia que acudan ambos a entrevistarse con el tutor del hijo. Un proverbio oriental ofrece luces sobre lo tratado: Gobierna tu casa y sabrás cuánto cuesta la leña y el arroz; cría a tus hijos, y sabrás cuánto debes a tus padres. Otra cita que vale la pena considerar es la de un gran científico, Pasteur, que dijo: No evitéis a vuestros hijos las dificultades de la vida, enseñadles más bien a superarlas. Sin pretender aplicar al pie de la letra esas indicaciones, en una sociedad que tiende a ser demasiado proteccionista con sus hijos, vale la pena plantearse que cuanto antes sean autónomos en lo que pueden serlo. Incluyo un relato, cuyo origen desconozco, que refleja aspectos que muchos padres y madres se plantean a diario:
Siempre estuve segura de que me había tocado la peor madre del mundo. Desde niña, me obligaba a desayunar o a tomar algo por la mañana mientras que otras madres no lo hacían. Me preparaba un sándwich cuando los demás niños tenían dinero para comprar golosinas. ¡Cómo me molestaba! Y también sus palabras: ¡no dejes sin terminar los deberes!, ¡vuelve a hacerlo bien!"... Me obligaba a hacer mi cama y algunos recados. Fui creciendo y mi madre se metía en todo: "¿quiénes son tus amigas?, ¿qué hacéis?". Lo peor fue cuando empecé a tener amigos. Otras amigas salían con quienes querían, pero ella a mí me pedía que se los presentara. Y el interrogatorio de costumbre: "¿Cómo te llamas?, ¿qué estudias?". Pasaron los años. Gracias a sus cuidados crecí sana, cuando me puse enferma me cuidó con cariño. Gracias a la atención que puso en mis tareas hice una carrera. Gracias a lo que me enseñó sé administrar mi hogar. Gracias al cuidado que puso para que yo escogiera a mis amigas conservo algunas que son un verdadero tesoro... Gracias a que conoció a mis amigos, pude darme cuenta quién era el mejor y ahora es mi esposo. Me casé e inicié una nueva familia. Ojalá que mis hijos me consideren la madre más pesada del mundo".
José Manuel Mañú Noain
Autor de Familias sanas, hijos mejores.
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