La hospitalidad es una importante virtud ecuménica, aseguró el Papa durante la Audiencia general de hoy, en la Semana de Oración por la Unidad de los cristianos
Queridos hermanos y hermanas:
La catequesis de hoy se enmarca en la semana de oración por la unidad de los cristianos, que este año tiene como tema la hospitalidad, recordando el naufragio de Pablo en la isla de Malta.
El texto de los Hechos de los Apóstoles nos presenta una situación desesperada. Pablo y sus compañeros, junto al resto de los tripulantes del barco en que viajaban, quedan a la deriva durante 14 días, perdidos y desorientados, a merced del mar embravecido. El Apóstol, sin embargo, desde su experiencia de fe, llama a la confianza en Dios que es para él un Padre amoroso.
Providencialmente, todos se salvan y llegan a Malta, donde en abierto contraste con esa terrible experiencia que han sufrido, saborean la entrañable hospitalidad de los habitantes de la isla. Es significativo que aquellos hombres que no conocían a Cristo, son capaces de manifestar el amor de Dios.
La hospitalidad espontánea y su trato considerado comunican ese amor de Dios. Por parte suya, Pablo les muestra a ellos la misericordia de Dios, curando a los enfermos de la Isla.
Queridos hermanos: La hospitalidad es una virtud ecuménica; acoger a los cristianos de otras tradiciones significa mostrarles el amor de Dios, pero también acoger lo que Dios ha realizado en sus vidas. Estemos disponibles y abiertos, con el deseo de conocer su experiencia de fe, para vernos enriquecidos por ese don espiritual.
La catequesis de hoy está en sintonía con la Semana de oración por la unidad de los cristianos. El tema de este año, que es la hospitalidad, fue desarrollado por las comunidades de Malta y Gozo, a partir del pasaje de los Hechos de los Apóstoles que narra la hospitalidad reservada por los habitantes de Malta a San Pablo y a sus compañeros de viaje, que naufragaron con él. A ese episodio me referí en la catequesis de hace dos semanas.
Partamos pues de la experiencia dramática de aquel naufragio. La nave en la que viaja Pablo está a merced de los elementos. Desde catorce días están en el mar, a la deriva, y como ni el sol ni las estrellas son visibles, los viajeros se sienten desorientados, perdidos. Bajo ellos el mar rompe violentamente contra la nave y temen que se romperá bajo la fuerza de las olas. Desde arriba son azotados por el viento y la lluvia. La fuerza del mar y la tempestad es terriblemente poderosa e indiferente al destino de los navegantes: ¡eran más de 260 personas!
Pero Pablo que sabe que no es así, habla. La fe le dice que su vida está en las manos de Dios, que resucitó a Jesús de entre los muertos, y que lo llamó a él, Pablo, para llevar el Evangelio hasta los confines de la tierra. Su fe le dice también que Dios, según lo que Jesús reveló, es Padre amoroso. Por eso Pablo se dirige a los compañeros de viaje e, inspirado por la fe, les anuncia que Dios no permitirá que ni un cabello de sus cabezas se pierda.
Esta profecía se cumplirá cuando la nave encalle en la costa de Malta y todos los pasajeros lleguen sanos y salvos a tierra firme. Y allí experimentan algo nuevo. En contraste con la brutal violencia del mar tempestuoso, reciben el testimonio de la “humanidad poco común” de los habitantes de la isla. Esa gente, para ellos extranjera, se muestra atenta a sus necesidades Encienden un fuego para que se calienten, le ofrecen resguardo de la lluvia y alimento. Aunque aún no han recibido la Buena Nueva de Cristo, manifiestan el amor de Dios en actos concretos de gentileza. Pues la hospitalidad espontánea y los detalles de cariño comunican algo del amor de Dios. Y la hospitalidad de los isleños malteses es recompensada por los milagros de curación que Dios obra a través de Pablo en la isla. Así que, si la gente de Malta fue un signo de la Providencia de Dios para el Apóstol, también él fue testigo del amor misericordioso de Dios por ellos.
Queridísimos, la hospitalidad es importante; y es también una importante virtud ecuménica. En primer lugar, significa reconocer que los otros cristianos son verdaderamente nuestros hermanos y hermanas en Cristo. Somos hermanos. Alguno te dirá: “Pero ese es protestante, aquel ortodoxo”. Sí, pero somos hermanos en Cristo. No es un acto de generosidad de sentido único, porque cuando recibimos a otros cristianos los acogemos como un don que nos viene dado. Como los malteses −buenos esos malteses− somos recompensados, porque recibimos lo que el Espíritu Santo ha sembrado en esos hermanos y hermanas nuestros, y eso es un don también para nosotros, porque también el Espíritu Santo siembra sus gracias por todas partes. Acoger cristianos de otra tradición significa en primer lugar mostrar el amor de Dios con ellos, porque son hijos de Dios −hermanos nuestros−, y además significa acoger lo que Dios ha realizado en su vida. La hospitalidad ecuménica requiere la disponibilidad de escuchar a los demás, prestando atención a sus historias personales de fe y a la historia de su comunidad, comunidad de fe con otra tradición diversa a la nuestra. La hospitalidad ecuménica comporta el deseo de conocer la experiencia que otros cristianos tienen de Dios y la espera de recibir los dones espirituales que se derivan. Y eso es una gracia, descubrir eso es una gracia. Yo pienso en tiempos pasados, en mi tierra por ejemplo. Cuando vinieron algunos misioneros evangélicos, un pequeño grupo de católicos fue a quemar las carpas. ¡Eso no! No es cristiano. Somos hermanos, todos somos hermanos y debemos tener hospitalidad unos con otros.
Hoy, el mar en el que naufragaron Pablo y sus compañeros es una vez más un lugar peligroso para la vida de otros marineros. En todo el mundo, los hombres y mujeres migrantes enfrentan viajes arriesgados para escapar de la violencia, escapar de la guerra, escapar de la pobreza. Cómo Pablo y sus compañeros experimentan la indiferencia, la hostilidad del desierto, los ríos, los mares... Muchas veces no les dejan desembarcar en los puertos. Y, desgraciadamente, a veces encuentran también la hostilidad mucho peor de los hombres. Son explotados por traficantes criminales: ¡hoy! Algunos gobernantes los tratan como números y como una amenaza: ¡hoy! A veces, la falta de hospitalidad los rechaza como una ola hacia la pobreza o los peligros de los que huyeron.
Nosotros, como cristianos, debemos trabajar juntos para mostrar a los inmigrantes el amor de Dios revelado por Jesucristo. Podemos y debemos manifestar que no solo hay hostilidad e indiferencia, sino que toda persona es preciosa para Dios y amada por Él. Las divisiones que aún existen entre nosotros nos impiden ser plenamente la señal del amor de Dios. Trabajar juntos para vivir la hospitalidad ecuménica, en particular con aquellos cuya vida es más vulnerable, nos hará a todos los cristianos −protestantes, ortodoxos, católicos, todos los cristianos− seres humanos mejores, discípulos mejores y un pueblo cristiano más unido. Nos acercará ulteriormente a la unidad, que es la voluntad de Dios para nosotros.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua francesa. Hermanos y hermanas, procuremos trabajar juntos para vivir la hospitalidad, especialmente con los más vulnerables. Nos hará mejores discípulos de Jesucristo y un pueblo cristiano más unido, que es lo que Dios desea de nosotros. Dios os bendiga.
Saludo a los peregrinos de lengua inglesa presentes en la Audiencia de hoy, especialmente a los grupos de Bélgica, Corea, Australia y Estados Unidos de América. En el contexto de la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, dirijo un saludo particular a los alumnos del Instituto Ecuménico de Bossey. Saludo también a los sacerdotes del Instituto de Formación Teológica Permanente del Pontificio Colegio Americano del Norte. Sobre vosotros y vuestras familias invoco la alegría y la paz del Señor Jesucristo. Dios os bendiga.
Dirijo un cordial saludo a los peregrinos de lengua alemana. La hospitalidad, que practicamos especialmente con los inmigrantes, es un testimonio de Cristo. Manifestamos a nuestros paisanos que Dios ama a todos los hombres y que cada persona humana es preciosa para Él. Que el Espíritu Santo os acompañe en vuestro camino.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, venidos de España y de Latinoamérica. Pidamos al Señor por todos cuantos sufren en el mar tempestuoso del desarraigo y el abandono, y comprometámonos a trabajar juntos, pidiendo al Señor el don de la unidad, de modo que como cristianos testimoniemos el amor premuroso de Dios por cada persona. Que el Señor los bendiga.
Queridísimos peregrinos de lengua portuguesa, bienvenidos. El Señor nos invita a perseverar en el camino ecuménico. Intensifiquemos pues el ofrecimiento de nuestras oraciones y penitencias, secundando la súplica de Jesucristo al Padre: «Yo en ellos y Tú en mí, para que sean consumados en la unidad» (Jn 17,23). Que la bendición de Dios descienda sobre vuestros pasos y oraciones, individuales y en común, por la plena unidad de los cristianos.
Dirijo una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua árabe, en particular a los provenientes del Medio Oriente. Queridos hermanos y hermanas, como cristianos no podemos ser indiferentes ante el drama de las viejas y nuevas pobrezas, de las soledades más oscuras, del desprecio y la discriminación. No podemos ser insensibles, con el corazón anestesiado, ante la miseria de tantos inocentes. Trabajemos juntos para mostrar a todos el amor de Dios revelado por Jesucristo, y eso nos hará seres humanos mejores, discípulos mejores y un pueblo cristiano más unido. El Señor os bendiga.
Saludo cordialmente a los peregrinos polacos. Hermanos y hermanas, la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos nos invita a la confiada oración por la unidad. Os animo a meditar y realizar con empeño el lema de esta Semana: “Nos trataron con gentileza” (cfr. Hch 28,2). Que vuestros encuentros ecuménicos impregnen los corazones, favorezcan la apertura al otro, la hospitalidad, la recíproca comprensión, el diálogo y la reconciliación. Bendigo de corazón a los aquí presentes, a vuestros seres queridos y a todos los que se dedican a la unidad de los cristianos.
Dirijo una cordial bienvenida a los fieles de lengua italiana. En particular, saludo a las Hermanas de San José de Chambery y a los jóvenes del Movimiento de los Focolares. Saludo además a los peregrinos de la diócesis de Termoli-Larino, acompañados por su Obispo, Mons. Gianfranco De Luca; a las parroquias, en particular a las de Gesualdo y Aprilia; al Grupo de Financistas italianos de Milán; a la Asociación cultural Musadoc de Roma; y al de Villafranca Sicula.
Saludo finalmente a los jóvenes, ancianos, enfermos y recién casados. El sábado próximo celebraremos la Fiesta de la Conversión de San Pablo. Que el ejemplo del Apóstol de las gentes nos sostenga en la misión de anunciar la salvación de Cristo a todos, empeñando nuestras mejores energías.
El próximo 25 de enero, en el Extremo Oriente y en varias partes del mundo, muchos millones de hombres y mujeres celebrarán el año nuevo lunar. Envío a ellos mi saludo cordial, deseando en particular a las familias que sean lugares de educación en las virtudes de la acogida, de la sabiduría, del respeto por cada persona y de la armonía con la creación. Invito a todos a rezar también por la paz, por el diálogo y por la solidaridad entre las naciones: dones muy necesarios al mundo de hoy.
Fuente: vatican.va / romereports.com
Traducción de Luis Montoya
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