Evangelio de la Solemnidad de Santa María, Madre de Dios (Ciclo A) y comentario al evangelio
Evangelio (Lc 2,16-21)
Y vinieron presurosos y encontraron a María y a José y al niño reclinado en el pesebre. Al verlo, reconocieron las cosas que les habían sido anunciadas sobre este niño. Y todos los que escucharon se maravillaron de cuanto los pastores les habían dicho. María guardaba todas estas cosas ponderándolas en su corazón.
Y los pastores regresaron, glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto, según les fue dicho.
Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidarle, le pusieron por nombre Jesús, como le había llamado el ángel antes de que fuera concebido en el seno materno.
Comentario
Hoy la Iglesia celebra el misterio de la maternidad divina de María. El relato de san Lucas nos muestra que el Hijo de Dios fue, como todos los hombres, un bebé necesitado de una madre que lo engendrara y cuidara. Por eso, como explicaba san Josemaría, “podemos decir bien alto a la Virgen Santa, como la mejor alabanza, esas palabras que expresan su más alta dignidad: Madre de Dios. (…) La Maternidad divina de María es la raíz de todas las perfecciones y privilegios que la adornan. (…) No hay peligro de exagerar. Nunca profundizaremos bastante en este misterio inefable; nunca podremos agradecer suficientemente a Nuestra Madre esta familiaridad que nos ha dado con la Trinidad Beatísima”[1].
San Lucas da a entender con el término griego phatné (v.16) que Jesús nació en extrema pobreza y dificultad, pues no aparece acostado en una cuna y un hogar, sino reclinado en un “comedero para animales” o “pesebre”. De aquí la tradición ha deducido la presencia de algún animal en la escena y de un portal o cueva para resguardarlos, como era habitual. En cualquier caso, el relato muestra que el peculiar detalle de un pobre pesebre como cuna de Dios será una señal para quienes acuden a adorarlo.
Jesús nace entre pastores, gente sencilla y recia, predilecta de Dios en la Escritura: Abel, Moisés y el rey David, fueron pastores; y Dios mismo asume los rasgos del buen pastor que cuida de sus ovejas (cfr. Ez 34,15; Jn 10). San Lucas nos describe a los pastores como prototipo de fe activa y comunicativa, pues acuden con prisa por ver al niño Jesús, a María y José; están llenos de admiración y gozosa alabanza a Dios cuando lo encuentran; y se muestran prontos a transmitir, contagiando a todos su alegría, la maravilla que les fue dicha por los ángeles y ellos descubrieron. Siguiendo el ejemplo de estos pastores, el Papa Francisco animaba a contemplar “el misterio de este día, que produce una admiración infinita: Dios se ha unido a la humanidad, para siempre. Dios y el hombre siempre juntos, ésta es la buena noticia al inicio del año: Dios no es un señor distante que vive solitario en los cielos, sino el Amor encarnado, nacido como nosotros de una madre para ser hermano de cada uno, para estar cerca: el Dios de la cercanía. Está en el regazo de su madre, que es también nuestra madre, y desde allí derrama una ternura nueva sobre la humanidad”[2].
San Lucas presenta a María como excelso modelo de contemplación del misterio de la Navidad (v.19). “María conserva en su corazón las palabras que vienen de Dios −decía Benedicto XVI en una ocasión− y, uniéndolas como en un mosaico, aprende a comprenderlas. En su escuela queremos aprender también nosotros a ser discípulos atentos y dóciles del Señor. Con su ayuda maternal deseamos comprometernos a trabajar solícitamente en la "obra" de la paz, tras las huellas de Cristo, Príncipe de la paz. Siguiendo el ejemplo de la Virgen santísima, queremos dejarnos guiar siempre y sólo por Jesucristo, que es el mismo ayer, hoy y siempre (cf. Hb 13,8)”[3].
El rito de la circuncisión e imposición del nombre se solía hacer en las casas. Según el relato de Lucas, en el caso de Jesús debió suceder en el mismo Belén. María y José obedecen al ángel y le ponen al niño el nombre de Jesús, que significa en hebreo “Dios salva”. El niño pasa a considerarse entonces hijo de ambos y miembro del pueblo elegido.