Hace poco más de 2.000 años seguramente muchas personas como usted y yo, se encontraban en una pequeña aldea de Judea, llamada Belén, en ese momento bastante alborotada por una pequeña invasión de paisanos que regresaban para cumplir con el censo que obligaba la ley
En medio de ese caos, de manera imperceptible, una pareja de jóvenes, ella a punto de dar a luz, buscaban una posada para descansar de un largo camino. No encontraron ningún lugar apropiado para pernoctar, únicamente un pesebre, donde ocurrió el acontecimiento más maravilloso de toda la creación, el nacimiento de Jesús. Esperado por generaciones, sin embargo, los habitantes de Belén simplemente se lo perdieron.
Seguramente estas semanas nos hemos distraído en tantas cosas buenas: Los estrenos, los tamales, las torrejas, el tráfico prenavideño, los convivios, y tantísimas cosas y actividades buenas, incluso películas donde no pasamos del famoso “espíritu de la Navidad” y de “felices fiestas” tan alejados de ese Niño que año con año viene o trata de nacer en nuestros corazones, sin embargo, estamos a tiempo para volver la mirada al nacimiento. Tomarnos unos minutos de nuestra agenda y tratar de contemplar, a través de esas figuras de plástico o barro, a la Sagrada Familia, Jesús, María y José.
Podemos hacer el esfuerzo de convertirnos en esos pastorcitos, que fueron los testigos privilegiados, a quienes los ángeles anuncian la buena nueva. Y como exponía monseñor Javier Echevarría en su última Navidad «En medio de las prisas, de las compras o de las estrecheces económicas, de guerras o catástrofes naturales, hemos de sabernos contemplados por Dios. Así encontraremos la paz del corazón. Dirijamos nuestra mirada a Cristo que llega, como el Papa comentaba, citando una conocida frase de san Agustín: “Tengo miedo de que el Señor pase” y no le reconozca; que el Señor pase delante de mí en una de estas personas pequeñas, necesitadas, y yo no me dé cuenta de que es Jesús».
Y continuaba diciendo don Javier «Quizá nos ocupamos de muchas cuestiones, y nos falta sosiego en el trato con Dios. Si logramos mantener esa calma en la relación con el Señor, la ofreceremos también a los demás: la convivencia más estrecha en los días de Navidad nos apartará de discusiones, enfados, impaciencias o ligerezas, y gustaremos de descansar y rezar juntos, de alimentar buenos ratos en familia, de limar prejuicios o rencorcillos que quizá quedaron en el alma».
Después llegaron los Reyes Magos, quienes llevaban como regalos oro, incienso y mirra, cabe la pregunta ¿qué regalamos nosotros a ese Niño en brazos de su madre? El oro de nuestra oración cotidiana, el incienso de la adoración en la Santa Misa y nuestro trabajo bien hecho, terminado a tiempo y con la mayor perfección humana posible. El trato amable con nuestro prójimo, aunque a veces resulte cargante.
Y el día 25 le recomiendo ver este hermoso video con textos de “El Belén que puso Dios”, reflejando cómo la creación entera gira en torno al nacimiento del Niño Dios. Fuente del título de este saludo en La Tribuna. Y como solemos hacer en estas tierras, felicite especialmente a la madre, la Virgen María. Llévele también un presente.
Feliz Natividad del Señor en “todos los corazones que tienen sitio para el Belén” y feliz 2020.
Álvaro Sarmiento Especialista Internacional en Comercio y Aduanas