El Belén es una cátedra donde se aprende la humildad, la pobreza, la sencillez y la ternura, la entrega sin condiciones. Necesitamos seguir estas lecciones. Nos vendrán muy bien
Estos días de Navidad la ciudad está llena de alegría, muchas luces, cantos, adornos y belenes llenan las calles. Se ve contenta a la gente. Por otra parte, las circunstancias políticas, económicas y sociales no son muy halagüeñas. Pero estamos animados, dispuestos a celebrarlo, a ser generosos con los regalos, parece que la semilla de lo bueno y de lo bello quiere germinar en nuestro corazón. ¿Por qué? Los niños lo tienen claro, están radiantes, saben que se avecinan buenos días. Fiesta, regalos, villancicos. No paran de cantar al Niño que nace en Belén. Saben que algo importante se avecina. Hacen como los ángeles de Belén que anuncian la buena nueva: "No temáis, os anuncio una buena noticia que será de gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor. Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre". Nace el Niño divino.
Para los pequeños, para los que tienen un corazón puro, inocente, la venida de otro niño es siempre fiesta. Estos días deberíamos dejarnos contagiar de su ingenuidad. Hacernos niños, volver a nacer. Recuperar la inocencia, la esperanza. Alargar la mirada, dejar de contemplarnos a nosotros y mirar a los que están a nuestro lado, otear el cielo. Igual descubrimos una estrella que ilumina nuestra vida, que enciende el amor y la esperanza de nuestros achacosos corazones. Nos dice el Papa en su reciente carta: "El belén, en efecto, es como un Evangelio vivo, que surge de las páginas de la Sagrada Escritura. La contemplación de la escena de la Navidad nos invita a ponernos espiritualmente en camino, atraídos por la humildad de Aquel que se ha hecho hombre para encontrar a cada hombre. Y descubrimos que Él nos ama hasta el punto de unirse a nosotros, para que también nosotros podamos unirnos a Él".
La grandeza de la Navidad, su misterio, su enigma es que Dios viene, se acerca, se hace Niño necesitado de mis cuidados. Un Dios que nos necesita, que se hace dependiente, que mendiga nuestro amor. El Belén es una cátedra decía san Josemaría donde se aprende la humildad, la pobreza, la sencillez y la ternura, la entrega sin condiciones. Necesitamos seguir estas lecciones. Nos vendrán muy bien. Ya tenemos más que experimentado que el orgullo, las comodidades, los placeres… no nos llenan. Que querer imponer nuestra voluntad, tener más poder no nos hace más felices, y en cambio nos aleja de los nuestros, incluso agosta el amor.
Hace unos días le preguntaba a Antonio, un niño de dos años, de qué personaje se iba a disfrazar para el belén, y me dijo todo convencido que de borrico. Su madre comentaba que había rechazado ser pastor, incluso san José, que el burro también estaba en el portal. Contrasta la humildad y la sencillez de los niños con nuestra prepotencia. Estos días navideños podemos hacernos pequeños, ser un borrico que da calor con su aliento a los demás, al Niño. El Papa nos invita: "Con esta Carta quisiera alentar la hermosa tradición de nuestras familias que en los días previos a la Navidad preparan el belén, como también la costumbre de ponerlo en los lugares de trabajo, en las escuelas, en los hospitales, en las cárceles, en las plazas... Espero que esta práctica nunca se debilite; es más, confío en que, allí donde hubiera caído en desuso, sea descubierta de nuevo y revitalizada". ¡Recordemos nuestra infancia armando el belén!
Me admira otra lección del Pesebre. Una pareja de recién casados espera un hijo, no tienen un hogar, no hay para ellos sitio en la posada. El Niño tiene que nacer en un establo, su compañía es el calor del buey y la mula. Y con todo el portal de Belén es un lugar luminoso, cálido, tierno. José y María no se enfadan con la humanidad, no despotrican de sus parientes, de los habitantes de Belén, con un poco de imaginación y de buen hacer transforman un lugar apenas digno para animales en un pedacito de cielo. Y eso es por la presencia de Dios. En cambio, su ausencia buscada, procurada, incluso exigida por muchos no hace mejor ni más humano el mundo. Nos interesa hacer hueco a Dios, abrirle nuestros hogares y corazones. Todo será más luminoso y alegre.
Una buena madre de familia me decía que no le gusta salir a la calle estos días, le pone triste ver tanto consumismo. Hemos transformado la Navidad en la feria del consumo. Está bien agasajar y regalar a los seres queridos, pero que esto no nos distraiga de que el mejor producto navideño es el Dios hecho Niño. Cuanto más lo consumamos más alegres estaremos. Gozaremos así de la alegría de la Navidad.