“Un adolescente sin asombro es un adolescente sin arrebatamiento, igual que el arte sin asombro es fría técnica o provocación efímera”.
Con El arte de la fragilidad, Alessandro D’Avenia, ha conseguido durante meses estar en el núm. 1 de la lista de los libros más vendidos en Italia, un éxito que ya consiguió con su anterior libro Blanca como la nieve, roja como la sangre. El autor, doctor en Letras Clásicas y profesor de instituto, pone el acento, como en el resto de sus anteriores escritos, en la problemática existencial de los adolescentes que ha ido conociendo al impartir sus clases durante varios años. Con ellos mantiene una intensa relación epistolar, en la que le cuentan, con abierta franqueza, sus situaciones personales más intrincadas y complejas, a las que D’Avenia responde transmitiéndoles esperanzadoras orientaciones.
El autor imagina sostener una entrañable conversación con Giacomo Leopardi, uno de los más reconocidos poetas y prosistas italianos del siglo XIX. Inspirándose en sus poemas, D’Avenia va destilando un conjunto de reflexiones, con objeto de enaltecer el sentido de la verdad, la bondad y la belleza existentes en nuestra vida. El autor considera que se nos está olvidando el arte de ser felices y nos conformamos con cruzar cansinamente una repetitiva sucesión de días sin alegría. La época de las pasiones tristes −como alguien ha definido nuestra época−, ebria de emociones superficiales, pero sedienta de amores profundos, son como el grito de angustia de una generación que oscila entre la ansiedad y la huida de la realidad, olvidando de dónde viene y a dónde va, suspendido en la angustia de un torbellino sin saber si retroceder o ir hacia adelante, y no aprendiendo el fatigoso oficio de vivir día a día, hasta el punto de convertirlo en el arte de la alegría cotidiana.
D’Avenia se dirige con tierno reconocimiento a Giacomo Leopardi, agradeciéndole que le haya develado el secreto de la felicidad, a pesar de que el destino humano de Giacomo estuvo marcado por la enfermedad, los sufrimientos, la incomprensión y un cuerpo deformado por la joroba. ¿Qué adolescente se relacionaría con un tipo así que murió a los 38 años? Por eso aceleraba los tiempos de su vida interior, descubriendo que su arrebato le impedía conocer el cansancio, en el que su pasatiempo preferido era contar las estrellas con unos sentidos finísimos de depredador de felicidad. De ahí el efecto real que tienen los poemas de Giacomo sobre el interior de los adolescentes. A pesar de sus limitaciones, fue un cazador de belleza entendida como plenitud que se manifiesta en las cosas de todos los días, como solo el amor y el dolor, la escritura y la lectura pueden hacerlo.
Analizando los poemas de Giacomo, D’Avenia orienta a sus alumnos en el arte de tener esperanza, de ser frágiles, de morir o en el arte de renacer. Con el arte aprendemos a mejorar día a día para que cada etapa esté iluminada por un fuego que no se apaga, el de la pasión feliz de estar en el mundo como poetas de lo cotidiano y no como supervivientes o pálidos comparsas. La vida cotidiana puede convertirse en un terreno fértil donde cultivar nuestros deseos… instantes que el autor los define como «de arrebatamientos», el de sentimos arrebatados cuando un fragmento de realidad nos llama a salir de nosotros, apropiándonos con mayor profundidad de nuestro yo auténtico.
El profesor pregunta a sus alumnos qué momentos de arrebatamiento han vivido durante los últimos años, los instantes en que la llamada del mundo real los había arrebatado y conducido al interior de sí mismos, haciéndolos exclamar: «este es mi hogar, así es como me gustaría habitar en el mundo». Los adolescentes buscan casa anclada en las estrellas, en contacto con una naturaleza que les narre el infinito y que con su belleza les remita a una pureza simultáneamente virginal, indomable y peligrosa. Sus corazones melancólicamente sedientos de infinitud son una parte esencial de este arrebatamiento. «Un adolescente sin asombro es un adolescente sin arrebatamiento, igual que el arte sin asombro es fría técnica o provocación efímera».
Giacomo:«el mundo tenía que conocer el precioso y frágil secreto que habías descubierto en una simple primavera, en un simple cielo nocturno dominado por la luna y las estrellas». Los adolescentes pierden a menudo esa esperanza a causa de los adultos, y viven inmersos en narraciones desesperantes que se imponen sobre la realidad, sobre la exploración de lo posible, porque quien tendría que ser testigo del futuro carece de destino: genera vocaciones solo el que ha encontrado la suya y la vive. El niño pregunta por qué hay estrellas, el adolescente pregunta cómo se llega a ellas.
Giacomo: A ti no te bastaba una biblioteca para ser feliz, por eso buscabas el amor y la amistad como todos los adolescentes. Estos con su sed de libertad, no quieren control sino apertura, aceptación, afirmación, vocación, objetivos… Se habla mucho de los adolescentes, pero se habla demasiado poco con los adolescentes, a los que les hemos dado todo lo que se precisa para disfrutar de la vida, pero no les hemos dado una razón por la que vivirla, confundiendo la felicidad con el bienestar, los sueños con el consumo.
Giacomo: Las palabras de tu poesía son instrumentos que ayudan a afrontar la vida de todos los días, a habitar sus luces y sus sombras, porque consiguen ponerle voz al grito del corazón silencioso… ¿cómo has permanecido fiel a tu arrebatamiento, como has seguido manteniendo la esperanza sin perderte, aplastado por los límites que te impuso la vida? ¿Cómo has logrado mantener vivos todos los puntos interrogativos de tus poesías? ¿Cómo eres capaz de afrontar la vida con ese valor, tomar la melancolía como compañera de viaje y, no obstante, crear tanta belleza?
Esta generación quiere testigos antes que maestros… Giacomo Leopardi nos recuerda que tan loco es un pensamiento sin corazón cómo un corazón sin pensamiento. Si apagásemos esta noche todas las luces y miráramos el cielo en silencio sabríamos que la belleza y la gratitud nos salvan de estar perdidos debido a nuestras carencias de destinación. Ser consciente de la mortalidad, de nuestra fragilidad, es lo que le abre al hombre a lo esencial de la vida.