El Santo Padre reflexiona sobre el significado de la Navidad en la Audiencia general
Queridos hermanos y hermanas:
Dedico la catequesis de hoy a reflexionar sobre el significado de la Navidad. En nuestros días, estamos asistiendo a una especie de «desnaturalización» de la Navidad. En nombre de un falso respeto ante quien no es cristiano, muchas veces se esconde la voluntad de marginar la fe, eliminando todo tipo de referencia al nacimiento de Jesús. Sin embargo, el verdadero sentido de estas fiestas se encuentra en Jesús, es Él quien da sentido a todo lo que celebramos.
Nosotros, como los pastores del Evangelio, estamos llamados a buscar la verdadera luz que es Jesús, que es el don de Dios a la humanidad que se encuentra inmersa en la oscuridad de la noche. Cuando acogemos a Jesús en nuestras vidas, nos convertimos en un don para los demás. Por este motivo, nosotros los cristianos nos intercambiamos regalos, porque el verdadero don para nosotros es Jesús y, como Él, queremos ser don para los demás.
Jesús viene a este mundo y los primeros destinatarios de su venida son los pequeños y despreciados, con los que establece una amistad que continúa en el tiempo. Con ellos, en cada momento, Dios desea construir un mundo nuevo en el que no haya más personas rechazadas, descartadas ni maltratadas.
Queridos hermanos y hermanas, buenos días:
Hoy quisiera detenerme con vosotros en el significado de la Navidad del Señor Jesús, que en estos días estamos viviendo con fe y con las celebraciones. La construcción del pesebre y, sobre todo, la liturgia, con sus Lecturas bíblicas y sus cantos tradicionales, nos han hecho revivir «el hoy» en que «ha nacido para nosotros el Salvador, el Cristo Señor» (Lc 2,11).
En nuestros tiempos, especialmente en Europa, asistimos a una especie de “desnaturalización” de la Navidad: en nombre de un falso respeto, que no es cristiano, que a menudo esconde la voluntad de marginar la fe, se elimina de la fiesta toda referencia al nacimiento de Jesús. Pero, en realidad, ¡ese acontecimiento es la única verdadera Navidad! Sin Jesús no hay Navidad; es otra fiesta, pero no la Navidad. Y si en el centro está Él, entonces también todo el entorno, es decir, las luces, los sonidos, las varias tradiciones locales, incluidas las comidas típicas, todo concurre a crear la atmósfera de la fiesta, pero con Jesús en el centro. Si le quitamos a Él, la luz se apaga y todo se vuelve postizo, aparente.
A través del anuncio de la Iglesia, nosotros, como los pastores del Evangelio (cfr. Lc 2,9), debemos buscar y encontrar la verdadera luz, la de Jesús que, hecho hombre como nosotros, se muestra de modo sorprendente: nace de una pobre muchacha desconocida, que lo da a luz en un establo, con la única ayuda de su marido... ¡El mundo no se da cuenta de nada, pero en el cielo, los ángeles que lo saben, exultan! Y es así como el Hijo de Dios se presenta también hoy a nosotros: como el don de Dios para la humanidad que está inmersa en la noche y en el torpor del sueño (cfr. Is 9,1). Y todavía hoy asistimos al hecho de que a menudo la humanidad prefiere la oscuridad, porque sabe que la luz desvelaría todas esas acciones y pensamientos que nos harían ruborizar o remorder la conciencia. Así, se prefiere permanecer en la oscuridad y no cambiar las propias costumbres equivocadas.
Nos podemos preguntar entonces qué significa acoger el don de Dios que es Jesús. Como Él mismo nos enseñó con su vida, significa convertirse diariamente en un don gratuito para los que se encuentran en su camino. Por eso en Navidad se intercambian regalos. El verdadero regalo para nosotros es Jesús y, como Él, queremos ser don para los demás. Y, si queremos ser don para los demás, intercambiamos regalos, como signo, como señal de esa actitud que nos enseña Jesús: Él, enviado del Padre, fue don para nosotros, y nosotros somos dones para los demás.
El apóstol Pablo nos ofrece una clave de lectura sintética, cuando escribe −es bonito este pasaje de Pablo−: «Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres, enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente» (Tt 2,11-12). La gracia de Dios “ha aparecido” en Jesús, rostro de Dios, que la Virgen María dio a luz como todo niño de este mundo, pero que no vino “de la tierra”, vino “del Cielo”, desde Dios. De este modo, con la encarnación del Hijo, Dios nos ha abierto la vía de la vida nueva, fundada no en el egoísmo sino en el amor. El nacimiento de Jesús es el gesto de amor más grande de nuestro Padre del Cielo.
Y, finalmente, un último aspecto importante: en Navidad podemos ver cómo la historia humana, la movida por los poderosos de este mundo, es visitada por la historia de Dios. Y Dios involucra a los que, confinados a los márgenes de la sociedad, son los primeros destinatarios de su don, es decir −el don− la salvación traída por Jesús. Con los pequeños y despreciados Jesús establece una amistad que continúa en el tiempo y que nutre la esperanza por un futuro mejor. A estas personas, representadas por los pastores de Belén, «apareció una gran luz» (Lc 2,9-12). Eran marginados, estaban mal vistos, despreciados, y ellos son los primeros a los que se les aparece la gran noticia. Con estas personas, con los pequeños y despreciados, Jesús establece una amistad que sigue en el tiempo y que nutre la esperanza por un futuro mejor. A estas personas, representadas por los pastores de Belén, se les apareció una gran luz, que los condujo derechos a Jesús. Con ellos, en todo tiempo, Dios quiere construir un mundo nuevo, un mundo donde ya no haya personas rechazadas, maltratadas ni indigentes.
Queridos hermanos y hermanas, en estos días abramos la mente y el corazón a acoger esta gracia. Jesús es el don de Dios para nosotros y, si lo acogemos, también nosotros podemos serlo para los demás −ser don de Dios para los demás−, en primer lugar para los que nunca han experimentado atención y ternura. Cuánta gente en su vida jamás ha experimentado una caricia, una atención de amor, un gesto de ternura... La Navidad nos empuja a hacerlo. Así Jesús viene a nacer una vez más en la vida de cada uno de nosotros y, a través de nosotros, sigue siendo don da salvación para los pequeños y excluidos.
Me alegra dar la bienvenida a los peregrinos francófonos, en particular a los fieles de la diócesis de Séez, con su obispo, Mons. Jacques Habert, y a las familias de la diócesis de Cambrai. Queridos amigos, en este tiempo de Navidad, que Jesús pueda nacer también en vuestras vidas y, a través de vosotros, convertirse en don de salvación para los más pequeños y para los excluidos. Feliz Navidad y que Dios os bendiga.
Saludo a los peregrinos de lengua inglesa presentes en esta Audiencia, especialmente a los de Estados Unidos de América. A vosotros y a vuestras familias os deseo que protejáis la alegría de este tiempo de Navidad, encontrando en la oración al Príncipe de la Paz, que desea hacerse cercano a todos. Dios os bendiga.
Un saludo de corazón dirijo a los peregrinos de lengua alemana. El Misterio de la Navidad debe tener lugar también en cada uno de nosotros, como dijo el Peregrino Querúbico: «Ay, si pudiera tan sólo hacerse pesebre tu corazón, se haría Dios otra vez niño en esta tierra». Que el Señor nos acompañe a llevar su paz y su amor a los hombres y mujeres de nuestro tiempo.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los venidos de España y Latinoamérica. En estos días los animo a abrir la mente y el corazón para acoger a Jesús que es el don de Dios para nosotros, y si lo acogemos también nosotros podremos serlo para los demás, especialmente para los necesitados de atención y de ternura. Que Dios los bendiga. Muchas gracias.
Queridos peregrinos de lengua portuguesa, os deseo a vosotros y a vuestras familias una Navidad verdaderamente cristiana, de tal modo que los deseos de «Felices Fiestas», que intercambiamos entre nosotros, sean expresión de la alegría que sentimos por saber que Dios está presente en medio de nosotros y camina con nosotros. A todos deseo un Feliz Año Nuevo, lleno de las bendiciones de Dios Niño.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua árabe, en particular a los provenientes de Siria, Irak, Tierra Santa y Medio Oriente. El nacimiento de Jesús es el cumplimiento de las promesas divinas. Dios no ama con palabras, Su amor no se limita al envío de profetas, mensajeros o testigos, sino que le lleva a abrazar nuestra debilidad y nuestra condición humana para devolvernos la dignidad filial perdida. La encarnación de Dios es la prueba cierta de la autenticidad de su amor: quien ama de verdad se identifica con el amado. Que el Señor os bendiga y muchas felicidades de gloriosa Navidad y feliz año nuevo.
Saludo cordialmente a los peregrinos polacos. Queridos hermanos y hermanas, en estos días abramos la mente y el corazón para recibir el don del amor de Dios que es Jesús, su Hijo nacido de la Virgen María. Si lo acogemos en la vida ordinaria, también nosotros podemos ser don para los demás. Agradezco mucho las felicitaciones navideñas que llegan de Polonia y de todo el mundo, y sobre todo las oraciones por mis intenciones. Os ruego que me recordéis siempre ante el Señor. Os bendigo de corazón.
Acojo con la alegría del ambiente navideño a los queridos peregrinos de lengua italiana. Saludo a los artistas y a los obreros del Golden Circus de Liana Orfei, y les agradezco su agradable exhibición. ¡El arte circense, como la belleza, siempre nos acerca a Dios! Y vosotros, con vuestro trabajo, con vuestro arte, acercáis a la gente a Dios. Gracias por lo que hacéis. Saludo a la Hermandad Santísima Annunziata en Panza d’Ischia en el 4° centenario de su fundación, al grupo del departamento de pediatría del Hospital de Padua y a los grupos parroquiales, particularmente a los fieles de Gromlongo de Palazzago, de Vignanello, de Aprilia, de Curno y de Catanzaro. En este Tiempo de Navidad tengamos ante los ojos el maravilloso misterio de Jesús, don de Dios para toda la humanidad. Sin Jesús, recordémoslo, no es Navidad, es otra cosa.
Con gusto saludo especialmente a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Queridos jóvenes, sabed ser fuertes en la fe, mirando al divino Niño que, en el misterio de la Navidad, se ofrece como don a toda la humanidad. Queridos enfermos, deseo que descubráis, en la vívida luz de Belén, el sentido de vuestro sufrimiento. Y os animo a vosotros, recién casados, a mantener constantes, al construir vuestra familia, el amor y la entrega más allá de todo sacrificio.
Fuente: vatican.va / romereports.com.
Traducción de Luis Montoya.
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