Les deseo una Navidad esperanzada y acompañada con la alegría de los niños y con la esperanza tenaz de los que creen, no solo en los propósitos de año nuevo, sino en los diarios
Entiendo muy bien que haya gente que teme la Navidad, porque se puede convertir en un tiempo de recuerdos dolorosos a medida que se van produciendo las ausencias, cuando empiezan a faltar personas a las que se ha querido mucho. La cultura antigua pensaba en el hombre como un ser que olvida e idearon todo un sistema educativo basado en la memoria, en asegurar o en despertar el recuerdo. Pero no, el hombre es, sobre todo, un ser que recuerda. Quizá por eso, la tradición judía y luego la cristiana, aunque daban mucha importancia al recuerdo −de hecho, la Navidad es una conmemoración, es decir, un recuerdo−, entendían más bien que el hombre es un ser que espera y, por eso, de algún modo inventaron la historia: un proceso hacia adelante, no meramente cíclico. Los judíos esperan al Mesías, los cristianos esperamos verlo y vernos en su gloria.
Para no tener miedo a la Navidad resulta imprescindible que nuestra parte esperanzada gane en la pelea con la nostálgica, que pese más el futuro que el pasado, incluso cuando el presente parezca augurar nada bueno o nada mejor. Porque esta visión pesimista no es navideña: ¿quién diría hoy que un niño nacido en un pesebre, sin más compañía que la de sus padres, puede conquistar el mundo? La Navidad es futuro y alegría optimista, por eso la disfrutan tanto los niños y los que saben regalar.
Les deseo una Navidad esperanzada y acompañada −qué tristeza esas noticias sobre el número creciente de personas que mueren solas−, con la alegría de los niños y con la esperanza tenaz de los que creen, no solo en los propósitos de año nuevo, sino en los diarios. Muchísimas felicidades para la Navidad, para el 2018, para todos y para siempre.