En repetidas ocasiones, conversando con padres he manifestado mi opinión acerca del tiempo de calidad que brindamos a los más chicos de casa
Como padres tenemos la obligación, el deber y la responsabilidad de formar a nuestros hijos de manera tal que sean autónomos, independientes y capaces de manifestar acciones de empatía con el otro, reforzando la práctica de la propia voluntad y libertad que cada individuo por ser persona posee. Eso es posible a través de la educación en valores.
En repetidas ocasiones, conversando con padres he manifestado mi opinión acerca del tiempo de calidad que brindamos a los más chicos de casa. Es notorio cómo parece que no tenemos tiempo; el trabajo y la rutina absorben deliberadamente a padres e hijos, que llegan cansados a casa limitando los espacios de conversación familiar.
El ser humano, que es un ser social por naturaleza, requiere manifestar a otros lo que por dentro le ocurre −pensamientos, ideas, anhelos, temores− pero al no contar con el tiempo, al estar constantemente ocupados −activismo disfrazado de obligaciones− se va silenciando “algo” que de por sí es natural; es por ello que a veces sentimos un vacío que no entendemos, que ante el silencio de nuestra propia voz nos sentimos desconcertados y todo esto se convierte en un círculo vicioso y para llenar ese vacío nos saciamos de materialismos que realmente no satisfacen ni solucionan dicha realidad, por el contrario, van desvirtuando la esencia misma del hombre.
Damos mucho en materialismos y poco de lo intangible.
El tiempo de calidad radica en pequeños espacios donde sacamos y damos lo mejor de lo que llevamos dentro; es cenar juntos y conversar sobre lo bueno y lo no tan bueno que vivimos durante el día, es cuestionarnos sobre aquello que hicimos en el día, ver cómo resolvimos una situación, etc. compartiéndolo en familia y escuchando todas las opiniones. Tiempo de calidad es disfrutar la compañía de los seres queridos, conocerlos, quererlos, escucharlos y apreciar la existencia de cada uno por ser único e irrepetible.
Lo anterior es una introducción al tema que se desea hoy plantear, un tema que se da en las escuelas y que siempre ha existido, pero ahora, con tanta información sin filtro y redes sociales desbordadas, se ha magnificado. El bullying.
A mi criterio el bullying es la manifestación de un grito interior, es el resultado de chicos que no son escuchados, recordemos que el miedo y las inseguridades se manifiestan a través de la sumisión o la agresión.
Agresión: muchos de los agresores son estudiantes que atacan para no ser atacados y esconder sus propias carencias emocionales, son niños que pueden contar con un exceso de atención que no les ha permitido crear limites o de una falta de atención que es enfocada de una manera inadecuada, por supuesto también hay casos más extremos, no siendo la media, donde los agresores disfrutan haciendo daño.
Sumisión: Los chicos más sumisos tienden a ser introvertidos, quizá más ingenuos, pueden demostrarse débiles o frágiles, con inhabilidad para buscar soluciones, y ser incapaces de manifestar lo que les ocurre por temor a que empeore la situación.
Pues bien, ¿cómo contrarrestar esto, según mi opinión personal?
En mi anterior artículo hablaba de la importancia, de la necesidad, de que los padres se involucren y conozcan todo acerca de sus hijos y del colegio al cual sus hijos van. Reforzaba que son los padres los primeros educadores y que con el apoyo de la escuela y los docentes se dan las herramientas necesarias para que cada individuo se desarrolle integralmente.
La realidad es que los hijos no vienen con un manual debajo del brazo. Hay que brindarles espacios donde se puedan expresar, decir lo que sienten, limitar cuando sea necesario, dar responsabilidades en casa, no por un premio sino por la satisfacción de propio esfuerzo que ese quehacer conlleva, aceptar los fallos, pedir disculpas cuando sea necesario, dar afecto y autoridad, evitar los gastos superfluos y no llenarles de cosas materiales, estar atentos al uso de las redes sociales, educar en la intimidad, hablar los temas con naturalidad. Y con todo esto, ante cualquier duda, pedir apoyo a personas que sabemos que son consecuentes y que en su vida se han manifestado como prudentes, sensatos y coherentes, pudiendo ser estos los abuelos o hasta los mismos pedagogos o docentes de la escuela.
Como docentes debemos estar atentos a todo lo que ocurre en el aula y debemos detenernos a conocer a cada alumno de manera singular. Ante una situación no deseada, no importan lo simple pueda parecer, estamos en la obligación de informar a los padres, reuniéndonos individualmente con cada familia para así conocer sus puntos de vista y darles herramientas que en casa les permitan subsanar los verdaderos conflictos que se puedan estar presentando y que se manifiestan en la conducta de sus hijos. Para ello se requiere de prudencia y cariño por parte del docente, y de sinceridad y humildad por parte de los padres para aceptar las posibles soluciones que se les presenten, recordemos que tanto docentes como padres lo que deseamos es el bienestar de los niños.
“Las familias felices hacen niños felices”, eso no quiere decir que no existan conflictos que nos apremien, lo que significa es que con empeño y amor, creciendo como personas virtuosas y luchadoras, podemos ir dirigiendo cada acción de nuestra vida hacia nuestro propio bien.
Desde muy chicos debemos educar en valores, y eso se logra mediante esfuerzo y voluntad. Los hábitos buenos se convierten en virtudes mientras que los hábitos no tan buenos se trasforman en vicios. Una persona que realiza muchos hábitos buenos se hace cada vez más virtuosa logrando alcanzar valores que luego surgen en su actuar de manera espontánea.
Jeyny Santana de Parisi
Licenciada en Educación Integral y Máster en Matrimonio y Familia
Fuente: forofamilia.org.
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