En la Audiencia Jubilar el Papa se refirió a dos aspectos que califican la misericordia de Dios: el perdón de los pecados y la conversión
En la catequesis jubilar del sábado 18 de junio el Santo Padre se encontró con miles de peregrinos que vienen a participar en la Audiencia general. Se trata de un evento especial que realiza mensualmente en la plaza de San Pedro por el Jubileo.
El Papa se refirió a dos aspectos que califican la misericordia de Dios: el perdón de los pecados y la conversión.
Texto de la catequesis del Papa traducida al español
Después de su resurrección, Jesús apareció varias veces a los discípulos, antes de ascender a la gloria del Padre. El texto del Evangelio que acabamos de escuchar (Lc 24,45-48)1 narra una de esas apariciones, en la que el Señor indica el contenido fundamental de la predicación que los apóstoles tendrán que ofrecer al mundo. Podemos sintetizarla con dos palabras: “conversión” y “perdón de los pecados”. Son dos aspectos que caracterizan la misericordia de Dios que, con amor, cuida de nosotros. Hoy tomemos en consideración la conversión.
¿Qué es la conversión? Está presente en toda la Biblia, y de modo particular en la predicación de los profetas, que invitan continuamente al pueblo a “volver al Señor” pidiéndole perdón y cambiando su estilo de vida. Convertirse, según los profetas, significa cambiar la dirección de la marcha y dirigirse de nuevo al Señor, basándose en la certeza de que Él nos ama y su amor es siempre fiel. Volver al Señor.
Jesús hizo de la conversión la primera palabra de su predicación: Convertíos y creed en el Evangelio (Mc 1,15), es decir, mirad y volved atrás; eso es convertirse. Con este anuncio se presenta al pueblo, pidiendo acoger su palabra como la última y definitiva que el Padre dirige a la humanidad (cfr. Mc 12,1-11). Respecto a la predicación de los profetas, Jesús insiste aún más en la dimensión interior de la conversión. En ella toda la persona está implicada, corazón y mente, para ser una criatura nueva, una persona nueva. Cambia el corazón y uno se renueva.
Cuando Jesús llama a la conversión no se erige como juez de las personas, sino que lo hace a partir de la cercanía, compartiendo la condición humana, y por tanto el camino, la casa, la mesa... La misericordia con los que tenían necesidad de cambiar de vida se realizaba con su presencia amable, para involucrar a cada uno en su historia de salvación. Jesús persuadía a la gente con amabilidad, con amor, y con ese comportamiento Jesús tocaba el fondo del corazón de las personas y estas se sentían atraídas por el amor de Dios y empujadas a cambiar de vida. Por ejemplo, las conversiones de Mateo (cfr. Mt 9,9-13) y de Zaqueo (cfr. Lc 19,1-10) fueron justo de ese modo, porque sintieron ser amados por Jesús y, a través de Él, por el Padre. La verdadera conversión sucede cuando acogemos el don de la gracia; y un claro signo de su autenticidad es que nos damos cuenta de las necesidades de los hermanos y estamos dispuestos a ir a su encuentro.
Queridos hermanos y hermanas, ¡cuántas veces también nosotros sentimos la exigencia de un cambio que implique toda nuestra persona! Y cuántas veces nos decimos: “Tengo que cambiar, no puedo seguir así. Mi vida, por ese camino, no dará fruto, será una vida inútil y no seré feliz”. Cuántas veces nos vienen esos pensamientos, ¿verdad? ¡Cuántas veces! Y Jesús junto a nosotros, con la mano tendida nos dice: “Ven: ven a mí. El trabajo lo hago yo. Yo te cambiaré el corazón. Yo te cambiaré la vida. Yo te haré feliz”. ¿Pero nosotros creemos eso o no? ¿Creemos o no? ¿Qué pensáis: creéis en eso o no? Menos aplausos y más voces: ¿creéis o no creéis? (la plaza responde: “Sí”). ¡Es así! Y Jesús, que está con nosotros, nos invita a cambiar de vida. Es Él, con el Espíritu Santo quien nos siembra esa inquietud para cambiar de vida y ser un poco mejores. Sigamos esa invitación del Señor y no pongamos resistencia, porque solo si nos abrimos a su misericordia, encontraremos la verdadera vida y la verdadera alegría. Solo abrirle la puerta y Él hace el resto. Él lo hace todo, pero hay que abrir el corazón para que Él pueda curarnos y sacarnos adelante. ¡Os aseguro que seremos más felices!