Nuestra sociedad global e intercultural se esfuerza en mejorar el bienestar de los individuos, dotarlos de valores positivos y fortalecer su desarrollo integral. ¿Cómo?
Entre las múltiples realidades, la investigación sociológica y antropológica destaca con perfil nítido el mejor escenario para el desarrollo: la familia estable. Encarnada en los pliegues de la historia, atraviesa siglos y milenios, se tensa y adapta a nuevas circunstancias, siempre antigua y siempre renovada. ¿Podrá nuestra sociedad cambiante e intercultural llegar a algunos acuerdos sobre el futuro de la familia y determinar qué políticas públicas convienen más, sin partir de convicciones religiosas o ideológicas?
Por distintas circunstancias, la importancia de la familia comprometida y, por tanto, estable resulta cada vez más evidente en el contexto global, como remedio al envejecimiento de la población y sus consecuencias.
El informe “La familia sostenible”, realizado por The Family Watch y que resume 115 estudios diferentes, señala que:
1. Quienes dan origen a una familia estable tienen mayor esperanza de vida y menores índices de enfermedades mentales, alcoholismo y violencia doméstica. Respecto a los hijos de familias estables, dichos estudios muestran menores índices de mortalidad infantil, menores índices de alcoholismo y drogadicción, menores índices de delincuencia a partir de la pubertad, mejores resultados académicos, menor incidencia de enfermedades mentales y menos embarazos no deseados. Incluso desde un punto de vista económico, muestran que la familia estable es la opción que menor costo supone, tanto para sus miembros como para el Estado.
2. Otros cifran el costo de las rupturas familiares para el Estado en varios miles de millones de euros, teniendo en cuenta la carga que supone sus consecuencias en prestaciones sociales, seguridad social, acogida de menores, etcétera. Además, concluyen que los miembros de familias estables son más disciplinados en el cumplimiento de las normas legales y sociales, y son los que luego mejor contribuyen a la financiación de la seguridad social.
El proyecto de la Comisión Europea “Families and Societies” es la mayor investigación sobre temas familiares llevada a cabo en Europa y cuenta con partners académicos tan prestigiosos como las universidades de Oxford, Estocolmo, Amberes y Lovaina, o la Academia de Ciencias Sociales de Austria, el Instituto Nacional de Estudios Demográficos francés, la London School of Economics and Political Science o el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, entre otros.
“Como que la estabilidad familiar ha sufrido un continuo declive en ese entorno donde surge la vida −y en muchos países−, niños y adultos tienen que afrontar hoy dificultades para su bienestar, no sólo material sino también afectivo. Con frecuencia, tienen que convivir con familias disfuncionales −rotas por el abuso, la separación o el divorcio− o en las que falta el padre. Además, esto sucede especialmente en los sectores más desfavorecidos de la sociedad y a sus miembros más débiles. Concretamente, a los ancianos, las mujeres, los arruinados y los niños”, según hemos manifestado en una de nuestras intervenciones ante la Comisión de Desarrollo Social de Naciones Unidas.
La familia encuentra así su sitio desde su consideración de entorno en el que los valores éticos y culturales se adquieren de forma natural, como señala la reciente resolución de la Asamblea General de las Naciones Unidas, al reconocer que “la familia tiene la responsabilidad primordial en el cuidado y la protección de los niños y que los niños, para el desarrollo pleno y armonioso de su personalidad, deben crecer en el seno de una familia y en un ambiente de felicidad, amor y comprensión”.
La importancia de la familia puede verse muy clara en algunas circunstancias actuales, en un doble sentido: porque su causa tiene que ver con la falta de atención a las familias y porque ponen de relieve la trascendencia que la familia tiene para afrontarlas de la mejor forma posible.
En primer lugar, la incapacidad actual de la sociedad para integrar a un número creciente de jóvenes. La OIT ha insistido en que el desempleo juvenil y las situaciones que llevan a los jóvenes a renunciar a la búsqueda de empleo o a trabajar en condiciones inadecuadas suponen un costo para la economía, la sociedad, el individuo y su familia.
La falta de trabajo digno, si se experimenta a temprana edad, puede representar una amenaza para las perspectivas laborales futuras de una persona y suele suponer patrones de comportamiento laboral inapropiados que perduran toda la vida.
Las sociedades pierden lo que han invertido en la educación y los gobiernos reducen sus ingresos al sistema de seguridad social y se ven obligados a gastar más en políticas sociales, como programas de prevención del uso de drogas y el crimen. Como esto amenaza el potencial de desarrollo de las economías, tiene sentido para un país centrarse en la juventud desde un punto de vista del análisis costo-beneficio (International Labour Office, «Global Employment Trends for Youth – Special issue on the impact of the global economic crisis on youth», 2010).
Más aún, la falta de integración de los jóvenes en el mercado laboral termina provocando un círculo vicioso de pobreza intergeneracional y exclusión social, ya que afecta al segmento de población que tiene más tiempo de vida por delante y, a menudo, que se les fuerce a emigrar o a abrirse camino a través de la violencia y la delincuencia juvenil, a tener una autoestima escasa y al desánimo que suele preceder a las adicciones y otros problemas de salud.
Es cada vez más frecuente que hijos mayores de edad permanezcan en el hogar paterno y no aporten el costo que ello supone, al menos del todo, especialmente si aún no tienen un empleo, hasta el punto de que nunca tantos jóvenes han dependido de sus padres y abuelos durante tanto tiempo: se ha pasado del “síndrome del nido vacío” al “síndrome del nido lleno”.
En todo caso, hombres y mujeres esperan cada vez más a afianzarse en el mercado laboral antes de fundar una familia, lo que contribuye a aumentar la edad en la que nace el primer hijo, a disminuir el número de hijos respecto a generaciones anteriores, a incrementar el envejecimiento de la población y a multiplicar la tasa de dependencia.
Un informe de las Naciones Unidas profundiza en otro de estos aspectos: el cambio radical en el posicionamiento social de los abuelos y, en general, de los mayores. “El envejecimiento de la población es una de las tendencias más significativas en el siglo XXI… Dado que actualmente una de cada nueve personas tiene 60 años de edad o más y que las proyecciones indican que la proporción será de una de cada cinco personas hacia el 2050, el envejecimiento de la población es un fenómeno que ya no puede ser ignorado”.
Para que ese envejecimiento no suponga una carga social, hay que plantear esa etapa como un ‘envejecimiento activo’, definido por la OMS como “el proceso de optimización de las oportunidades de salud, participación y seguridad con el fin de mejorar la calidad de vida a medida que las personas envejecen”. Implica entender esta etapa de la vida como un ciclo más de crecimiento personal, añadiendo vida a los años y no solamente años a la vida. Para conseguirlo, tienen especial importancia las relaciones entre las distintas generaciones que conviven en una misma época, dentro y fuera del ámbito familiar, que naturalmente comienzan y son más frecuentes en la familia.
Hay que tener en cuenta que “sentirse necesario” es uno de los predictores de longevidad. En la mayor parte de estudios longitudinales las personas mayores que se sienten necesitadas por los suyos suelen vivir más y mejor. Resulta por tanto obsoleta la idea de que la gente mayor es la que recibe el cuidado de la familia. Ello es parcialmente cierto y ocurre, sobre todo, en personas mayores con serios problemas de salud. Sin embargo, son las personas mayores quienes, en mayor proporción, son cuidadoras de los otros miembros de la familia.
En el mundo de hoy, los padres necesitan, para poder afrontar la vida cotidiana, que ambos trabajen y, por tanto, que “alguien” cuide de los hijos. Es cierto que existen guarderías, que la educación formal en la escuela comienza en edades tempranas, pero ello no es suficiente, y es entonces cuando los abuelos ejercen un papel esencial de cuidadores familiares.
La investigación de las relaciones abuelos-nietos es amplia; sus resultados más importantes ponen de relieve que estas relaciones son recordadas como las más entrañables de la vida, los abuelos son no sólo cuidadores sino transmisores de experiencias familiares y se les percibe como fuente de valores positivos. Finalmente, vale la pena recordar el papel extraordinario que los abuelos ejercen con los nietos como transmisores del saber, la historia y de los propios vínculos familiares, de los ancestros.
En este contexto, la International Federation for Family Development (IFFD) se encuentra en una posición incomparable para hablar de nuestra experiencia: ninguna otra organización de la sociedad civil abarca tantos países ni llega a tantas personas, con una acción que resulta especialmente valiosa por dos motivos: porque se centra en prevenir los conflictos −de forma semejante a como la medicina preventiva ha supuesto una revolución para la salud pública− y porque no impone un recetario, sino que enseña a buscar soluciones personalizadas para cada situación: parafraseando el conocido proverbio, enseña a pescar en lugar de dar un pez.
La solución no es reemplazar a las familias, sino tratar de ayudarlas y empoderarlas siempre que sea posible. “Los gobiernos no podrían reemplazar completamente las funciones que las familias cumplen para beneficio de sus miembros y provecho de toda la sociedad. Como ha señalado acertadamente Bogenschneider en su informe sobre el impacto familiar de las leyes en EE UU, “la familia es el sistema más potente, más humano y más barato −con diferencia− que se conoce para transmitir competencia y carácter”. Pero las familias siempre llegan más lejos en un entorno político favorable, en el que, por ejemplo, los centros educativos favorezcan la participación de los padres, las empresas reconozcan las obligaciones familiares de sus trabajadores, las organizaciones tengan a la familia como el centro de su ideario y su práctica, y las leyes secunden el papel de los miembros de la familia como cuidadores, padres, cónyuges y trabajadores. Un cometido esencial de los gobiernos consiste en complementar y apoyar las inversiones privadas que hacen las familias”.
Es decir, la intervención del Estado no es eficaz cuando suple a la familia, pero sí que resultan hoy más necesarios que nunca las políticas y los programas de ayuda pública, porque el sistema de apertura a la vida por parte de las parejas ya no puede darse por supuesto. Por diversos motivos, hay que premiar de alguna manera a quienes deciden tener hijos y educarlos, frente a quienes prefieren no tenerlos y contar con más recursos. Unos y otros se beneficiarán igualmente en el futuro de esos hijos, que serán los profesionales necesarios para que la sociedad funcione y, en muchos casos, para que la balanza fiscal siga estando equilibrada. El tiempo, el esfuerzo y el dinero que las familias invierten en sus hijos debe tener un retorno social y económico por parte de la sociedad que se beneficia de ello, con instrumentos políticos que promuevan esas familias generosas.
Conviene segmentar todavía más la afirmación anterior, aprovechando las aportaciones de Catherine Hakim, que demuestra que las mujeres no son un colectivo homogéneo sobre el que quepa generalizar. En función de su “teoría de la preferencia”, distingue tres grupos de mujeres según sus aspiraciones y prioridades en la relación familia-trabajo.
En primer lugar estaría el grupo de las mujeres centradas en su carrera profesional, que representan en torno al 20% de la población femenina. Otro grupo, con un porcentaje prácticamente idéntico, reuniría a las mujeres que dan prioridad absoluta a sus hijos y preferirían no trabajar.
Estos dos grupos tienden a ser muy estables y poco influenciables por políticas laborales o familiares a la hora de escoger sus opciones de vida, pero existe un tercer grupo, el más numeroso −aproximadamente un 60% de las mujeres−, que busca “lo mejor de ambos mundos”. Este grupo, que Hakim bautiza como adaptive group, trata de lograr el equilibrio entre la realidad familiar y profesional, y depende mucho del contexto político en que se encuentre (Hakim, C. Work-lifestyle choices in the 21st century: preference theory, Oxford University Press, 2000).
Hay que añadir además que no influye sólo que el contexto favorezca la maternidad −en el sentido de que aporte la necesaria flexibilidad al mercado laboral que la permita, en lugar de la rigidez que supone un mercado hecho a medida del hombre, man-tailored−, sino que ese contexto tenga garantías de estabilidad, como demuestra el ejemplo de Francia. Si cada cambio de gobierno o de orientación política supone un cambio de contexto, falta la seguridad necesaria para un proceso que dura muchos años, como el de la crianza y educación de los hijos.
En realidad, el claro avance del posicionamiento de la IFFD en las Naciones Unidas y otras organizaciones internacionales responde a un planteamiento innovador: no instrumentalizamos a la familia para tratar de imponer unas convicciones religiosas o ideológicas que consideramos verdaderas, sino que consideramos que la familia es un “punto de encuentro” a partir del cual se pueden construir consensos que permitan trabajar juntos con todos los que no estén cegados precisamente por esa instrumentalización.
Ese “punto de encuentro” necesariamente se basa en la evidencia, frente a la mera opinión: evidence-based frente a ideology-based. Se trata de abarcar los tres aspectos en que la realidad puede relacionarse con las propuestas: uso de la sociología (evidence-based), conocimiento de las necesidades de los destinatarios (evidence-informed) y capacidad de saber si funcionaría, si funcionaría bien y cómo funcionaría (evidence-inspired).
Este planteamiento no es una táctica, ni siquiera una estrategia, sino una convicción profunda: no es posible avanzar realmente en el contexto internacional si no se trabaja con personas de todas las procedencias, siempre que actúen de buena fe; y ese trabajo pasa necesariamente por el respeto del camino que cada uno tiene hacia la verdad. Las verdaderas convicciones −por ejemplo, sobre la familia− sólo pueden contribuir a fiarse de que la realidad las confirmará, puesto que son verdaderas: los datos nunca traicionan la verdad, si son ciertos y no se obstaculiza ni se impide la investigación.
Un vistazo al panorama de las organizaciones de la sociedad civil muestra algo bien distinto, con carácter general y honrosas excepciones: la confesión y la ideología tienden a configurar posturas extremadas e irreconciliables que, de hecho, han impedido un avance consolidado durante las últimas décadas. Las disputas sobre algo tan complicado como la definición de familia, las inclusiones y exclusiones terminan por esterilizar muchos esfuerzos bien intencionados, aunque con frecuencia difíciles de entender para quien de verdad quiera ayudar a las familias en todo el mundo.
No se trata, por tanto, de imponer un perfil determinado de familia, ni menos aún de volver atrás, sino de descubrir la familia que de verdad “funciona”, que aporta más felicidad a la pareja, mejor educación a los hijos y más bienestar a la sociedad. Aunque todas las estructuras familiares y sociales sean respetables, no todas aportan los mismos beneficios.
No planteamos sólo una teoría. Entre otros ejemplos, la “Declaración de la sociedad civil” que promovimos con ocasión del XX Aniversario del Año Internacional de la Familia (2014), ha tenido un éxito sin precedentes, puesto que se han sumado varios cientos de organizaciones nacionales e internacionales, así como medio millar de legisladores, académicos y representantes de la sociedad civil de 83 países. Su contenido quizá no satisfaga plenamente a todos y cada uno de los firmantes, pero desde luego supone un avance muy considerable respecto al consenso que se ha logrado en la sociedad civil hasta la fecha.
En conclusión, la familia no es sólo la principal unidad básica de la sociedad sino también el principal agente de desarrollo sostenible, social, económico y cultural, y esto resulta evidente para la inmensa mayoría de las organizaciones políticas, la sociedad civil, la academia y el sector privado.
Como ha señalado la nota oficial, de preparación del Día Internacional de las Familias en Naciones Unidas del 2014, “las familias estables son el fundamento de las sociedades fuertes: cuando se rompen, los costos son elevados, las sociedades sufren y los gobiernos tienden a invadir su papel.
“Aunque no se ha alcanzado un consenso formal sobre su definición, lo que puede ser un obstáculo para un diseño y puesta en práctica efectivos de políticas familiares, existe un reconocimiento universal sobre la importancia de la familia, que permite centrarse en sus funciones y en la evaluación del impacto de esas políticas desde el punto de vista de la familia”.
Javier Vidal-Quadras. Abogado y profesor de Derecho en UIC Barcelona. Secretario general de la International Federation for Family Development con estatus consultivo en Naciones Unidas. Autor de varios libros de ensayo y novelas juveniles.
Ignacio Socías. Abogado y periodista. Director del Instituto Internacional de Estudios sobre la Familia «The Family Watch». Director de Comunicación y Relaciones Internacionales de la International Federation for Family Development. Consejero editorial de la revista Familia y Cultura y colaborador del diario ABC y La Razón. Autor del libro Sin miedo a la verdad.
Fuente: sumandohistorias.com.
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