Vivió la libertad desde su experiencia teatral hasta llevar el timón de la barca de Pedro: un ser humano al que nadie logró detener sus ansias de libertad
El 27 de abril se conmemoró el primer aniversario de la canonización de san Juan Pablo II (junto a san Juan XXIII). Para comprender en su máxima hondura el legado del Papa polaco tenemos que remitirnos a los orígenes, a las experiencias vitales y, por supuesto, al contexto histórico que forjaron la personalidad de este ser humano inolvidable.
Antes de desgastarse como Pontífice, la vida de Karol Wojtyla estuvo marcada por una Polonia oprimida y esclavizada por el nazismo y el comunismo. Vivió la libertad desde su experiencia teatral hasta la cátedra de Pedro, de sus excursiones pastorales en pequeñas embarcaciones a llevar el timón de la barca de Pedro.
Karol Wojtyla fue también obrero y profesor universitario. Sabía que, culturizando a la gente, se podía hacer frente al adoctrinamiento ideológico. Como profesor de Ética en la Universidad de Lublin, fue un maestro al servicio de la dignidad del hombre y del pensamiento libre. Quiso forjar espíritus libres, no a través de la imposición ni de las armas, sino a través de la cultura y del pensamiento.
Con su labor docente, con su cercanía y empatía con los jóvenes y las familias, y con su colaboración en un periódico, quiso rebelarse ante la normalidad de la opresión que vivía la sociedad. Combatió, sin ninguna máscara, dos totalitarismos que estaban sumiendo a la gente en la pobreza y aniquilando su libertad.
Su experiencia como obrero en condiciones extremadamente duras no le impidió decir que el trabajo dignifica al ser humano, pero que la deshumanización del mismo sólo lleva a la esclavitud y a la destrucción (él mismo fue testigo de la muerte de compañeros).
Estamos ante un ser humano que padeció las consecuencias de dictaduras y populismos, y luchó por la dignidad del ser humano hasta el final de sus días. Nadie logró detener sus ansias de libertad.