Un gran número de los políticos de centroderecha se declara cristiano, pero la coherencia entre la fe y las conductas, personales y políticas, con frecuencia deja mucho que desear
Es el título de la charla impartida recientemente por la canciller alemana, Angela Merkel, en Templin, su ciudad natal en Brandenburgo. El pastor luterano de María Magdalena la invitó para que se dirigiera a sus feligreses con motivo de la celebración del Día de la Reforma.
La gente apenas acude ya a los oficios religiosos en Templin, pero más de 800 personas llenaron la iglesia a rebosar para escuchar a Merkel, que no pudo ocultar la emoción. En esa iglesia fue confirmada en 1970. Su padre trabajó ahí como pastor hasta su muerte en 2011, y su madre sigue perteneciendo a la parroquia.
Angela Merkel tiene fama de persona reservada, muy celosa de su vida privada y de su intimidad. No gusta de exhibir su condición de cristiana, pero en Templin se soltó el pelo y habló con notable franqueza de lo que implica la religión para su actuación política. La fe le proporciona una viva conciencia de sus limitaciones −humildad− y la previene contra fantasías o delirios de omnipotencia. Le ayuda a darse cuenta de que no es perfecta y de que comete errores. La oración en silencio se ha convertido en elemento central de su vida, y poder rezar el Padrenuestro con otros constituye una fuente de alegría. Sentirse cristiana le proporciona una seguridad increíble.
La libertad constituye para Merkel el elemento central del mensaje cristiano, libertad que es inseparable de la responsabilidad: "Dios no quiere marionetas, ni robots, ni hombres que se limitan a hacer lo que se les dice".
La fe ilumina aspectos centrales de su actividad política. Por ejemplo, en lo relativo a la defensa de la vida: "Estoy convencida de que Dios nos ha regalado la vida, desde el comienzo hasta su término natural". Por este motivo defiende una rigurosa protección del embrión y tiene serias reservas ante el debate sobre la ayuda a la muerte y el suicidio asistido que acaba de iniciarse en el Parlamento alemán: "Temo que los límites de lo permitido se vayan desplazando continuamente y que al final todas las barreras acaben cediendo. En asuntos de conciencia tiendo a preferir la solución más estricta". Está en contra de regular con detalle todas las cuestiones que afectan al final de la vida, pues esa pretensión no consigue hacer justicia a la variedad de circunstancias que se presentan en la realidad.
La religión tiene respuesta para las últimas cuestiones acerca del sentido de la existencia, pero no contesta las preguntas inmediatas sobre el modo de organizar la convivencia entre los hombres y entre las naciones. Al afrontar los asuntos sociales relacionados con la justicia y la solidaridad la fe constituye una fuente de inspiración decisiva. La canciller también encuentra orientación en la fe al abordar los problemas de política internacional, aunque en algunos casos las dudas pueden llegar a atormentar la propia conciencia. Por ejemplo, ante la avalancha de refugiados y de inmigrantes: La fe lleva a abrir el corazón ante las necesidades del prójimo, pero no hay capacidad material para acoger a todos. Menos reparos le ofrece el suministro de armas a los kurdos para que puedan luchar contra los terroristas islámicos o el envío de tropas para asegurar la paz en los Balcanes o en Afganistán.
El caso de Angela Merkel no constituye una excepción. En casi todos los partidos políticos alemanes encontramos creyentes en puestos destacados. Por ejemplo, la socialista Andrea Nahles, Ministra federal de Empleo y Asuntos Sociales, o el verde Winfried Kretschmann, Presidente del Gobierno de Baden Württemberg. Ambos son católicos practicantes, que no esconden su fe. En ocasiones han tenido que enfrentarse a opiniones adversas dentro de sus grupos, pero han sabido dar ejemplo de coherencia. Su buen hacer y el consiguiente prestigio, avalado por los votos, les permiten mantener la fidelidad a sus principios.
No resulta fácil imaginar casos similares en la política española. Un gran número de los políticos de centroderecha se declara cristiano, pero la coherencia entre la fe y las conductas, personales y políticas, con frecuencia deja mucho que desear. Para empezar, hay todavía mucha crispación en la convivencia entre religión y política. No hay manera de superar viejos tics clericales o anticlericales −en la actualidad, más bien estos últimos−-. El tremendo deterioro de nuestro sistema político podría ser una oportunidad para avanzar en esa normalización. Está claro que la raíz de la crisis no es meramente política, sino ética. No basta con modificar la ley electoral, la de partidos o incluso la misma Constitución. El problema es mucho más profundo y de carácter moral. Necesitamos políticos con principios, dispuestos a ser coherentes. A estas alturas nos sentimos escarmentados y hartos de buenas palabras, y siempre asoma el peligro de la hipocresía, pero el cinismo es todavía peor. Si la ley de la selva llegara a adquirir carta de naturaleza, todo estaría perdido.
Alejandro Navas García, profesor de Sociología de la Universidad de Navarra, en Diario de Navarra.