Con este texto se concluye la serie sobre Nuevas tecnologías y vida cristiana. El uso de las redes sociales y otros canales es positivo si facilita una comunicación verdaderamente humana
¿Qué hacer para alcanzar la bienaventuranza? El Evangelio de san Lucas recoge esta pregunta, que dirigió un doctor de la Ley a Jesucristo[1]. Nuestro Señor invitó a su interlocutor a que se fijara en lo que decían las Escrituras, donde se encuentra el mandamiento del amor a Dios y al prójimo. Pero él, queriendo justificarse, le dijo a Jesús: −¿Y quién es mi prójimo?[2] El Maestro respondió con la parábola del buen samaritano, que, traída ahora a nuestra consideración, puede ayudarnos a ensanchar el horizonte de las relaciones personales, como hizo Jesús con aquel doctor de la Ley, para incluir a todos los hombres, sin distinción de clases o procedencias.
Ser sinceramente cercanos a la gente que nos rodea es una enseñanza que adquiere una especial vigencia en nuestra cultura, permeada por las tecnologías de comunicación. El Papa Francisco recurre al relato del buen samaritano para señalar cómo estas nuevas realidades han de convertirse en un auténtico lugar de encuentro entre personas, un medio para vivir la caridad con los demás: «No basta pasar por las “calles” digitales, es decir simplemente estar conectados: es necesario que la conexión vaya acompañada de un verdadero encuentro. No podemos vivir solos, encerrados en nosotros mismos. Necesitamos amar y ser amados. Necesitamos ternura»[3].
Actualmente, los momentos en los que entramos en contacto con parientes, amigos o colegas de trabajo, se multiplican. Gracias a las nuevas tecnologías, la frecuencia de la comunicación aumenta: es posible conversar con alguien que vive quizá a miles de kilómetros de distancia, e incluso compartir imágenes y vídeos sobre lo que hacemos en ese mismo instante. Ante esta situación, cabe preguntarse qué hacer para que esos gestos sean, más que un simple intercambio de información, un medio para establecer relaciones auténticas, con sentido cristiano.
La virtud de la sinceridad es imprescindible en las relaciones sociales. «Los hombres no podrían vivir juntos si no tuvieran confianza recíproca, es decir, si no se manifestasen la verdad»[4], observa santo Tomás de Aquino. Así, para mantener el orden en una comunidad es indispensable que quienes la componen se digan la verdad: de otro modo sería difícil emprender proyectos juntos o confiar en un líder, por dar algunos ejemplos. Esta sinceridad abarca no solo los hechos externos (el precio de un producto, los resultados de una encuesta, etc.), sino también la identidad de las mismas personas involucradas: quiénes son, cuál es su posición en la sociedad, cuál es su historia, etc.
Para que las relaciones con los demás sean enriquecedoras y duraderas, es lógico que en el mundo digital busquemos presentarnos de un modo coherente con lo que somos. Esto implica, por ejemplo, que la identidad −o “perfil”− que se crea en las redes sociales refleje nuestro modo de ser y de actuar. Así, quienes entran en contacto con nosotros en la red tienen la confianza de que los contenidos que compartimos corresponden a la vida que llevamos, y que no usaremos esos medios para fines de los que quizá nos avergonzaríamos en el mundo “real”.
Es propio de la condición social del hombre que, conforme las relaciones crecen y maduran −en el seno de una familia, o entre amigos−, la sinceridad adquiera un matiz especial: se comunican no tanto los hechos externos, sino lo que sucede en el mundo interior: se expresan los propios gustos, estados de ánimo, modo de ser, opiniones. Y pasa a ser fundamental mostrarse uno mismo con franqueza, sin ocultar la propia identidad. En el contexto actual, esta manifestación suele apoyarse en los recursos que ofrecen las nuevas tecnologías: un mensaje instantáneo, una publicación en una red social, un correo electrónico. Por este motivo, no podemos olvidar que, al mismo tiempo que compartimos noticias u opiniones, también nos estamos dando a conocer. Así lo señalaba Benedicto XVI al tratar sobre las redes sociales: «Las personas que participan en ellas deben esforzarse por ser auténticas, porque en estos espacios no se comparten tan solo ideas e informaciones, sino que, en última instancia, son ellas mismas el objeto de la comunicación»[5].
En el ambiente digital, además de vivir la sinceridad, que lleva a no ocultar la propia identidad, la prudencia empujará a conocer bien el alcance que tienen los aparatos y aplicaciones que utilizamos para mantener el contacto con los demás, de modo que podamos adoptar un estilo comunicativo adecuado al medio. El público que verá los contenidos en la red no siempre será el mismo, pues en ocasiones nos dirigimos a familiares, compañeros, conocidos, miembros de un grupo, etc. Al mismo tiempo, somos conscientes de que las publicaciones pueden ser compartidas y, eventualmente, alcanzar una visibilidad mucho más amplia de la inicial (se ha hecho una práctica habitual el compartir mensajes o fotografías de terceros). En ocasiones, este efecto es precisamente el que se buscaba, por ejemplo al informar de una noticia positiva, o de iniciativas a las que vale la pena sumarse. Sin embargo, cuando se comparten elementos que tienen que ver con la vida personal, la difusión excesiva ya no resulta tan deseable. Además, estos contenidos suelen dejar rastros en el entorno digital y, con cierta facilidad, puede ser consultada tiempo después, habiendo cambiado el contexto que ayudaba a entender qué se quería decir.
Definir y controlar límites de lo público y privado no siempre es fácil en la red. Ciertamente, los proveedores de servicios son cada vez más conscientes de dicha necesidad, y ayuda estar enterados de las soluciones técnicas disponibles. Sin embargo, esto no exime de la responsabilidad personal en la gestión de la propia información: las imágenes que se comparten en la red, los comentarios que se publican. Por ejemplo, una frase que en el lenguaje hablado se entendería como una broma −por el tono de voz, la expresión del rostro, etc.− en la red podría resultar molesta o ruda. Un mensaje escrito quizá con precipitación, puede hacer perder el tiempo a los demás, resultar ambiguo en relación a los sentimientos que se guardan hacia otras personas, y sin pretenderlo, podría generar una confusión poco afortunada.
Las nuevas tecnologías y, más en concreto, las redes sociales estimulan al usuario a jugar un papel activo, creando y alimentando contenido. Por eso, conviene ser especialmente prudentes al compartir elementos que se acercan a la intimidad, propia o ajena. No es una cuestión de mero control de la información. Atañe de modo particular al sentido del pudor, que lleva a salvaguardar la propia intimidad y la de los demás, reservándose aquellos datos personales o familiares que, puestos al alcance de otros, pueden despertar simplemente la curiosidad y fomentar la vanidad. Con autodominio, es bueno preguntarse, antes de publicar algo que implique a más personas, si estas estarían de acuerdo en aparecer en ese contexto, o si quizá preferirían que determinados eventos o situaciones no se mostraran en la red.
«El desarrollo de las redes sociales requiere un compromiso: las personas se sienten implicadas cuando han de construir relaciones y encontrar amistades, cuando buscan respuestas a sus preguntas, o se divierten, pero también cuando se sienten estimuladas intelectualmente y comparten competencias y conocimientos»[6]. Las redes favorecen el diálogo y con frecuencia lo enriquecen, pues puede ir acompañado de imágenes y textos alusivos; además, permiten interactuar con gente que se desenvuelve en culturas muy distintas a la propia, en sitios lejanos. Esta posibilidad nos sitúa ante el reto de establecer un diálogo fructífero, conservando la capacidad de reflexión cuando la velocidad de las conexiones parece exigirnos respuestas cada vez más inmediatas. Sin quererlo, podríamos afectar el diálogo por no saber esperar, y considerar las cosas con más calma.
Como enseña la epístola de Santiago, el dominio de la lengua es un acto de verdadera caridad, pues descontrolada puede causar daños incalculables: ¡Mirad qué poco fuego basta para quemar un gran bosque![7]. En este sentido, pregunta san Josemaría: ¿Sabes el daño que puedes ocasionar al tirar lejos una piedra si tienes los ojos vendados?[8] Si un comentario oral puede tener un efecto imprevisible, ¿cuánto cuidado no será necesario tener en el entorno digital, donde se puede difundir a una velocidad insospechada? Afirmaba Benedicto XVI: «Los medios de comunicación social necesitan, por tanto, del compromiso de todos aquellos que son conscientes del valor del diálogo, del debate razonado (…); de personas que tratan de cultivar formas de discurso y de expresión que apelan a las más nobles aspiraciones de quien está implicado en el proceso comunicativo»[9]. En este contexto daremos un testimonio cristiano si nos empeñamos en vivir una especial delicadeza, adoptando un estilo positivo y respetuoso en la red.
Es natural que quien ha recibido el don de la fe, desee compartirla, con respeto y sensibilidad, con quienes interactúa en el ambiente digital, ya que hemos de conquistar, para Cristo, todo valor humano que sea noble[10]. Es una consecuencia del ser cristiano, que empuja a difundir el Evangelio a través de los canales que tiene a su disposición. Sin embargo, para transmitir el mensaje cristiano, conviene conocer las peculiaridades del medio que se utiliza y cómo funcionan las relaciones que ahí se establecen. La caridad lleva, más que al envío de mensajes religiosos explícitos a una lista de contactos, a interesarse por las personas y ayudarles a cada una, dentro y fuera de la red.
Quien cuenta con la suficiente preparación −también técnica− puede difundir la fe a través del entorno digital. En cualquier caso, conviene atender siempre al impacto real que tienen estos medios, evitando perder energías que cabría invertir en otras iniciativas de mayor impacto apostólico. De hecho, existen medios sencillos y eficaces para influir en la sociedad que están al alcance de todos, como reenviar alguna noticia o artículo positivo y escribir mensajes al autor de una publicación. Con esta perspectiva, y teniendo en cuenta las propias circunstancias personales, sabremos dar la dimensión justa a las nuevas tecnologías, mediante un uso correcto, virtuoso, propio de un cristiano corriente en medio del mundo.
Las nuevas tecnologías son un nuevo canal para expresar la amistad. En esa medida, también pueden contribuir para aquello que san Josemaría llamaba el apostolado de amistad y de confidencia[11] donde a través del trato personal, de una amistad leal y auténtica, se despierta en los demás el hambre de Dios y se les ayuda a descubrir horizontes nuevos[12]. A veces una red social ha sido el medio para recuperar el trato con un antiguo compañero, o para mantener la relación con alguien que ha cambiado de residencia. Sin embargo, tenemos la experiencia de que las relaciones personales se forjan especialmente durante la convivencia en el mundo real, y no podemos olvidar que el apostolado cristiano cuenta especialmente con el contacto directo, pues «el Evangelio nos invita siempre a correr el riesgo del encuentro con el rostro del otro, con su presencia física que interpela, con su dolor y sus reclamos, con su alegría que contagia»[13]. El deseo sincero de transmitir el tesoro de la fe impulsará a los cristianos a salir al encuentro de los demás, en un auténtico trato apostólico, que sabe servirse de todos los medios que tiene a su alcance, también los digitales.
R. Valdés
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[1] Cfr. Lc 10, 25ss.
[2] Lc 10, 29.
[3] Francisco, Mensaje para la Jornada Mundial de las comunicaciones sociales, 24-I-2014.
[4] Santo Tomás, S. Th. II-II, q. 109, a. 3 ad 1.
[5] Benedicto XVI, Mensaje para la Jornada Mundial de las comunicaciones sociales, 24-I-2013.
[6] Benedicto XVI, Mensaje para la Jornada Mundial de las comunicaciones sociales, 24-I-2013.
[7] St 3, 5.
[8] Camino, n. 455.
[9] Benedicto XVI, Mensaje para la Jornada Mundial de las comunicaciones sociales, 24-I-2013.
[10] Forja, n. 682.
[11] Conversaciones, n. 66.
[12] Es Cristo que pasa, n. 149.
[13] Francisco, Exhort. apost. Evangelii gaudium, 24-XI-2013, n. 88.
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