Empecé a pensar que Dios no me escuchaba, pero seguí rezando…
“Era el 11 de septiembre del año pasado, y yo trabajaba en la Bolsa de New York, en el World Trade Center”
Una mujer joven, de rasgos orientales, me ofreció su cámara para que la retratara con la basílica de San Pedro al fondo. Estábamos junto al obelisco, el 6 de octubre de 2002, antes de que comenzara la ceremonia de canonización de Josemaría Escrivá de Balaguer. Me contó que vivía en New York y tenía una deuda impagable con el inminente santo. Puse cara de interés y me explicó, en una mezcla de inglés y castellano, que diez años atrás, casada y sin hijos, había pedido a Dios, por intercesión del beato Josemaría, una criatura. “Entiendo”, asentí, suponiendo el resto. Y supuse mal.
“La criatura no vino. Empecé a pensar que Dios no me escuchaba, pero seguí rezando apoyándome en Josemaría. Al fin, siete años más tarde, di a luz a una niña preciosa, que estaba destinada a traernos la felicidad y a salvarme la vida. Dios y Josemaría sabían muy bien cuándo tenía que nacer mi hija. Sabían que al cumplir tres años empezaría el colegio, y que yo la llevaría a clase el primer día de curso. Ese día pedí permiso en el trabajo para faltar por la mañana. Por eso estoy viva. Era el 11 de septiembre del año pasado, y yo trabajaba en la Bolsa de New York, en el World Trade Center”.