En este artículo se anima a desarrollar un estilo "virtuoso" de utilizar las tecnologías móviles, para que sean instrumentos útiles que acompañen al cristiano en su vida diaria
La tecnología está cada vez más presente en el día a día de gran parte de la humanidad. El fácil acceso a teléfonos móviles y computadoras, unido a la dimensión global y a la presencia capilar de Internet, han multiplicado los medios para enviar instantáneamente palabras e imágenes a grandes distancias en pocos segundos.
De esta nueva cultura de comunicación se derivan muchos beneficios: las familias pueden permanecer en mayor contacto aunque sus miembros estén muy lejos unos de otros; los estudiantes e investigadores tienen acceso fácil e inmediato a documentos, fuentes y novedades científicas; por fin, la naturaleza interactiva de los nuevos medios facilita formas más dinámicas de aprendizaje y de comunicación que contribuyen al progreso social[1].
Se puede afirmar que, además del entorno físico en el que se desarrollan nuestras vidas, actualmente existe también un ambiente digital, que no se puede considerar ya simplemente «un mundo paralelo o puramente virtual, sino que forma parte de la realidad cotidiana de muchos, especialmente de los más jóvenes»[2].
Las nuevas tecnologías son fuente de grandes posibilidades. Amplían el conocimiento sobre distintos temas −noticias, métodos de trabajo, oportunidades de negocio, etc.−, de modo que se abren muchas opciones para la persona que debe decidir sobre variadas cuestiones; contribuyen a que la información se procese y actualice con rapidez, se difunda por el globo con facilidad, y esté disponible en cualquier sitio, quizás en el teléfono móvil que tenemos en la palma de la mano.
Para el cristiano, todas estas nuevas posibilidades se enmarcan en un ejercicio positivo de la propia libertad, que se configura así como «una fuerza de crecimiento y de maduración en la verdad y la bondad»[3]. Este ejercicio virtuoso lleva a actuar conforme a lo que cada uno es, con la autenticidad del que sigue una única vida, hecha de carne y espíritu, y ésa es la que tiene que ser −en el alma y en el cuerpo− santa y llena de Dios[4].
La llamada a la santidad da sentido a todas las obras de los bautizados y las unifica. Señala san Josemaría: No soportamos los cristianos una doble vida: mantenemos una unidad de vida, sencilla y fuerte en la que se funden y compenetran todas nuestras acciones[5]. No tenemos un modo de actuar en el “mundo virtual” y otro en el “mundo real”. La unidad de vida empuja a presentarse y moverse en el ambiente digital de un modo coherente a la situación personal, empleando todas las posibilidades para cumplir mejor los deberes cotidianos con la familia, la empresa y la sociedad.
Por esto, cada uno ha de saber llevar consigo su propia identidad, que es una identidad cristiana, a los ambientes digitales[6]. Por otro lado, precisamente porque las nuevas tecnologías permiten obrar con cierto anonimato, e incluso crear identidades falsas, cabe el riesgo de transformarlas en un “refugio” que distrae de afrontar la innegable realidad que tenemos frente a nosotros: Dejaos, pues, de sueños, de falsos idealismos, de fantasías, de eso que suelo llamar mística ojalatera −¡ojalá no me hubiera casado, ojalá no tuviera esta profesión, ojalá tuviera más salud, ojalá fuera joven, ojalá fuera viejo!...−, y ateneos, en cambio, sobriamente, a la realidad más material e inmediata, que es donde está el Señor[7].
El ambiente de lo digital se configura hoy en día como una “extensión” de la propia vida cotidiana, y será lógico que sea también un lugar de búsqueda de la santidad y de apostolado, pues también influimos en los demás al actuar en la red. Esto es especialmente importante para quienes, quizá por su cargo o posición, cuentan con cierto ascendiente sobre otros: por ejemplo, los padres de familia, profesores, dirigentes, etc.
Desenvolverse con autenticidad cristiana implica para el cristiano obrar de tal manera que quienes le traten perciban el bonus odor Christi (cfr. 2 Cor 2, 15), el buen olor de Cristo[8] de tal modo que a través de las acciones del discípulo, pueda descubrirse el rostro del Maestro[9]: también en el entorno digital.
Evidentemente, el uso de las nuevas tecnologías depende de la situación de cada persona (edad, profesión, entorno social), de sus posibilidades y conocimientos. No todos están llamados a usarlas, y no por esto se verán con recelo. Cabría comparar las habilidades informáticas con conducir un coche: aunque no es indispensable que todos sepan hacerlo, sí es muy útil que algunos cuenten con esta destreza.
En este sentido, se han ido desarrollando ciertas habilidades específicas y modos adecuados de comportamiento para transitar en el ambiente digital. De hecho, en varios sitios se está creando una legislación sobre el uso de los medios informáticos, en vista de la repercusión que tienen en el bien común. Contribuyen al bien integral de la persona cuando facilitan el despliegue de las virtudes cristianas y el respeto de la ley moral. Así, progreso técnico y formación ética irán a la par, de modo que seamos fortalecidos en el hombre interior[10], que se caracteriza por utilizar dichos medios con libertad y responsabilidad.
Para gestionar con prudencia las nuevas tecnologías, además de contar con un mínimo de conocimientos técnicos, es necesario discernir sus posibilidades y los riesgos que conllevan. Esto implica tener presente, por ejemplo, que todo lo que se hace en la red (escribir un correo electrónico, hacer una llamada telefónica, enviar un sms, colgar un post, etc.), no es algo completamente privado; otros pueden leer, copiar o alterar esos contenidos, y puede ser que nunca conozcamos quiénes lo hicieron ni cuándo.
Adicionalmente, será necesario que el usuario fomente una actitud reflexiva para utilizar con eficacia las numerosas posibilidades informáticas que se le presentan. Con frecuencia, al imperativo ético “si debes, puedes”, los intereses comerciales proponen lo opuesto: “si puedes, debes”. La prudencia lleva a relativizar el sentido de urgencia con que a veces se nos presentan algunas noticias u ofertas comerciales, y a tomar el tiempo necesario para que las decisiones en el “mundo virtual” correspondan a las necesidades reales. Se trata, en el fondo, de procurar el crecimiento en el ser, y no solo en el tener, pues también a los recursos informáticos se aplica aquella advertencia de Jesucristo: ¿de qué le sirve al hombre haber ganado el mundo entero si se destruye a sí mismo o se pierde?[11]
En cierto sentido, las nuevas tecnologías regalan mundos de información, noticias, contactos, y cada uno tendrá que reflexionar sobre cómo, en sus circunstancias, puede servirse de estos recursos de una manera positiva, sin que su uso le haga perder el dominio de las propias acciones. En cualquier caso, hay que desechar aquella «idea de la autosuficiencia de la técnica, cuando el hombre se pregunta sólo por el cómo, en vez de considerar los porqués que lo impulsan a actuar»[12].
Sin embargo, no bastaría con seguir una “lista de reglas” o de “criterios” que probablemente quedaría superada al poco tiempo, en un ámbito en continua evolución. Son útiles tales reglas, pero el ideal es conseguir que el uso de las nuevas tecnologías redunde en la mejora integral de la persona.
Por esto, resulta más importante −y es más atractivo− centrar los esfuerzos en adquirir buenos hábitos: en definitiva, virtudes. Quien ha desarrollado un “estilo” virtuoso de utilizar los aparatos electrónicos y las redes, sabe adaptarse con facilidad a los cambios, y discernir las ventajas y riesgos de los avances informáticos a la luz de su vocación cristiana. Retomando unas palabras de san Josemaría, podríamos decir que también aquí el ideal es convertirse en un alma de criterio[13].
De ordinario, no se aprende a conducir un coche solo: es necesario pasar tiempo con algún familiar o instructor, que da consejos y señala los peligros en la carretera. Algo similar ocurre en el uso de las nuevas tecnologías: notamos la importancia del acompañamiento de los demás, especialmente si quien empieza a utilizarlas es joven. Es deseable que adquiera cierta independencia −como el conductor, que algún día tendrá que moverse solo en el coche−, y para eso hace falta una auténtica labor educativa: «Vivimos en una sociedad de la información que nos satura indiscriminadamente de datos, todos en el mismo nivel, y termina llevándonos a una tremenda superficialidad a la hora de plantear las cuestiones morales. Por consiguiente, se vuelve necesaria una educación que enseñe a pensar críticamente y que ofrezca un camino de maduración en valores»[14].
Es lógico, por lo tanto, que en los distintos centros educativos se preste creciente atención a la formación en el uso virtuoso de los medios informáticos. Esta tarea no se limita a alcanzar la simple “alfabetización tecnológica” o dar los últimos avances, sino que mirará a que los chicos desarrollen esos hábitos morales para que los utilicen con criterio, aprovechando el tiempo.
La formación no termina con la juventud: en todas las edades será natural apoyarse en el consejo de gente con mayor experiencia, familiares y amigos. Después de todo, estamos ante una “extensión de la vida cotidiana”, que compartimos con las demás personas. Por ejemplo, muchos encuentran en la dirección espiritual personal un buen momento para estudiar juntos los horarios en que se utiliza internet o las redes sociales, cómo enfocar algún problema o malentendido que haya surgido al emplearlos, qué iniciativas apostólicas se podrían hacer en ese campo.
En los siguientes editoriales trataremos en profundidad sobre el empleo virtuoso de las nuevas tecnologías. Se abordarán hábitos y actitudes que, por el carácter de estos medios, son especialmente oportunos: templanza, estudio, recogimiento. Además, como muchas relaciones personales hoy pasan habitualmente por el ambiente digital, también se prestará atención a las virtudes más relacionadas con la sociabilidad, que permiten cumplir la meta que san Pedro señala a los cristianos de estar siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza[15].
J.C. Vásconez – R. Valdés
Artículos relacionados:
Cultivar la interioridad en la era digital
Educar en las nuevas tecnologías
[1] Cfr. Benedicto XVI, Mensaje para la XLIII Jornada mundial de las comunicaciones sociales, Nuevas tecnologías, nuevas relaciones, 24 de mayo de 2009.
[2] Benedicto XVI, Mensaje para la XLVII Jornada mundial de las comunicaciones sociales, Redes Sociales: portales de verdad y de fe; nuevos espacios para la evangelización, 24 de enero de 2013.
[3] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1731.
[4] Conversaciones, n. 114.
[5] Es Cristo que pasa, n. 126.
[6] Francisco, Discurso al Consejo Pontificio para las Comunicaciones Sociales, 21 de septiembre de 2013, n. 2.
[7] Conversaciones, n. 116.
[8] Es Cristo que pasa, 105.
[9] Ibid.
[10] Ef 3,16.
[11] Lc 9,25.
[12] Benedicto XVI, Enc. Caritas in veritate, 29 de junio de 2009, n. 70.
[13] Camino, Al lector.
[14] Francisco, Ex. Ap. Evangelii gaudium, 24 de noviembre de 2013, n. 64.
[15] 1 P 3,15.
Introducción a la serie sobre “Perdón, la reconciliación y la Justicia Restaurativa” |
San Josemaría, maestro de perdón (1ª parte) |
Aprender a perdonar |
Verdad y libertad |
El Magisterio Pontificio sobre el Rosario y la Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae |
El marco moral y el sentido del amor humano |
¿Qué es la Justicia Restaurativa? |
“Combate, cercanía, misión” (6): «Más grande que tu corazón»: Contrición y reconciliación |
Combate, cercanía, misión (5): «No te soltaré hasta que me bendigas»: la oración contemplativa |
Combate, cercanía, misión (4) «No entristezcáis al Espíritu Santo» La tibieza |
Combate, cercanía, misión (3): Todo es nuestro y todo es de Dios |
Combate, cercanía, misión (2): «Se hace camino al andar» |
Combate, cercanía, misión I: «Elige la Vida» |
La intervención estatal, la regulación económica y el poder de policía II |
La intervención estatal, la regulación económica y el poder de policía I |