Otra manera de hacer política. Y economía. Y empresa. Y vida social. Y ciudadanía… No es nueva, pero… no la ponemos en práctica. Y luego nos quejamos: “las cosas son así, los políticos no saben hacer otras cosas, no hay un empresario decente…”. Y, claro, nosotros hacemos lo mismo. Y la cosa no tiene solución.
Perdón porque, con tanto circunloquio, todavía no he dicho lo que quería decir (bueno, lo he dicho otras veces, pero ahora quería insistir): la verdad es la mejor política. “No es práctica”. Puede, pero es la mejor. “Es peligrosa”. Puede, pero es la mejor. “No da resultados a corto plazo”: ahí le duele, que lo que queremos son resultados a corto.
Me viene esto a la cabeza a propósito de unas frases de Romano Guardini, filósofo y teólogo alemán, que tuvo que lidiar con el totalitarismo nazi. “A medida que pasaba el tiempo −cuenta en los Apuntes para una autobiografía−, menos me importaba el efecto inmediato. Lo que desde el principio pretendía, primero por instinto y luego cada vez más conscientemente, era hacer resplandecer la verdad. La verdad es una fuerza, pero solo cuando no se exige de ella ningún efecto inmediato” (p. 161).
Quizás ahí está el problema: decimos la mentira u ocultamos la verdad porque queremos un beneficio inmediato. Y, claro, nos quedamos enredados en la mentira. Nunca es buen momento para decir la verdad. Y, cuando la decimos, la gente no nos cree, porque no la hemos practicado desde siempre.