La mente humana, más allá de las teorías, busca, desea, necesita conocer verdades
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Habrá que esperar la llegada de algún niño que, desde un sentido común inocente y sincero, diga cómo están las cosas y despierte a los relativistas de su mundo imaginario y falso
“No hay verdades. Quien pretende poseer la verdad se equivoca”. Las dos afirmaciones anteriores pueden reflejar la posición de algunos relativistas. Detrás de las mismas se esconde una paradoja insuperable.
¿Cuál es la paradoja? Afirmar como verdad que no existen verdades, y pretender así poseer la verdad. En otras palabras, subirse a la escalera y luego retirarla desde arriba con un esfuerzo titánico (e inútil) para no caer al suelo.
Habrá quien diga que afirmar que no hay verdades se coloca en un nivel diferente, especial, por tratarse de un “metaconocimiento” propio de la filosofía. Simplemente con la famosa frase se niega “metacategóricamente” que existan verdades a un nivel inferior.
Sin embargo, la explicación anterior no evita lo paradójico de la postura relativista. Porque una afirmación “superior” que niegue la existencia de verdades y la posibilidad de conocerlas no puede evitar que haya quien la contradiga precisamente en virtud del “metaprincipio” postulado.
Se podrían emplear palabras más complejas, pero el resultado es siempre el mismo. La mente humana, más allá de las teorías, busca, desea, necesita conocer verdades. Pretender ir contra la apertura personal que lleva a reconocer verdades concretas no lleva a ninguna parte; lo único que logra es producir la extraña situación de quien cierra los ojos para oponerse a la verdad del muro y de los amigos que tiene ante su rostro.
Desde luego, hay quienes pretenden poseer la verdad y se equivocan. Pero sólo es posible identificar y denunciar un error cuando existe la posibilidad de distinguirlo y de contraponerlo respecto de una verdad que se ha hecho asequible a la mente humana.
El relativismo está herido de muerte por una paradoja insuperable. A pesar de ello, hay quien sigue con sus alabanzas sobre la belleza del manto real, a pesar de que el rey camina desnudo. Habrá que esperar la llegada de algún niño que, desde un sentido común inocente y sincero, diga cómo están las cosas y despierte a los relativistas de su mundo imaginario y falso.
P. Fernando Pascual. Profesor en el Regina Apostolorum de Roma