La fe en el absoluto cristiano incluye la legítima autonomía de las realidades temporales y la consiguiente relatividad de criterios y opiniones
religionconfidencial.com
«De la carta de Francisco me gustaría resaltar el cariño: ante todo, hacia Benedicto XVI, que concibió y escribió gran parte de la encíclica ‘Lumen fidei’, también con el deseo de proseguir su actitud de diálogo sincero y riguroso con quienes, como Scalfari, se considera “un no creyente por muchos años, interesado y fascinado por la predicación de Jesús de Nazaret”»
Como en los orígenes de la Iglesia, conocemos herejías y errores antiguos, que no dejaron rastro escrito, por los textos de los Padres que deshicieron sus argumentos. He recordado ese fenómeno histórico al leer la carta que el Papa Francisco envió al periodista Eugenio Scalfari, fundador del prototipo de diario laicista italiano, ‘La Repubblica’. Por la respuesta papal, sé que había publicado en julio y agosto a modo de cartas abiertas con sus dudas y preguntas sobre la fe, tras la lectura de la encíclica ‘Lumen Fidei’. Imagino que estudiaría en un prestigioso liceo clásico, donde adquiriría la formación intelectual que aflora en estos escritos recientes.
Seguramente no imaginaba que iba a tener respuesta, también en forma de carta abierta, que le dirigió hace unos días el Papa Francisco, con auténtico afecto y capacidad de diálogo. Como señala en un artículo posterior, «responde a las preguntas que me había permitido hacer y sobre ciertas cuestiones va incluso más allá». A su juicio, la postura del pontífice supone «una ruptura y una apertura», tanto en su propuesta de diálogo sin prejuicios entre la Iglesia y la cultura moderna, como en la relación con los judíos o el papel de la conciencia.
Otros medios han destacado enseguida este nuevo gesto pontificio. Realmente, es original la fórmula. Pero me parece que enlaza con la relativa tradición que comenzó Juan Pablo II con sus respuestas escritas a las preguntas que le habría hecho Vittorio Messori en una entrevista televisada que no llegó a producirse. Continuó Benedicto XVI con diálogos en televisión, por ejemplo, antes de su primer viaje a Alemania en el verano de 2005, así como con la culminación de textos autobiográficos y libros-entrevista de que tenía experiencia de años precedentes.
De la carta de Francisco me gustaría resaltar el cariño: ante todo, hacia Benedicto XVI, que concibió y escribió gran parte de la encíclica, también con el deseo de proseguir su actitud de diálogo sincero y riguroso con quienes, como Scalfari, se considera «un no creyente por muchos años, interesado y fascinado por la predicación de Jesús de Nazaret».
En el texto −extenso, profundo, con temas varios de máxima entidad− destaca quizá una importante reflexión, que vale la pena leer entera, sobre el sentido de lo absoluto y, a la vez, la relación entre las personas trinitarias: la filiación de Jesús «no se reveló para marcar una separación insuperable entre Jesús y los demás: sino para decirnos que, en Él, todos estamos llamados a ser hijos del único Padre y hermanos entre nosotros. La singularidad de Jesús es para la comunicación, y no para la exclusión».
Desde esa perspectiva teológica se comprende aún mejor «−y no es poca cosa−, la distinción entre la esfera religiosa y la esfera política, consagrada con aquel “dar a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César”, afirmado claramente por Jesús y en la que, con gran trabajo, se ha construido la historia de Occidente». Porque la fe en el absoluto cristiano incluye la legítima autonomía de las realidades temporales y la consiguiente relatividad de criterios y opiniones. Como expresaba con fuerza san Josemaría Escrivá de Balaguer, el pluralismo «es una manifestación de buen espíritu, que pone patente la legítima libertad de cada uno»; concretamente, «en el Opus Dei el pluralismo es querido y amado, no sencillamente tolerado y en modo alguno dificultado».
Finalmente, a propósito del perdón de los increyentes, reitera que «la misericordia de Dios no tiene límites si nos dirigimos a Él con un corazón sincero y contrito». Y ofrece un giro interesante a la responsabilidad humana: «el pecado, aún para los que no tienen fe, existe cuando se va contra la conciencia. Escuchar y obedecerla significa de hecho, decidir ante lo que se percibe como bueno o como malo. Y en esta decisión se juega la bondad o la maldad de nuestras acciones». En realidad, también ese criterio enlaza con la mejor doctrina tradicional sobre la conciencia, tan resaltada por el cardenal Newman, beatificado precisamente por Benedicto XVI. Su texto emblemático −la carta al duque de Norfolk−, acaba de aparecer en una traducción esmerada de ediciones Rialp.