Audiencia del Papa a los participantes al Encuentro de la Federación Internacional de las Asociaciones de Médicos Católicos
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El Santo Padre Francisco recibió el pasado viernes en audiencia a los participantes al Encuentro de la Federación Internacional de las Asociaciones de Médicos Católicos
En su discurso el Papa reflexionó sobre la «situación paradójica en la profesión médica», donde por un lado se ven los progresos científicos en el campo de la medicina, y por otro, sin embargo, nos encontramos con el peligro de que «el médico pierda su identidad de servidor de la vida».
Discurso del Santo Padre
1. La primera reflexión que quisiera compartir con vosotros es ésta: Asistimos hoy a una situación paradójica, que afecta a la profesión médica. Por una parte constatamos −y damos gracias a Dios− los progresos de la medicina, gracias a la labor de los científicos que, con pasión y sin reservas, se dedican a la búsqueda de nuevas curas. Por otro, sin embargo, nos encontramos con el peligro de que el médico pierda su identidad como servidor de la vida. La desorientación cultural ha afectado incluso aquello que parecía inatacable: lo vuestro, la medicina. Incluso estando por su naturaleza al servicio de la vida, las profesiones sanitarias son inducidas a veces a no respetar la vida misma.
En cambio, como nos recuerda la Encíclica Caritas in veritate, «la apertura a la vida está en el centro del verdadero desarrollo. No hay auténtico desarrollo sin esta apertura a la vida. Si se pierde la sensibilidad personal y social hacia la acogida de una nueva vida, cualquier otra forma de acogida útil a la vida social se devalúa. La acogida a la vida fortalece las energías morales y nos hace capaces de la ayuda recíproca» (n. 28). Es paradójico que mientras se dan nuevos derechos a la persona, a veces incluso presuntos, no siempre se protege la vida como valor primario y derecho básico de todos los hombres. El objetivo final del médico siempre es la defensa y la promoción de la vida.
2. El segundo punto: en este contexto contradictorio, la Iglesia hace una llamada a las conciencias, a las conciencias de todos los profesionales y voluntarios de la sanidad, de forma particular a vosotros, ginecólogos, llamados a colaborar en el nacimiento de nuevas vidas humanas. La vuestra es una vocación y misión singular, que necesita estudio, conciencia y humanidad. Hace tiempo, a las mujeres que ayudaban en el parto se les llamaba "comadres": eran como una madre con la otra, con la verdadera madre. También vosotros sois "comadres" y "compadres", también vosotros.
«Una mentalidad generalizada de los beneficios, la "cultura del descarte", que hoy esclaviza los corazones y las mentes de muchos, tiene un costo muy alto: requiere que se eliminen seres humanos, sobre todo si son físicamente y socialmente más débiles. Nuestra respuesta a esta mentalidad es un "sí" decidido y sin vacilaciones a la vida. El primer derecho de la persona humana es su vida. Ella tiene otros bienes y algunos de ellos son más preciosos; pero aquel es el bien fundamental y condición para todos los demás». (Congregación para la Doctrina de la Fe, Declaración sobre el aborto procurado, 18 noviembre 1974, 11). Las cosas tienen un precio y son vendibles, pero las personas tienen una dignidad, valen más que las cosas y no tienen precio. Muchas veces nos encontramos en situaciones donde vemos que lo que menos cuesta es la vida. Por esto, la atención a la vida humana en su totalidad se ha convertido en los últimos tiempos en una auténtica y verdadera prioridad del Magisterio de la Iglesia, especialmente de aquella particularmente indefensa, es decir, el minusválido, el enfermo, el no nacido, el niño, el anciano, que es la vida más indefensa.
En el ser humano frágil todos nosotros debemos reconocer el rostro del Señor, que en su carne humana ha experimentado la indiferencia y la soledad a la que con frecuencia condenamos a los más pobres, sea en los Países en vía de desarrollo, sea en las sociedades del bienestar. Cada niño no nacido, sino condenado injustamente a ser abortado, tiene el rostro del Señor, que antes incluso de nacer, y después apenas nacido ha experimentado el rechazo del mundo. Y cada anciano, también enfermo o al final de sus días, lleva en sí el rostro de Cristo. ¡No se pueden descartar!
3. El tercer aspecto es un mandato: sed testigos y difusores de esta "cultura de la vida". Ser católicos implica una mayor responsabilidad: ante todo hacia uno mismo, por el esfuerzo de coherencia con la vocación cristiana; y luego a la cultura contemporánea, en la necesidad de ayudar a reconocer la dimensión trascendente de la vida humana, la huella de la labor creativa de Dios, desde el primer instante de su concepción. Es este un compromiso de nueva evangelización que requiere con frecuencia ir contracorriente, pagando personalmente el precio. El Señor cuenta con vosotros para difundir "el evangelio de la vida".
En esta perspectiva, los servicios hospitalarios de ginecología son lugares privilegiados de testimonio y de evangelización, porque allí donde la Iglesia se hace «vehículo de la presencia del Dios» vivo, se convierte a la vez en «instrumento de una verdadera humanización del hombre y del mundo» (Congregación para la Doctrina de la Fe, Nota doctrinal sobre algunos aspectos de la evangelización, 9). Madurando la responsabilidad que está en el centro de la actividad médica y asistencial, encontramos a la persona humana en su condición de fragilidad, y entonces la estructura sanitaria se convierte en «lugar en el cual la relación de curación con es un oficio -el vuestro no es un oficio- sino una misión; donde la caridad del Buen Samaritano es la primera cátedra y el rostro del hombre sufriente, el Rostro mismo de Cristo» (Benedicto XVI, Discurso a la Universidad Católica del Sacro Cuore de Roma, 3 mayo 2012).
Queridos amigos, médicos, vosotros estáis llamados a ocuparos de la vida humana en su fase inicial, recordad a todos, con hechos y con las palabras, que esta es siempre, en todas las fases y en todas las edades, sagrada y siempre de calidad. ¡Y no por ser un discurso de fe, sino de razón y de ciencia! No existe una vida humana más sagrada que otra, como no existe una vida humana cualitativamente más significativa que otra. La credibilidad de un sistema sanitario no se mide solo por la eficiencia, sino sobre todo por la atención y el amor hacia las personas, cuya vida es siempre sagrada e inviolable.
No dejéis nunca de rezar al Señor y a la Virgen María para tener la fuerza de cumplir bien vuestro trabajo y testimoniar con coraje −¡con coraje!, hoy hace falta coraje− el "evangelio de la vida".