En el fondo, un creyente auténtico es como un librepensador, sin estereotipos, rompedor de moldes
Muchos chistes remarcan una idea con claridad: los inquilinos de los manicomios están enfermos, pero no son tontos. Tan dignos o más que los “sanos”. Pude comprobarlo a las puertas de un psiquiátrico. Salíamos de ver a un paciente, cuando otro de los que tienen permiso para pasear se acercó demandando dinero.
En el grupo, alguien se sintió inclinado a darle una respuesta negativa, cosa acertada; pero lo hizo con demasiada ironía, tal vez por divertir a los presentes. Aquel chico a tratamiento lo percibió: «Oye, ¿no me estarás vacilando? A ver si te has creído que por vivir en este edificio son imbécil o idiota…». Podía cortarse el aire.
Si uno quiere vivir su fe de forma coherente, le llamarán de todo: extremista, recalcitrante e, incluso, loco. En el fondo, un creyente auténtico es como un librepensador, sin estereotipos, rompedor de moldes. Aunque sude tinta china en el esfuerzo, defenderá los valores más preciados. Las mentes más estrechas prefieren disimular.