Nos jugamos mucho como sociedad, si no defendemos a los que no pueden defenderse <br /><br />
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Nos jugamos mucho como sociedad, si no defendemos a los que no pueden defenderse
Rafael Sánchez-Ostiz, Profesor de Geriatría de la Universidad de Navarra, publicó en el Diario de Navarra hace unos meses un artículo que ha seguido alimentando un amplio debate, por lo grave y porque está todavía en nuestras manos evitar el mal. Me refiero a: alejar cualquier motivo ideológico a la hora de hacer política con entidades base, pilares inamovibles de una nación. De lo contrario se incurriría en un totalitarismo disfrazado.
De todos modos, ya se veía venir esta réplica en los años siguientes a los setenta. El control de la natalidad ha causado estragos en todo el mundo; ricos y pobres. Fue una solución pergeñada desde el egoísmo más atroz. Y a pesar de que ya en aquellos tiempos se predecía una debacle en la pirámide de edad y, simplemente, las capas productivas no serían lo numerosamente suficientes para sostener las pensiones y otros servicios de dependencia de los jubilados, que seguirá creciendo.
Ha llegado la hora, que comenzó a dar coletazos hace años. Muy pocos matrimonios quieren niños. Es más cómodo tener uno, o dos. Está en plena ebullición la entrada plena de la mujer en el mundo laboral. Se pide y se incentiva que los ciudadanos vivan una situación nueva, porque ellos ya han nacido en mundo de familias sin hijos. ¿Quién se mete en este plan de crecimiento?; porque ésta es la tremenda realidad: los hijos que nazcan serán hijos de un “plan”.
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El envejecimiento; la expulsión silenciosa
Aprovecho este nuevo santoral de días internacionales, mundiales, locales o regionales, para intentar remover alguna conciencia. Objetivo modesto pero imprescindible dada la dimensión del problema que planteo. En 2006, las Naciones Unidas declararon el 15de junio como el “Día Mundial de Toma de Conciencia del Abuso y maltrato en la vejez”; es un buen momento para reflexionar algunos aspectos esenciales respecto a la relación entre envejecimiento y exclusión social, que no tienen que ver con las últimas noticias relativas al cierre de residencias ilegales, que afortunadamente son la excepción en un sector que ha mejorado sustancialmente la calidad asistencial de los centros y servicios destinados a las personas mayores.
Cuando hablamos de personas mayores parece que consideramos que la atención o el foco está puesto en las residencias geriátricas o en los servicios especializados, aunque esta población sólo supone alrededor del 5% de la población mayor de 65 años (en Navarra, 110.000 personas). La realidad es que la inmensa mayoría de estas personas mayores de 65 años viven en su domicilio. De ellas, según diferentes estudios nacionales, el 25% padecen algún grado de dependencia, con necesidad de ayuda para realizar determinadas actividades de la vida diaria que se atienden fundamentalmente desde el núcleo familiar. Por otro lado, cerca del 20% viven solas, reflejo no tanto de una decisión libremente tomada, sino fruto de la sociedad que estamos creando. Y cerca del 30% de este colectivo tan heterogéneo se puede considerar que se encuentra en el umbral de la pobreza, con ingresos inferiores a los 600 € mensuales, como reflejan los últimos estudios realizados por Cáritas y refrendados por Euroestat. Aplicar estas cifras a Navarra significa que hay cerca de 30.000 personas mayores en situación de vulnerabilidad, que cualquier desequilibrio producido por enfermedad, gasto extraordinario o disminución de ingresos (no hay que olvidar las medidas planteadas de recorte y congelación de las pensiones), les hace enfrentarse a situaciones cercanas a la pobreza extrema, exclusión social o incluso al maltrato, normalmente por dejación pública o privada de las responsabilidades de cuidado y atención.
Ante esta situación no cabe otro planteamiento que proponer el principio de “tolerancia cero”, puesto que el ser mayor no significa en absoluto ser pobre, dependiente o “estar solo”. Por ello, parece esencial, poder desplegar estrategias de detección precoz que permitan adelantarnos a situaciones que en muchos casos son prevenibles e incrementar la calidad de vida de las personas de edad. Hemos conseguido vivir más y vivir mejor, pero no podemos ni debemos olvidarnos de esta realidad.
En esta tarea tenemos que estar involucrados, en primer lugar, las propias familias, los profesionales del ámbito social y sanitario, las diferentes administraciones, sin olvidar a la sociedad civil en forma de diferentes asociaciones o voluntariado. Entre todos podemos poner en marcha programas y estrategias de detección, protección y prevención. No vale mirar para otro lado; son miles de personas en situaciones de vulnerabilidad, que normalmente no se manifiestan con pancartas —no están presentes en los medios de comunicación muy centrados en los colectivos más jóvenes— pero que son parte esencial de nuestro modelo social mediterráneo, en la que la familia es el espacio natural en el que conviven varias generaciones, donde las personas dependientes son cuidadas o se encuentran seguras. Nos jugamos mucho como sociedad, si no defendemos a los que no pueden defenderse. Y además, debemos fomentar las relaciones intergeneracionales en la familia, escuela, barrio o Ayuntamiento como forma de no desvincularnos unos de otros, enriquecernos mutuamente y avanzar hacia una “sociedad para todas las edades”.
Por último, y aunque muchas veces nos miramos en los modelos anglosajones o nórdicos como referentes en la atención a las personas mayores, estamos viendo como esos mismos modelos están en revisión y cuál es nuestra sorpresa, que se acercan a los países mediterráneos para buscar el secreto de una buena calidad de vida asociada al envejecimiento, y descubren asombrados, cómo la familia se constituye como eje vertebrador en el conviven varias generaciones. Es momento de dar una señal de alarma y llamar a la responsabilidad y exigencia individual y por otro lado, reclamar políticas más activas y ambiciosas por parte de las diferentes administraciones, que permitan a tantas familias seguir realizando una labor callada y poco reconocida, para seguir incrementando la calidad de vida de las personas más vulnerables, las personas mayores dependientes, solas y pobres. De verdad, se echa en falta.
Rafael Sánchez-Ostiz. Profesor de Geriatría de la Universidad de Navarra