La importancia que este diálogo con los fieles en el confesionario ha tenido para él se demuestra en sus homilías y en sus discursos
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En el discurso que pronunció durante la vigilia de Pentecostés, Francisco se mostró un poco triste porque no puede administrar como antes el sacramento de la penitencia
Como obispo y luego como cardenal, Jorge Mario Bergoglio nunca dejó de confesar a la gente. Y la importancia que este diálogo con los fieles en el confesionario ha tenido para él se demuestra en sus homilías y en sus discursos. Ahora, como Papa, no tiene la posibilidad de “salir” del Vaticano para ir y escuchar las confesiones en alguna parroquia, como hacía en Buenos Aires.
Francisco hizo una alusión al respecto el pasado sábado 18 de mayo, en el discurso pronunciado durante la vigilia de Pentecostés en la Plaza San Pedro (ante más de 200 mil fieles de 150 movimientos, asociaciones y nuevas comunidades eclesiales): debemos convertirnos en cristianos valientes, indicó, para «ir a buscar a los que son justamente la carne de Cristo, ¡a aquellos que son la carne de Cristo! [...] de aquí no se puede salir, pero este es otro problema; cuando iba a confesar en la diócesis anterior...».
Al decir estas palabras, el Papa casi se giró a ver a sus colaboradores: «… de aquí no se puede salir…». Francisco también recordó que siempre les preguntaba a los penitentes lo siguiente: «“Y usted, ¿da limosnas?” “Sí, padre.” “Ah, muy bien, muy bien.” Y les preguntaba otras dos cosas: “Dígame, ¿cuándo da limosnas, mira a los ojos de aquel o aquella a quien se la está dando?” “Ah, no sé, no me he dado cuenta.” Segunda pregunta: “Y, cuando da limosna, ¿toca la mano de aquel a quien se la está dando, o le arroja la moneda?” Este es el problema −continuó el Papa−, la carne de Cristo, tocar la carne de Cristo, cargar sobre nuestros hombros este dolor».
El 17 de marzo, primer domingo después de la elección, Francisco contó, durante la homilía en la parroquia de Santa Ana, otra anécdota para ejemplificar su experiencia de confesor. Describió un diálogo que se llevó a cabo en un confesionario, cuando un hombre, al escuchar que le hablaban sobre la misericordia de Dios, respondió: «“¡Oh, padre, si usted conociera mi vida, no me hablaría así! ¡He hecho cosas muy malas!”». Bergoglio le respondió: «“¡Mejor! Ve hacia Jesús, ¡le gusta que le cuentes estas cosas! Él se olvida, Él tiene una capacidad especial para olvidar. Se olvida, te besa, te abraza y solamente te dice: “Ni siquiera yo te condeno; ve y, a partir de ahora, no peques más”. Te da solo ese consejo. Después de un mes volvemos a las mismas condiciones… Volvamos al Señor. El Señor no se cansa nunca de perdonas: ¡nunca! Somos nosotros los que nos cansamos de pedir perdón».
Después de haber pronunciado estas palabras, Francisco se asomó por primera vez desde la ventana del estudio papal en el Palacio Apostólico, para recitar el Ángelus. Y también ahí, improvisando sobre la misericordia, recordó otra anécdota sobre su experiencia de confesor. «Recuerdo que, cuando era apenas obispo, en 1992, llegó a Buenos Aires la Virgen de Fátima y se hizo una gran misa para los enfermos. Yo fui a confesar en esa misa. Y casi al final de la misa me levanté, porque tenía que administrar una confirmación. Se me acercó una mujer anciana, humilde, muy humilde, de más de ochenta años. Yo la vi y le dije: “Nona –porque entre nosotros se les dice así a los ancianos: ‘nona’–, ¿se quiere confesar?” “Sí”, me dijo. “Pero si usted no ha pecado...”. Y ella me dijo: “Todos hemos pecado…”. “Pero tal vez el Señor no los perdona...”. “El Señor perdona todo”, me dijo con seguridad. “Y usted, ¿cómo lo sabe, señora?” “Si el Señor no perdonara todo, el mundo no existiría”. Y me dieron ganas de preguntarle: “Pero, ¿usted estudió en la Gregoriana?”, porque esa es la sabiduría que da el Espíritu Santo: la sabiduría interior hacia la misericordia de Dios. No olvidemos esta palabra: Dios no se cansa nunca de perdonarnos, ¡nunca!».
El pasado 17 de mayo, durante la homilía de la misa matutina que celebró en la Casa Santa Marta, contó otra anécdota de confesionario, aunque en este caso no se hubiera referido explícitamente a su experiencia como confesor: «Una vez supe que un sacerdote, un buen párroco que trabajaba bien; fue nombrado obispo y se avergonzaba porque no se sentía digno, había un tormento espiritual. Y fue con el confesor. El confesor lo escuchó y le dijo: “No te asustes. Si lo que hizo Pedro, lo han hecho todos los Papas, ¡sigue adelante!”. Es que el Señor es así. El Señor es así. El Señor nos hace madurar con muchos encuentros con Él, incluso con nuestras debilidades, cuando lo reconocemos, con nuestros pecados...».