Me parecía extraño que, con su inteligencia y formación doctrinal, san Josemaría incurriera una y otra vez en el mismo error
Como ya dije en un post anterior, me ha dado por escribir un libro sobre la espiritualidad conyugal en san Josemaría Escrivá, que espero pueda ver la luz en un par de meses, y una de sus frases más llamativas es la que da título a este post. De una manera u otra, se la he oído o leído en varios lugares. Por ejemplo, en este:
“Que lleguéis a quereros tanto que améis los defectos del consorte, siempre que no sean ofensa a Dios (…) Y si lo fueran, con afecto, poco a poco, podréis hacerlos cambiar”. [Tertulia en Guadalaviar (Valencia), 18-XI-1972]
Y la duda que me suscita es: ¿realmente, hay que amar los defectos de la persona amada? ¿No será que hay que amarla a ella con sus defectos? Porque esto de amar los defectos suena un poco extraño, hasta morboso.
De hecho, en mis charlas y conferencias sobre amor matrimonial, siempre había sostenido esta segunda interpretación, que escuché en el año 2007 de una voz autorizada: has de amar a tu mujer o a tu marido con sus defectos, pero no estos.
Sin embargo, al ir a las fuentes para la redacción del libro, me he encontrado que san Josemaría no decía eso: él hablaba, directamente y sin ambages, de amar los defectos. Por lo menos, lo he leído cinco veces dicho así, tal cual. San Josemaría, como tantos santos, tenía un carácter fuerte y apasionado, y su lenguaje palmario y directo le granjeó ya en su tiempo no pocas incomprensiones.
Amar los defectos me parecía demasiado, así que, al redactar el libro, tuve la tentación de suavizar la expresión. Me vino a la cabeza la famosa frase de Concepción Arenal que estudié en la carrera de Derecho, “odia al delito, compadece al delincuente”, inspirada en la recomendación de san Agustín de tener amor por la humanidad y odio por los pecados.
Pero, al mismo tiempo, me parecía extraño que, con su inteligencia y formación doctrinal, san Josemaría incurriera una y otra vez en el mismo error. A fuerza de darle vueltas al asunto, he dado con una interpretación plausible. El quid de la cuestión, creo, está en el inciso, que siempre añadía san Josemaría: “siempre que no sean ofensa a Dios”.
Visto así, es muy distinto porque, pregunto, ¿cuáles son los defectos que no son ofensa a Dios? Y respondo: una estatura determinada… o la falta de ella, una calvicie incipiente… o ya consolidada, una defectuosa audición, una barriga prominente, una cierta torpeza en los movimientos. Esto en lo físico, porque, en lo intelectual o temperamental, podrían ser: una lentitud en el raciocinio, una dificultad en la expresión gramatical, un despiste crónico, una precipitación en las reacciones, una timidez innata y tantas otras que se nos puedan ocurrir.
O sea, nada más y nada menos que los contornos de la persona, que casi nunca coinciden con los estándares de perfección que tenemos interiorizados. San Josemaría tenía razón: si no amamos esos ‘defectos’ que no son ofensa a Dios, es decir, que no son faltas morales, no estamos amando a la persona amada, sino a una entelequia que hemos formado en nuestra imaginación. Si no amamos el despiste, la tendencia a engordar o la lentitud de nuestra mujer o de nuestro marido, no los amamos a ellos. Y, lo que es peor, acabaremos amando a otros que no los tengan. Lo que no excluye ayudarles a sacar lo mejor de ellos mismos, con afecto, como dice san Josemaría en el inciso final de la frase arriba transcrita, que todo es mejorable.
Otra cosa son los defectos que son ofensa a Dios, es decir, que constituyen faltas o ilícitos morales. Ahí, sí, hemos de amar a nuestro cónyuge con esos defectos, pero no los defectos en sí mismos, y ayudarle a superarlos, porque amar su egoísmo, su pereza, su gula o su soberbia significaría, a fin de cuentas, amar el mal.
Es lo que pasa con los santos, que tienen inspiraciones divinas que pueden chocar con el ambiente y no siempre son fáciles de asimilar. En fin, esta es mi interpretación personal y, por supuesto, admito la discrepancia, que no soy el intérprete oficial de nuestro santo. Pero, como dicen los italianos, pienso que “se non è vero, è ben trovato”, y creo que a los matrimonios nos puede servir de acicate para amarnos más y mejor.