Se recopilan en un libro un ensayo y medio centenar de reseñas y comentarios diversos de George Steiner publicados en la revista «The New Yorker»
George Steiner (1929-2020). Profesor universitario especializado en literatura comparada y crítico literario, Steiner es uno de los ensayistas más influyentes del siglo XX. Fue Premio Príncipe de Asturias en 2001. Autor de numerosos libros sobre la teoría del lenguaje y la traducción, y sobre la filosofía de la educación, es más conocido por su crítica literaria, en particular en The New Yorker y The Times Literary Supplement. Escritor políglota (traductor en francés, alemán, inglés, italiano, griego, latín) y trilingüe perfecto (alemán, francés e inglés).
Miguel Ángel Garrido Gallardo. Especialista en Análisis del Discurso, ha sido catedrático de Gramática General y Crítica Literaria de la Universidad de Sevilla y profesor de investigación del Instituto de la Lengua Española (Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). Madrid). Director de Revista de Literatura (CSIC) y editor-director de Nueva Revista (UNIR). Académico correspondiente de la Academia Argentina de Letras, Academia Chilena de la Lengua y Academia Nacional de Letras del Uruguay. Premio Internacional Menéndez Pelayo.
Avance
Hace unas semanas han aparecido en el mercado español tres traducciones de George Steiner (1929-2020): ¿Tiene futuro la verdad?, a la que nos referimos ahora (Almuzara, 490 páginas), «Universitas» (en Nuestras palabras, Rob Riemen editor, Ladera Norte, pp. 41-63) y Los último humanistas (Acantilado, 128 páginas), diálogo con su amigo Nuccio Ordine, premio Príncipe de Asturias, como él, y recientemente fallecido. Cualquiera diría que se trata de un autor que se acaba de descubrir, pero no es el caso. Su enorme prestigio a contra corriente de la cultura posmoderna es seguramente lo que propicia estas novedades en editoriales, digámoslo así, exquisitas.
¿Qué podemos esperar de este nuevo título? Su biografía, su formación, los más de treinta libros publicados en vida parecerían que anuncian un desarrollo, una summa metafísica de referencias ya bien delimitadas.
Artículo
En cuanto a la biografía de George Steiner, ya la hemos recordado en otras ocasiones. Una madre, vienesa y un padre, judío, alto empleado de la banca austriaca, que, con certera intuición de lo que venía, abandona Austria en 1924 (George nace en París en 1929). En 1940 marcha la familia a Nueva York. Viene más tarde la carrera académica en EE. UU., su ingreso en Yale (1949), después en Harvard, desde donde conecta con el equipo editorial de The Economist. En 1956 lo encontramos en Princeton y a la muerte del mítico crítico literario Edmund Wilson (1966) le sucede en la revista The New Yorker. Escribe en The Times Literary Supplement. Con todo, su vinculación académica más constante ha sido con Gran Bretaña: Cambridge (también con Oxford). Pero no acaba esto aquí. «Soy una “persona de montaña”, diferente de aquella que encuentra eco y espejo en el mar. Me encuentro verdaderamente en mi piel cuando estoy cerca de las montañas, o rodeado de ellas. Esto, junto con su natural multilingüismo, ha hecho que para mí Ginebra y su universidad sean una felicísima sede. Las montañas las tengo a la puerta. Estoy convencido de que existen vínculos de conciencia entre el amor a las montañas y las elecciones que hace un individuo entre las opciones filosóficas, musicales y estéticas». Así, Ginebra, también tuvo su lugar, aunque Cambridge fuera su último domicilio.
Steiner tiene como lenguas maternas francés, inglés y alemán. Maneja italiano y otras lenguas, desde luego latín y griego, que forman parte indescontable de la exquisita formación de humanista que recibió. No sé cómo andaba de hebreo, siendo así que la Biblia y las referencias a la religión judía fueron fundamentales en su obra. Tampoco conocía el ruso ni el español. Sobre nuestro idioma tienen sentido las alusiones que se encuentran a Borges y a san Juan de la Cruz, pero poco más. De todas maneras, la imponente preparación de George Steiner se pone al servicio de una lectura de su tiempo, que ha destacado por el sentido común y que deja en evidencia el carácter superficial, inhumano, de lo políticamente correcto y la palabrería tecnocrática que en el siglo XX se ha apoderado de la educación. Este es el autor.
Por lo que hace al tema, el diccionario contiene dos acepciones principales para la palabra verdad: a) conformidad de lo que se dice con lo que se siente o piensa, b) juicio o proposición que no se puede negar racionalmente. En el fondo, no se puede practicar la verdad en la primera acepción, si no se acepta de alguna manera la segunda. Si nos encogemos de hombros ante la posibilidad de saber con seguridad algo, clave de bóveda de la cultura posmoderna, ¿qué significará la conformidad de lo que se dice con lo que se siente o piensa? Es el momento de la posverdad, según el diccionario, distorsión deliberada de una realidad que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales. Siendo así, no parece especialmente nuevo el fenómeno especificado, por más que la dimensión que proporcionan los medios de comunicación social en el siglo XX, a la que se añaden las redes sociales en el XXI, lo doten de una amplitud, esa sí, verdaderamente nueva.
En todo caso, la crítica de esta situación que hace Steiner, devoto de los clásicos antiguos, arquetipo del humanismo liberal y lector de la Biblia, aparece por doquier en su bibliografía. Por ejemplo, un párrafo en uno de sus archiconocidos estudios sobre la tragedia:
«Dios se cansó del salvajismo del ser humano. Tal vez Él ya no fuera capaz de controlarlo y ya no pudiera reconocer su imagen en el espejo de la creación, ha dejado al mundo en manos de sus inhumanas invenciones y mora ahora en algún rincón del universo, tan remoto que sus mensajeros ni siquiera pueden llegar hasta nosotros. He supuesto que Él se alejó en el siglo XVII, momento que ha sido la constante divisoria en nuestra argumentación. En el siglo XIX Laplace anunció que Dios era una hipótesis que en adelante le resultaría innecesaria al espíritu racional. Dios le tomó la palabra al gran astrónomo. Mas la tragedia es la forma del arte que exige la intolerable carga de la presencia de Dios. Ahora está muerta porque su sombra ya no cae sobre nosotros como caía sobre Agamenón, Macbeth o Atalía».
Steiner pertenece sin duda al club de quienes tienen por lema que «la verdad os hará libres». Y lo dejamos dicho, porque es así y para que se entienda, sin embargo, que la obra que presentamos trata de otra cosa.
Empecemos por el principio. El libro consiste en medio centenar de textos de reseñas y comentarios de lo más variado, publicados en la revista The New Yorker y aquí recopilados, más la intervención de Steiner en el homenaje a Jacob Bronowski (1908-1974) cuyo título le da nombre también al libro entero.
Bronowski fue un matemático polaco de origen judío nacionalizado británico, célebre sobre todo por su serie de divulgación científica para televisión El ascenso del hombre a partir de la cual se publicó luego un libro con el mismo título. Esta obra, que describe la historia del desarrollo intelectual del ser humano, sus ganancias y sus pérdidas, sus dolores y sus aciertos, lo convirtió en uno de los más importantes divulgadores de la ciencia y, a la vez, en uno de los pocos representantes de un humanismo renacentista del que Steiner también es buen ejemplo. Con motivo de la aplicación de los avances teóricos de la física atómica durante la Segunda Guerra Mundial (las bombas atómicas arrojadas sobre Nagasaki e Hiroshima), cambió sus intereses, como lo hicieron también otros físicos de su época, por las ciencias humanas y sociales, y por la biología.
Como es sabido, las palabras significan en contexto y situación y, en el contexto ahora mencionado, verdad tiene que ver con /realidad/ más que con /sentido/, mientras que, me parece, en la opera omnia de Steiner verdad aparece casi siempre más comprometida con el sema /sentido/ que con el sema /realidad/. No sería extraño que escoger este trabajo de este título para nombrar el volumen entero tenga en su origen una causa consciente o inconscientemente propagandística: situar al lector de Steiner en una perspectiva consabida, aunque sus expectativas no se vayan a ver totalmente cumplidas en la lectura. En el fondo, se trata de preguntarse por la verdad, entendida como el objetivo del conocimiento práctico. Comienza Steiner con una parábola:
«Dice la leyenda que Tales se cayó a un pozo. El mago matemático que, según cuentan, predijo el eclipse solar del año 585 a. C., no vio bien el suelo que tenía delante de los pies. Cuando Siracusa fue conquistada en el año 212 a.C., los soldados invasores irrumpieron en el jardín de Arquímedes. Sus dispositivos mecánicos habían mantenido a raya a los agresores. Esta vez querían sangre, pero, inclinado sobre un problema de geometría de secciones cónicas, Arquímedes no oyó llegar a sus asesinos. Murió, por así decirlo, en un arrebato de abstracción». (p.25).
Steiner señala cuatro concepciones de la verdad que difieren de esta categoría de verdad como conocimiento científico y que, e veces, ponen en jaque su futuro.
1. Mística. Los criterios de lo auténtico provienen de una luz inmediata y visionaria que se apodera del alma.
2. Religiosa-dogmática, que no se identifica con la mística porque, basándose en la revelación sobrenatural, con frecuencia invoca una lógica, una racionalidad como la de cualquier otra ciencia.
3. Romántico-existencialista. «Para Tolstoi, la sagacidad del ser humano iletrado, la inocente clarividencia del anciano campesino vino a pesar infinitamente más ─ por lo que se refiere a la ética y la cordura mental─ que la jerga del filósofo y las promesas huecas del científico o del ingeniero». ( p.32).
4. Relativista o dialéctica. Steiner la refiere a la Escuela de Frankfurt (Horkheimer, Adorno y Marcuse). Se trata de un nuevo escepticismo: «la objetividad, las leyes científicas, el concepto de verdad y falsedad, la propia lógica no son ni eternos ni neutrales». (p.33).
En este clima, podría pensarse que la búsqueda de la verdad inmediata, técnica, revisable se pueda a veces retrasar o diferir por el bien de la igualdad, por el bien inmediato de las personas. Aunque no parece que los seres humanos tengamos ni siquiera por esa vía asegurado el futuro, teniendo en cuenta la cita de Bertrand Russell que aduce Steiner a este propósito:
«La segunda ley de la termodinámica apenas hace posible dudar de que el universo se está agotando, y de que en definitiva nada del más mínimo interés será posible en ningún lugar. Desde luego, podemos afirmar, si así lo queremos que cuando llegue el momento, Dios volverá a dar cuerda otra vez a la maquinaria: pero si decimos esto, basaremos nuestra afirmación solo en la fe, en absoluto en ninguna prueba científica. Hasta donde llega el conocimiento científico, el universo se ha deslizado a través de lentas etapas hasta un resultado un tanto lastimoso en esta Tierra, y se deslizará por etapas todavía más lastimosas hasta la condición de la muerte universal».
Aunque ese aniquilamiento esté muy lejos y quede, según cita del poeta Paul Celan, «al norte del futuro», ¿seguirán las investigaciones de la biotecnología y de la infotecnología adelante sin cortapisas ni reparos?
¿Todo lo que sea posible hacer, se hará inevitablemente?
Aunque pusiésemos solamente objeciones económicas. ¿Debemos gastar con seguridad el 2% del PIB en I+D cuando hacen faltas hospitales mínimamente dotados que eviten las muertes por gripes y que atajen las enfermedades endémicas en tantos lugares? ¿Debemos gastar cientos de millones de dólares para investigaciones sin consecuencias inmediatas en partículas subatómicas? ¿Cómo defender el gasto de grandes masas dinerarias en radiotelescopios, sondas y satélites para estudiar las galaxias, mientras las ciudades miserias y poblados de chabolas ocupan una enorme superficie de nuestro planeta?
¿Y las objeciones morales? Recientemente, la oscarizada película Oppenheimer ha recordado una vez más el dilema moral de descubrir la fusión nuclear para disponer a continuación de la bomba atómica. Claro que eso saca a relucir la cita bíblica de que las criaturas sufren dolores de parto en espera de la manifestación de los hijos de Dios (Cfr. Rom. 8,22-23). La verdad de la ciencia puede llevar a hacer el mal o el bien: de determinadas conclusiones se pueden derivar bombas atómicas y medicina nuclear.
Pues bien, en ¿Tiene futuro la verdad? Se propone la pregunta de si se podrá poner freno en algún momento a la verdad del progreso científico y técnico. Steiner cree que no. Esa es la experiencia a pesar de los pesares.
«Pero también es posible la otra respuesta. La escuchamos insaciable desde la oscuridad del pozo de Tales, y desde el jardín manchado de sangre de Siracusa. Nos dice que la verdad importa más que el hombre. Que es más interesante que él, incluso cuando, también especialmente cuando, pone en cuestión su propia supervivencia. Creo que la verdad tiene futuro. Que lo tengamos nosotros es algo que está menos claro». (p. 44).
Este libro del humanista Steiner no es un tratado metafísico sobre la verdad, sino una colección de reseñas más un ensayo sobre el futuro que cabe atribuir al progreso de la verdad científica. No se trata de indagar sobre el mártir (el que entrega su vida para dar testimonio de la verdad). Eso es otra cosa. El ensayo da, como hemos dicho, título al libro, pero ni trata de lo que un lector de Steiner espera a priori, según lo que hemos recordado al principio, ni tiene que ver con la colección de reseñas del The New Yorker que lo acompañan. Eso sí. Todo lo que encontraremos de temas varios y ocasionales es ajeno a la superficialidad de cierto periodismo. En ese sentido, cualquiera de los trabajos recopilados tiene relación con verdad en cuanto que, en determinado campo semántico, es antónimo de superficialidad.
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