Pocos intelectuales han disfrutado tanto la Navidad como Gilbert K. Chesterton. El escritor inglés converso al catolicismo vivía el Nacimiento de Cristo con la inocencia de un niño, a la vez que la defendía de los ataques con el ímpetu de un guerrero
Gilbert K. Chesterton fue el maestro de la paradoja, lo que dejó consignado no solamente en sus innumerables escritos, sino que también consiguió encarnar en su propia vida. Este gran hombre de 1,93 metros y más de 130 kilos, tan aficionado al pudin como abonado a la sana confrontación, se volvía un niño en Navidad. De pocas cosas hizo tan férrea defensa como de una fiesta que amaba en todas sus dimensiones: la religiosa, la cultural y la más puramente festiva. Se batió contra todo aquel que intentara desvirtuarla, y se esforzó en mostrar su esencia, indicando que no es necesario ser niño para vivir la Navidad.
La paradoja de la Navidad
Para ello utilizó este recurso literario con el que quiso mostrar lo que se ve y también lo que aparece velado. “La Navidad está basada en una hermosa e intencionada paradoja: que el nacimiento de un Niño sin hogar se celebre en cada hogar”, señalaba en un artículo en 1923, recogido junto a otros textos suyos en el libro El Espíritu de la Navidad (Espuela de Plata, 2017).
“La Navidad es la conservación de lo bueno del pasado y la eliminación de lo malo del presente”
La Navidad tenía que ser –según insistía– “una fiesta familiar” y “un tiempo doméstico”, ambas -estrechamente -unidas ante lo que ya entonces se vislumbraba: el intento de acabar con ella o de apropiársela para fines más comerciales que trascendentales, motivo por el cual “la Navidad no encaja con la vida moderna”, decía.
La Natividad con la anunciación a los pastores más allá
“Si la Navidad pudiera hacerse cada vez más doméstica, y no cada vez menos, creo que se produciría un crecimiento enorme del auténtico espíritu de la Navidad: el espíritu del Niño. […] Es cierto, en un sentido, que la Navidad es un tiempo en que las puertas deben abrirse. Pero yo cerraría las puertas en Navidad o poco antes. Entonces, el mundo sabrá de lo que somos capaces”, escribía sobre la importancia de vivir la Navidad recogidos en la intimidad del hogar, con nuestros seres queridos.
Aprender a disfrutar
Ya entonces, Chesterton intuía cómo la fiesta en sí de la Navidad pasaba a un segundo plano eclipsada por todo lo que la rodeaba: “Me parece mejor ser el niño travieso que se empacha de pudin de Navidad que ser el niño negativo y nihilista empachado de tantas fotos de pudin de Navidad, en revistas y vallas publicitarias, meses antes de probarlo siquiera”. Para él, todo aquello era “símbolo” de que la gente se ha olvidado de “disfrutarla en y por sí misma”.
Sin embargo, el genial escritor inglés destacaba que “la Navidad no tiene más remedio que ser una delicia para el hombre”. Y recuerda la grandeza que implica que todas las ideas que edifican –“la idea cristiana y católica”– han “cristalizado en la bella historia de la Navidad”. En definitiva, “es como el nacimiento o la muerte: una prueba de nuestra simple virtud” que contiene lo más esencial, como cristiana que es: “La conservación de lo bueno del pasado y la eliminación de lo malo del presente”. Por eso lo tenía claro: “La Navidad no va a desaparecer”.