Este 25 de diciembre se cumple el centenario del nacimiento en Aviñón de uno de los pensadores más originales del último siglo: René Girard
Se cumple el centenario del nacimiento de René Girard, un pensador de referencia obligada para quienes quieran comprender el mundo de hoy. Que naciera precisamente un día de Navidad, nos da ya una clave hermenéutica de su obra y de su legado. Y comprenderle a él es comprender y profundizar en uno de los resortes que constituyen el dinamismo del obrar humano desde su origen: el deseo mimético. Jesús con su nacimiento y Girard con su aportación intelectual, como un manantial y una fuente, nos transmiten en estos días el mismo mensaje: el obrar humano, por naturaleza, es cristiano.
Las efemérides son oportunidades de pararse a pensar; algunas especialmente. Y recordar y celebrar los acontecimientos son ocasiones que te animan a pararte a escribir; algunos casi te lo exigen.. Una efemérides que queda iluminada por el acontecimiento coincidente del Nacimiento de Cristo de un modo providencial, pues la luz que irradia el pensamiento de Girard es cenital y procede de Cristo. Vale pues la pena, aunque sea brevemente, pararse a pensar y ponerse a escribir [[1]].
La originalidad y fecundidad de la “teoría mimética” girardiana se debe precisamente a su matriz cristiana, en último término la única capaz de generar un pensamiento siempre novedoso. Al mismo tiempo, si la luz que iluminó el pensamiento del intelectual francés fue límpidamente cristiana, su aportación al mundo de las ideas tuvo como objetivo llenar de esa misma luz las manifestaciones del devenir histórico del ser humano, tanto en su plano individual como colectivo; comprenderlas para saber luego comprendernos. Sus enemigos intelectuales fueron el relativismo cultural y la falacia de la autonomía individual como fuente originaria del obrar, como la entendió y extendió la Ilustración. Frente a todos y sin embargo a favor de todos, Girard supo contrarrestar ese relativismo atomismo social imperante con una teoría sencilla pero desarmante, profunda e irrefutable: la teoría mimética. Y todo esto argumentadoseriamentea través de numerosos estudios al principio de crítica literaria comparada y después de antropología cultural.
Su trayectoria intelectual fue un reflejo de su propio recorrido vital; un largo camino de ida y vuelta, desde su feliz infancia católica hasta el retorno a la Fe tras muchos años de investigación, pasando por un largo camino de éxodo y búsqueda sobre el sentido de Dios y de lo humano a través de esas mismas investigaciones. Como Don Quijote, personaje que veneraba y fue su maestro, se lanzó a un itinerario intelectual lleno de aventuras, que comenzó y terminó bien. Una aventura cristiana. Curiosamente, los mismos estudios y conocimientos que al principio le alejaron de Dios, fueron los que después le hicieron retornar a Él y recobrar la cordura, cumpliéndose en su vida a la letra lo que afirmaba Holderlin: “Ahí donde está el peligro, ahí está también la salvación”.
Por esa luz de verdad y sinceridad que arroja su personal itinerario existencial e intelectual, el relato girardiano asombra y ayuda muchísimo a quienes se acerquen a él con confianza y honradez, con esa misma probidad que marcó su vida. Su relato interpretativo de la conducta humana es veraz porque mantiene y respeta la distancia adecuada con esas dos grandes fuentes que permiten comprender al hombre: el Mito y la Historia. Su teoría se nutre del Mito sin amedrentarse y comprende la Historia con enorme audacia. Y todo para poder acometer con rigor la enorme tarea de dar a conocer la verdad del ser humano. Como Dostoyevski o Shakespeare, otros de sus grandes referentes, no tuvo miedo a entrar en las profundidades del alma humana, con toda su miseria y también con toda su grandeza; con su perenne paradoja.
Hace sólo unos días, en una entrevista de radio, una joven que vive en Belén comentaba que muchos cristianos como ella, sobre todo jóvenes, a raíz de la nueva guerra en Tierra Santa, han vuelto a frecuentar la Santa Misa y su vida de Fe. Según decía, la dolorosa situación les había ayudado a replantearse y recuperar lo esencial del Cristianismo y de la vida, ese mensaje que nos recuerda estos días el nacimiento del Hijo de Dios: paz; esperanza; amor. Paz, en un mundo en el que no dejan de surgir conflictos; esperanza, en una Tierra donde parece haberse instalado el desaliento; amor, palabra que cada vez repetimos más y cada vez dice menos. Con sorprendente madurez para su edad, aquella joven cristiana manifestaba que, con motivo del nuevo estallido de violencia, ella misma reaccionó al principio preguntándose desconcertada: “¿Dónde está Dios?”, y encarándose con Él. Pero pronto comprendió que la verdadera pregunta que debemos hacernos ante algo tan terrible como una guerra injustificable es más bien esta otra: “¿Dónde está el ser humano?” Es el hombre, no Dios –decía esa joven- el que no sabe bien quién es, cuál es su origen, cuál el sentido de su vida y de sus actos, especialmente aquellos que desdibujan su verdad más íntima. Aunque la pregunta por el ser y sentido del hombre sea finalmente teológica, el itinerario para abordarla y comprenderla debe partir de la antropología.
Pues bien, esa pregunta, radical, principal, sobre la esencia y sentido de lo humano, es la verdadera pregunta que debe hacerse un cristiano al comprobar su naturaleza paradójica y contradictoria. Y es la pregunta que interesó y movió a Girard durante toda su vida. Aunque en un primer momento, como reacción, el hombre busque e interpele a Dios pidiendo explicaciones al Creador de lo que en realidad es provocado por la criatura, con la madurez que dan los años y las fragilidades, ese mismo ser humano debería llegar cuanto antes a hacerse esa otra pregunta previa que el mismo Dios dirige a toda persona: ¿Dónde está el ser humano? ¿De dónde procede ese modo de actuar tan desconcertante y violento que no refleja su primigenia imagen y semejanza de un Dios que es Amor? Esa es la pregunta verdaderamente inicial, tal y como aparece bien explicado ya en los primeros compases de la Biblia. La pregunta que Dios dirige a Adán y Eva, escondidos y temerosos tras su pecado; la que dirige sobre todo a Caín con referencia a su propio hermano, y que inició todo un proceso de violencia universal, un proceso que sólo pudo ser revertido con la llegada del esperado Mesías; la pregunta que aún hoy pocos se atreven a hacerse con seriedad y que Girard convirtió en el leitmotiv de sus investigaciones.
Ahí mismo, al núcleo y origen de la mala conciencia presente en todo ser humano pecador, a ese momento en el que el pecado personal se convierte en movimiento colectivo de culpa y expiación, ahí es donde pone sus plantas Girard y planta su tienda. Pisa con audacia, con arrogancia incluso, porque bien sabe que deberá caminar por lugares ya muy transitados y, para muchos, ya suficientemente estudiados. Lo hace además con ese punto necesario de ingenuidad y candor, porque se sabe poco dominador de algunas disciplinas que le pueden resultar indispensables: la hermenéutica, la exégesis, la crítica literaria… Pero da la impresión de que no le importan mucho las inevitables críticas. Casi le espolean y ayudan a comprender que va por el camino correcto, y que vale la pena. Se siente llevado y atraído por una pregunta que parece dirigirle ese Alguien que le esperaba en lo alto de aquella colina llamada Gólgota, a la que Girard llegará bien avanzada su vida, por más que se pasara bastantes años intentando apartarla de su mente. Jesús, al que al principio el joven y arrogante René trató de evitar, no le consintió mirar hacia otro lado, como le sugerían también tantos colegas. Y poco a poco fue aceptando (¡y qué difícil es encontrar esa humildad en los intelectuales!) que más que ser él quien marcaba el rumbo, era otro quien le llevaba delicadamente. La misma delicadeza que Girard tuvo al aceptar con el tiempo que sus primeras afirmaciones sobre el sacrificio de Cristo estaban equivocadas.
En todo ese itinerario vital que apenas hemos esbozado jugó un papel fundamental la Providencia (empezando como decimos por su fecha de nacimiento). Sin duda todo ocurrió como ocurrió para poder ser salvado él mismo y poder recibir –como así fue- el regalo de la conversión. Y muy probablemente también porque esa libertad de espíritu la iba a necesitar para dar un golpe de luz y gracia a la hybris de quienes en el campo de la antropología religiosa y cultural se enredaban -y aún se enredan- en psicologismos y sociologismos hueros, disquisiciones académicas y controversias de escuelas.A todos los conoció Girard; a todos los comprendió; y muchos no lo comprendieron. No importa. Por ser pensador universal de una sola idea (un puercoespín, como se suele decir), no podía ser aceptado y comprendido por quienes, acusándole de prejuicios espurios, no son capaces de superar ni ocultar los suyos. También en eso, como en todo, su pensamiento es radicalmente cristiano.
Por todo esto quería aprovechar esta efemérides para tener un recuerdo de él y de su obra, en unos tiempos donde fácilmente podemos vislumbrar en nuestro mundo innumerables manifestaciones que corroboran sus tesis: el deseo mimético como acontecimiento original (el “seréis como dioses” constantemente replicado); la espiral de la violencia como dinámica de toda historia (la incapacidad de detener una guerra, una herida familiar del pasado, un error personal aún grabado en nuestra memoria); el mecanismo del “chivo expiatorio” (la búsqueda de un culpable que evite que acabemos todos desapareciendo, de un personaje o una institución en la que volcar nuestros odios y poder así sobrevivir juntos… ¡la transferencia de culpa, instalada actualmente como costumbre nacional e internacional!... Ese tácito “pongámonos de acuerdo en buscar subrepticiamente un culpable común y así ambos quedaremos absueltos sin necesidad de juicios”)… Y sobre todo la ruptura de ese mecanismo de envidia que, como decíamos más arriba, está en el origen de nuestra humanidad creada y caída, y que debía ser sustituida por otra espiral virtuosa que restaurara ese primer pecado original, esa tendencia que no somos capaces de romper con nuestras solas fuerzas, y que tiene tres coordenadas: la Esperanza (Adviento), el Amor (el Misterio de la Vida y la Muerte de Cristo), y la Fe (Pascua).
Pues ahí, en ese terreno cristiano, siempre conocido y siempre por conocer, es donde encuentra Girard -no sin sangre y sudor- la imaginación creativa de un Dios que asume la Historia del ser humano y la devuelve a las vías del verdadero progreso. Era necesaria una víctima, sí, pero inocente; que se ofreciera ella misma, por amor; para revertir toda violencia y transformar en camino hacia los demás y hacia Dios lo que se había convertido hasta llegar el Mesías en mero escándalo. Es la historia de Cristo. Girard, a través de la Sagrada Escritura (¡siempre la vida como narrativa!), comprendió que el final está en el principio (Eliot; no podía ser de otro modo). Y fue al final cuando descubrió lo que siempre había sido la clave hermenéutica de su vida. Por eso me parece que el nacimiento de Girard un día de Navidad es providencial, y que su propia figura y pensamiento intelectual lo ha sido y lo será también, y será cada vez más reconocido y comprendido.
Agradecemos a Dios la existencia de figuras intelectuales de la talla y del valor deGirard, sombra nacida el día del nacimiento del Sol, y por eso mismo sombra muy luminosa para poder orientar correctamente el giro antropológico de la teología y la filosofía de nuestros días, recuperar su enfoque cristiano y poder así abrirnos de verdad a la Misericordia de Dios con los hombres: dar la palabra a los injustamente perseguidos y a los inocentes; estar de parte de la víctima en lugar de apoyar al perseguidor; destacar el valor de la humildad y la dignidad del sufrimiento; y descubrir que el amor es más fuerte que la violencia hasta el punto de llegar a transustanciarla en sacrificio redentor y convertir la Historia del ser humano en una Historia de Salvación.
Antonio Schlatter Navarro
Notas:
[1] En este artículo no he pretendido mostrar la trama ni la profundidad de las tesis girardianas (tampoco estoy en condiciones de hacerlo adecuadamente). Tan solo deseo poner en valor su legado con motivo de su centenario natalicio. Gracias a Dios, Girard es un autor que cada vez es más conocido y estudiado. Un primer y buen acercamiento para los no iniciados es la que hace Carlos Gutierrez Lozano en la enciclopedia Philosophica (Philosophica: Enciclopedia filosófica on line — Voz: René Girard). También vale la pena leer, para una primera valoración aproximativa de su obra, Los orígenes de la cultura. (Conversaciones con PierpaoloAntonello y Joao Cezar de Castro Rocha, Tr. J.L. San Miguel, Trotta, Madrid 2006). Más recientemente ha publicado un libro sobre Girard el profesor Ángel Barahona, gran conocedor de su pensamiento: René Girard: de la ciencia a la fe - Ediciones Encuentro. En general, los estudios y referencias a Girard se han multiplicado en los últimos años.
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