Me sentí en casa porque todos valoraban las ideas y disfrutaban hablando de sus convicciones
Es científico social, conservador y profesor en la Harvard Business School, la misma que le rechazó como alumno hace casi tres décadas. Arthur C. Brooks (Seattle, 1964) presume de un 'best seller' en «The New York Times» y de varios pódcast. ¿Su objeto de estudio? La felicidad. A los diecinueve dejó la carrera, se dedicó a tocar la trompa y se definió de izquierdas. Doce años más tarde, el amor de Ester, su mujer, y la vuelta a los libros le dieron a su vida un giro que lo llevó a dirigir uno de los principales think tanks de Estados Unidos. Hoy lo consideran uno de los intelectuales más influyentes de la derecha estadounidense.
Arthur C. Brooks sabe hacer feliz a la gente. Al menos por eso le paga Harvard: su asignatura Liderazgo y Felicidad es una de las más concurridas del centro. Además de dar clases, Brooks publica los jueves la columna «How to Build a Life» en la centenaria revista The Atlantic, presenta los pódcast «The Art of Happiness» y «How to Build a Happy Life» —este último también en The Atlantic— y da la vuelta al mundo buscando formas de mejorarlo en el documental The Pursuit. Antes, dirigió durante una década el Instituto Americano de la Empresa, uno de los think tanks más influyentes del planeta. Ha publicado doce libros con títulos como The Road to Freedom (2012), Gross National Happiness (2016) y The Conservative Heart (2017). Sin embargo, probablemente se siente mejor definido por las palabras católico, esposo y padre.
Lo primero sucedió en el santuario de Guadalupe en 1980, donde tuvo una «experiencia mística» y se convirtió del protestantismo. En aquella época no era un buen estudiante. Comenzó una carrera pero la dejó a los diecinueve para dedicarse a la música, el sueño de su niñez. La cosa cambió en un festival de música en Francia, donde conoció a la barcelonesa Ester Munt. Ella no hablaba inglés ni él español o catalán (aunque ahora se expresa a la perfección en ambas lenguas), pero se enamoraron como solo sucede en las películas. Ella vendió el coche para ir a verle a su país. Él, a los veinticinco, dejó su trabajo en Nueva York persiguiéndola a ella para probar suerte en Barcelona, donde se hizo un hueco para tocar la trompa en una orquesta. Gracias a ella se dio cuenta de que no era feliz, pero podía llegar a serlo. Ese es el origen de su inquietud por el tema que le apasiona.
Dos años después se casaron y empezaron una nueva vida en Estados Unidos. Esa vuelta a la patria la vivió Brooks como un emigrante, como su particular sueño americano. Algo así debió de sucederles a sus bisabuelos, que procedían de Dinamarca —curiosamente, uno de los países más felices del mundo— y emigraron, en el 1900, a la tierra de las oportunidades. Compraron una granja en Dakota del Sur, trabajaron duro y, al cabo de una generación, la familia nunca más sería pobre.
El matrimonio Brooks-Munt tiene tres hijos: Joaquim, que es profesor de secundaria; Carlos, militar, y Marina [Hum 23], que estudia Humanidades en la Universidad de Navarra. Ella fue una de los quinientos alumnos que el 16 de septiembre escucharon a Brooks pronunciar, con un acento medio yanqui medio catalán, la ponencia inaugural del Congreso Forun en el campus de Pamplona. Se trata de un congreso de alumnos para alumnos que reflexiona sobre valores relacionados con la persona y la cultura. En la charla, el profesor intentó dar a los jóvenes las claves de la felicidad.
Ese día, Brooks viste traje. De la muñeca derecha le cuelgan unas pulseras de bolitas negras que le regalaron los empleados de su empresa ACB Ideas. En unos pequeños cubos blancos está escrito un verso del salmo 84: From Strength to Strength. Esas palabras son también el título de su último libro, que se publicó en febrero de 2022 y apareció en la lista de best sellers de The New York Times. Como cuenta Brooks, «querían que tuviéramos mucho éxito en el mercado». Eso —el éxito— no fue precisamente su primera experiencia.
El profesor Brooks en el campus de la Universidad de Navarra, antes de su conferencia.
¿Por qué volvió a los estudios, si ya había dejado la universidad?
A veces me lo pregunto. Mi mujer me animó a ello porque sabía que yo no era feliz. Me dijo: «¿Por qué no experimentas con otras cosas?». Mi padre era catedrático de Matemáticas, y yo, el primero de mi familia desde hace siglos sin birrete de doctor. A los veintiocho me di cuenta de que para ganar dinero necesitaba más formación, pero fui un mal estudiante en el instituto. Como era pobre pobre, me matriculé en una universidad pública a distancia en Nueva Jersey [el Thomas Edison State College] y me encantó expandirme en lo intelectual. Suponía un mundo nuevo, una aventura: cuanto más profundizaba, más me gustaba. No quería dejar de aprender.
En 1994 me gradué en Economía. Obtuve el diploma por poco dinero y solo después pisé un campus, cuando empecé el doctorado. [Se doctoró en Análisis de Políticas Públicas por la Grand Valley State University en 1998]. Allí me sentí en casa porque todos valoraban las ideas y disfrutaban hablando de sus convicciones. Fue la primera vez que me encontré a gusto intelectualmente.