Todas estas leyes, que con tanta prisa se aprueban, son interesadas, tienen un sesgo claro
Comentaban de una persona que era muy grata porque nunca quería nada, no era interesada, no buscaba sacar tajada, su presencia era muy apreciada, se estaba a gusto con ella. En cambio, acabamos de vivir un conflicto de “derechos”, de intereses. Dice un titular de prensa: “Muere el pistolero de Tarragona después de recibir la eutanasia en el hospital de Terrassa”, “Las víctimas reclamaban parar la muerte asistida”.
En esta “progresista” situación, al margen de la clara aberración moral que supone la eutanasia, se ha desatado un choque de derechos o de intereses. El de las víctimas a que se les haga justicia y el del agresor a quitarse de en medio exigiendo que le quiten la vida. Habría que estudiar los intereses del equipo médico que le ha “sedado”, o sea, en lenguaje políticamente incorrecto, quitado la vida, eliminado, matado…, sus posibles conflictos internos; los derechos de los familiares de Marin Eugen Sabau, así se llamaba el eutanasiado, que igual querían que siguiera con ellos.
Cuando los hombres nos arrogamos las prerrogativas del Ser supremo y nos ponemos a legislar sobre lo divino y lo humano, podemos crear mucha confusión y no pocos destrozos. No es fácil tener una conducta pura, limpia, desinteresada, que busque solamente el bien de los demás. Esto solo lo puede hacer quien tiene la grandeza, el don, de no necesitar nada, de ser totalmente desinteresado, de quien tiene un compromiso natural con la verdad y con el bien. Es decir, Dios. Al margen de Él reina el egoísmo, el interés, la codicia.
Ejemplos tenemos los que queramos: el que estamos tratando, los que vemos a diario en nuestra vida casera, los de los gobernantes, para los que el mal y la delincuencia están exclusivamente en sus opositores y nunca entre sus militantes; en nosotros que condenamos en los demás lo mismo que hacemos. Para ser objetivos, para poner límites a tanta codicia suelta, para asegurar un mínimo de verdad y de bondad en nuestra vida y en la sociedad necesitamos un referente, una ayuda. El hombre abandonado a sí mismo no es de fiar, es demasiado egoísta.
“Cuando des una comida o cena, no llames a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a vecinos ricos, no sea que también ellos te devuelvan la invitación y te sirva de recompensa”, dice el Evangelio. Es una invitación a la generosidad, al altruismo, a hacer el bien por el bien mismo. Ahora, esto solo se entiende desde Dios, desde la verdad de lo que somos. Nos lo recuerda Cristo, el hombre perfecto. Por nuestro propio bien nos interesa mirarle a Él. Las leyes, el comportamiento humano, para que sea acorde, beneficioso, justo, no pueden dictarse al margen de la ley natural, de la ley divina. No pueden dejar a Dios de lado sin que dejen de ser humanas.
Dice Chesterton: “El mundo puede resultar hermoso de nuevo, si lo vemos como un campo de batalla. Al definir y aislar lo malo, vuelven los colores a todo lo demás. Cuando las cosas malas son malas, las buenas se hacen buenas en un estallido apocalíptico. Algunos son tristes porque no creen en Dios; pero muchos más lo son porque no creen en el demonio”. El choque de intereses es la lucha entre el bien y el mal. Y, queramos o no, todas estas leyes, que con tanta prisa se van aprobando, son interesadas, tienen un sesgo claro, no buscan el bien común. Están al servicio de unos intereses concretos.
Esta batalla en defensa del hombre, de su dignidad, de la libertad, la debemos lidiar con esperanza y humildad. Con la certeza de que el bien y la verdad acaban brillando siempre. El hombre es imagen y semejanza del Creador, tiene sed de amor. Basta saberlo, recordar que Dios está con nosotros, tener la certeza de que todos los que beben de su costado alcanzan el gozo y la paz. Con suavidad, con modestia y paciencia seamos servidores de la verdad, de esa que nos libera y que nos impulsa a amar a todos.
Conscientes de que no necesitamos brillar ni recibir el aplauso del mundo, de que todo lo que tenemos lo hemos recibido y de que Dios siempre gana, dediquémonos a hacer el bien, a llenar el mundo de bendiciones. No nos hace falta la fuerza, el dinero ni el poder, para ganar esta guerra.
Aunque el demonio y sus adláteres presuman de poderío, den la impresión de que son los dueños del mundo, de que todos les siguen, no saben hacer más que el mal, no traen libertad sino sometimiento y esclavitud. Confunden. Tejen una densa telaraña en la que ellos se van enredando. En su orgullo desprecian al pobre que no hace más que amar y servir, pero que su siembra de verdad y libertad tiene una enorme eficacia.