El 26 de junio la Iglesia celebra la festividad de san Josemaría Escrivá, fundador del Opus Dei. Su vida es un modelo para muchos cristianos que buscan a Cristo en sus ocupaciones diarias. Juan Pablo II le llamó “el santo de lo ordinario”.
San Josemaría Escrivá falleció el 26 de junio de 1975. Con motivo de su festividad, se celebrarán Misas en muchas ciudades del mundo.
Su vida es un modelo para los cristianos, especialmente para quienes tratan de buscar, encontrar y amar a Cristo en las ocupaciones ordinarias.
En el Fundador del Opus Dei destaca el amor a la voluntad de Dios. Existe un criterio seguro de santidad: la fidelidad en el cumplimiento de la voluntad divina hasta las últimas consecuencias. El Señor tiene un proyecto para cada uno de nosotros; a cada uno confía una misión en la tierra. El santo no logra ni siquiera concebirse a sí mismo fuera del designio de Dios: vive sólo para realizarlo.
San Josemaría fue elegido por el Señor para anunciar la llamada universal a la santidad y para indicar que la vida de todos los días, las actividades comunes, son camino de santificación. Se podría decir que fue el santo de lo ordinario. En efecto, estaba convencido de que, para quien vive en una perspectiva de fe, todo ofrece ocasión de un encuentro con Dios, todo se convierte en estímulo para la oración. La vida diaria, vista así, revela una grandeza insospechada. La santidad está realmente al alcance de todos.
Escrivá de Balaguer fue un santo de gran humanidad. Todos los que lo trataron, de cualquier cultura o condición social, lo sintieron como un padre, entregado totalmente al servicio de los demás, porque estaba convencido de que cada alma es un tesoro maravilloso; en efecto, cada hombre vale toda la sangre de Cristo. Esta actitud de servicio es patente en su entrega al ministerio sacerdotal y en la magnanimidad con la cual impulsó tantas obras de evangelización y de promoción humana en favor de los más pobres.
El Señor le hizo entender profundamente el don de nuestra filiación divina. Él enseñó a contemplar el rostro tierno de un Padre en el Dios que nos habla a través de las más diversas visicitudes de la vida. Un Padre que nos ama, que nos sigue paso a paso y nos protege, nos comprende y espera de cada uno de nosotros la respuesta del amor. La consideración de esta presencia paterna, que lo acompaña a todas partes, le da al cristiano una confianza inquebrantable; en todo momento debe confiar en el Padre celestial. Nunca se siente solo ni tiene miedo. En la Cruz -cuando se presenta - no ve un castigo sino una misión confiada por el mismo Señor. El cristiano es necesariamente optimista, porque sabe que es hijo de Dios en Cristo.
San Josemaría estaba profundamente convencido de que la vida cristiana entraña una misión y un apostolado: estamos en el mundo para salvarlo con Cristo. Amó apasionadamente el mundo, con un "amor redentor" (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 604). Precisamente por eso, sus enseñanzas han ayudado a tantos cristianos corrientes a descubrir la fuerza redentora de la fe, su capacidad de transformar la tierra.