Hay que implicarse en la marcha de la sociedad. Hoy es necesario un plus de esfuerzo
El domingo pasado veíamos a Jesús Sacramentado recorrer las calles de pueblos y ciudades. El templo es su casa, pero le gusta la calle, estar con los suyos, escucharlos, hacerse cargo de sus problemas e ilusiones. Además, en Andalucía se renovaba el Parlamento regional. Lo humano se junta con lo divino. Acompañamos a Jesús en la custodia y en las urnas.
La fe nos une a Dios y nos acerca a los hombres. Aunque es personal, no la podemos vivir de modo individual. Una gran aportación que puede hacer el cristiano a este mundo tan fragmentado e individualista es fomentar la comunión, solidaridad, interés por los demás, por la res publica.
Tengo la suerte de estar rodeado de amigos comprometidos con lo social, gente con profesión, familia, intereses, deportes y aficiones. Les queda poco tiempo, pero son generosos y se dan. Algunos participan en partidos políticos no por interés personal, sino por ganas de servir, con la ilusión de hacer un mundo mejor. Otros viven su profesión con espíritu vocacional sirviendo y no solamente ganando dinero o prestigio. Otros apoyan a otras familias, les trasmiten sus experiencias, aconsejan y ayudan: abren las puertas de su hogar a la gran familia humana.
Hay quien se compromete en el mundo sindical para velar por los derechos de sus compañeros. Otros, que pudiendo vivir tranquilamente, arriesgan sus medios y salud fomentando empresas, creando puestos de trabajo. También unos apoyan la cultura o se comprometen en el mundo de la universidad formando a los jóvenes. Un buen abogado dedica tiempo a jóvenes deportistas procurando su formación integral, llenando sus lides de valores y cultura. Otros destinan ratos libres a labores de solidaridad, a la atención de los necesitados, enfermos o inmigrantes. Todos están convencidos que el servicio es parte integrante de su vocación cristiana.
Hoy leemos en el Evangelio de la misa de san Josemaría: “dijo a Simón: –Rema mar adentro, y echad las redes para pescar. Simón contestó: –Maestro, nos hemos pasado la noche bregando y no hemos cogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes. Y, puestos a la obra, hicieron una redada de peces tan grande que reventaba la red. Hicieron señas a los socios de la otra barca, para que vinieran a echarles una mano. Se acercaron ellos y llenaron las dos barcas, que casi se hundían”. Cuando uno trabaja con el Maestro la pesca es abundante, tiene para dar y regalar. Si vamos a lo nuestro siempre tendremos poco.
Queremos un mundo mejor; para conseguirlo debemos mojarnos. No podemos quedarnos en casa, pensar, a lo sumo, en los nuestros. El mundo es tan permeable que todo nos llega, lo hemos experimentado con la pandemia. Si la sociedad no es sana, nos contagiaremos, no podremos proteger a los nuestros. Hay que implicarse en la marcha de la sociedad. Hoy es necesario un plus de esfuerzo, de compromiso, de afán misionero. De lo contrario veremos caer a nuestros seres queridos y, con ellos, nosotros.
Tomo del tercer día de la Novena a san Josemaría: “Los primeros cristianos cumplieron admirablemente aquella misión encomendada por el Señor, y lograron vivificar con la fe un mundo pagano, iluminando la cultura, las estructuras sociales, políticas, económicas, artísticas, profesionales, etc.”
“Esta tarea de reordenar el mundo, desde dentro, siendo fermento de la masa, sal que da sabor a la cultura, luz que ilumina las más diversas situaciones de los hombres, nos corresponde ahora a nosotros; y san Josemaría empeñó toda su vida en inculcarnos este sentido de elevada responsabilidad. Los cristianos tenemos que continuar la obra salvadora de Jesucristo, transformando el mundo en que vivimos, a partir de la auténtica conversión de nuestros corazones”.
En este faenar en alta mar no podemos olvidar la participación en la política y la responsabilidad de que las leyes sean justas, acordes con la dignidad humana, no ideológicas. De un modo especial, las que regulan la educación de niños y jóvenes. Los padres son los primeros educadores, no pueden delegar esa sagrada misión sin poner en riesgo la felicidad de los suyos, incluso su salvación.
La defensa de la familia, de la vida, de las tradiciones que nos configuran bien vale un serio compromiso. Todo menos mirar a otro lado, pensar que no pasa nada, que a mí no me afecta.
Trabajar como buenos soldados por el reino de Cristo es una honra, un deber. No podemos dejar desheredados a nuestros hijos. No queremos dejarles un mundo contaminado ni en lo ecológico, ni en lo moral. Este mundo es nuestro, nos pertenece, no queremos hacer dejación de nuestros derechos ni olvidar los deberes. En el día a día, dando sentido de eternidad a lo ordinario, teniendo como compañero de viaje a Cristo, transformamos el mundo, le damos la modernidad que se merece.