Siguiendo el tema de la oración en sus catequesis, el Santo Padre ha recordado que la “oración verdadera no nos evade de la realidad” sino al contrario; que quien reza “presenta al Señor los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo”
Queridos hermanos y hermanas:
La oración verdadera no nos separa de la realidad. El que reza presenta al Señor los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren. Todos necesitamos tiempos y espacios de silencio y soledad para la relación con Dios, para escuchar su voz. En la oración, el Señor nos bendice y nos hace pan partido y repartido para la vida del mundo.
La oración de intercesión abre las puertas del corazón de quien reza por los demás. Es una puerta abierta para los que rezan sin saberlo, para los que no rezan pero esconden un grito sofocado en su interior, para los que se equivocaron y no encuentran el rumbo. Cualquiera puede encontrar en la persona orante un corazón compasivo que ruega por todos sin excluir a nadie. Es como una “antena” de Dios, que está en sintonía con su misericordia y ve a Cristo en los rostros de las personas por las que reza.
En la oración experimentamos que todos somos hermanos, que pertenecemos a la misma humanidad frágil y pecadora. El que reza lo hace por todos, y también por sí mismo. La Iglesia, en todos sus miembros, tiene la misión de practicar la oración de intercesión, especialmente quienes tienen un rol de responsabilidad: padres, educadores, sacerdotes, superiores de comunidad. Este modo de oración nos ayuda a mirar a los otros con los ojos y el corazón de Dios, con su misma ternura y compasión.
Quien reza nunca deja el mundo a sus espaldas. Si la oración no recoge las alegrías y dolores, las esperanzas y angustias de la humanidad, se convierte en una actividad “decorativa”, una actitud superficial, teatral, una actitud intimista. Todos necesitamos interioridad: retirarnos a un espacio y un tiempo dedicado a nuestra relación con Dios. Pero eso no quiere decir evadirse de la realidad. En la oración, Dios “nos toma, nos bendice, y después nos parte y nos da”, para el hambre de todos. Todo cristiano está llamado a convertirse, en las manos de Dios, en pan partido y compartido. Es decir una oración concreta, que no sea una evasión.
Por eso, los hombres y mujeres de oración buscan la soledad y el silencio, no para no ser molestados, sino para escuchar mejor la voz de Dios. A veces se retiran del mundo, en lo secreto de su habitación, como recomendaba Jesús (cfr. Mt 6,6), pero, allá donde estén, tienen siempre abierta la puerta de su corazón: una puerta abierta para los que rezan sin saber que rezan; para los que no rezan en absoluto pero llevan dentro un grito ahogado, una escondida invocación; para los que se han equivocado y han perdido el camino… Cualquiera puede llamar a la puerta de un orante y encontrar en él o en ella un corazón compasivo, que reza sin excluir a nadie. La oración es nuestro corazón y nuestra voz, y se hace corazón y voz de tanta gente que no sabe rezar o no reza, o no quiere rezar o no puede rezar: nosotros somos el corazón y la voz de esa gente, que sube a Jesús, sube al Padre, como intercesores. Quien reza en soledad −ya sea soledad de mucho tiempo o soledad de media hora para rezar− se separa de todo y de todos para encontrarlo todo y a todos en Dios. Así el orante reza por el mundo entero, llevando sobre sus hombros dolores y pecados. Reza por todos y por cada uno: es como si fuera una “antena” de Dios en este mundo. En cada pobre que llama a la puerta, en cada persona que ha perdido el sentido de las cosas, quien reza ve el rostro de Cristo.
El Catecismo escribe: «Interceder, pedir en favor de otro es […] lo propio de un corazón conforme a la misericordia de Dios» (n. 2635). Esto es muy bonito. Cuando rezamos estamos en sintonía con la misericordia de Dios: misericordia por nuestros pecados −es misericordioso con nosotros−, y también misericordia con todos aquellos que han pedido rezar por ellos, por los que queremos rezar en sintonía con el corazón de Dios. Esa es la verdadera oración. En sintonía con la misericordia de Dios, de ese corazón misericordioso. «En el tiempo de la Iglesia, la intercesión cristiana participa de la de Cristo: es la expresión de la comunión de los santos» (ibíd.). ¿Qué quiere decir que se participa en la intercesión de Cristo, cuando intercedo por alguien o rezo por alguien? Pues que Cristo, delante del Padre, es intercesor, reza por nosotros, y reza mostrando al Padre las llagas de sus manos; Jesús físicamente, con su cuerpo está delante del Padre. Jesús es nuestro intercesor, y rezar es hacer como Jesús; interceder en Jesús al Padre, por los demás. Eso es muy bonito.
A la oración le importa el hombre. Simplemente el hombre. Quien no ama al hermano no reza seriamente. Se puede decir: con espíritu de odio no se puede rezar; con espíritu de indiferencia no se puede rezar. La oración solamente se da con espíritu de amor. Quien no ama finge rezar, o él cree que reza, pero no reza, porque falta precisamente el espíritu que es el amor. En la Iglesia, quien conoce la tristeza o la alegría del otro va más a fondo que quien indaga los “sistemas máximos”. Por eso hay una experiencia de lo humano en toda oración, porque las personas, aunque puedan cometer errores, nunca deben ser rechazadas o descartadas.
Cuando un creyente, movido por el Espíritu Santo, reza por los pecadores, no hace selecciones, no emite juicios de condena: reza por todos. Y también reza por sí mismo. En ese momento sabe que no es demasiado diferente a las personas por las que reza: se siente pecador, entre los pecadores, y reza por todos. La enseñanza de la parábola del fariseo y del publicano es siempre viva y actual (cfr. Lc 18,9-14): no somos mejores que nadie, todos somos hermanos en una comunidad de fragilidad, de sufrimientos y de pecadores. Por eso una oración que podemos dirigir a Dios es esta: “Señor, no es justo ante ti ningún viviente (cfr. Sal 143,2) −esto lo dice un salmo: Señor, no es justo ante ti ningún viviente, ninguno: todos somos pecadores−, todos somos deudores que tienen una cuenta pendiente; no hay ninguno que sea impecable a tus ojos. ¡Señor ten piedad de nosotros!”. Y con ese espíritu la oración es fecunda, porque vamos con humildad ante Dios a rezar por todos. En cambio, el fariseo rezaba de forma soberbia: “Te doy gracias, Señor, porque no soy como esos pecadores; yo soy justo, hago siempre…”. Eso no es la oración: eso es mirarse al espejo, a la propia realidad, mirarse al espejo maquillado de soberbia.
El mundo va adelante gracias a esa cadena de orantes que interceden, y que son en su mayoría desconocidos… ¡pero no para Dios! Hay muchos cristianos desconocidos que, en tiempo de persecución, han sabido repetir las palabras de nuestro Señor: «Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34).
El buen pastor permanece fiel incluso ante la constatación del pecado de su gente: el buen pastor continúa siendo padre también cuando sus hijos se alejan y lo abandonan. Persevera en el servicio de pastor también con quien lo lleva a ensuciarse las manos; no cierra el corazón ante quien quizá lo ha hecho sufrir.
La Iglesia, en todos sus miembros, tiene la misión de practicar la oración de intercesión, de interceder por los demás. En particular tiene el deber quien está en un lugar de responsabilidad: padres, educadores, ministros ordenados, superiores de comunidad… Como Abraham y Moisés, a veces deben “defender” ante Dios a las personas a ellos encomendadas. En realidad, se trata de mirar con los ojos y el corazón de Dios, con su misma invencible compasión y ternura. Rezar con ternura por los demás.
Hermanos y hermanas, todos somos hojas del mismo árbol: cada una que cae nos recuerda la gran piedad que debemos nutrir, en la oración, los unos por los otros. Recemos unos por otros: nos hará bien a nosotros y hará bien a todos. ¡Gracias!
Me alegra saludar a las personas de lengua francesa. Mientras esperamos al Emmanuel, el Buen Pastor, tratemos de ser hombres y mujeres que hagan suyas las alegrías y penas, esperanzas y ansiedades de la humanidad, con la oración de intercesión. Doy mi bendición a todos.
Saludo cordialmente a los fieles de lengua inglesa. Rezo para que la luz de Cristo ilumine los pasos de nuestro camino de Adviento y disipe las tinieblas del miedo de nuestros corazones. Sobre vosotros y vuestras familias invoco el gozo y la paz del Señor Jesucristo.
Un caluroso saludo dirijo a los hermanos y hermanas de lengua alemana. La intercesión nos une a la oración de Jesús, que intercede ante el Padre por todos los hombres. No olvidemos rezar al Señor por los demás, incluso por los que nos hacen daño. Buen Adviento a todos.
Saludo cordialmente a los fieles de lengua española. Mañana comenzamos los días mayores de Adviento, y la liturgia se centra con mayor énfasis en la preparación de la Navidad. En estos días tan especiales, los animo a dedicar más tiempo a la oración de intercesión: recemos con mayor intensidad pidiendo unos por otros, en particular por los que más sufren. Que Dios los bendiga.
Dirijo un cordial saludo a los fieles de lengua portuguesa. Queridos hermanos, la oración durante el tiempo de Adviento nos ayuda a recordar que no somos más justos ni mejores que los demás, sino que todos somos pecadores necesitados de ser tocados por la misericordia de Dios. Que sobre cada uno descienda la bendición de la Señor.
Saludo a los fieles de lengua árabe. Todos somos hojas del mismo árbol: cada una que cae nos recuerda la gran piedad que debemos nutrir, en la oración, unos por otros. ¡El Señor os bendiga a todos y os proteja siempre de todo mal!
Saludo cordialmente a todos los polacos. Hoy comienza la Novena al Niño Jesús. Que en vuestro camino de Adviento este año, de modo particular, os acompañe San José. Que el Divino Niño, que vio en él la ternura de Dios, llene vuestros corazones, especialmente en estos tiempos difíciles, con la certeza de que nuestro Padre celestial es un Dios de ternura, que es bueno con todos y su misericordia se expande sobre todos sus hijos. Os bendigo de corazón.
Saludo cordialmente a los fieles de lengua italiana. Me gustaría animar a todos a “aligerar el paso” hacia la Navidad, la verdadera, es decir el nacimiento de Jesucristo. Este año nos esperan restricciones e incomodidades; pero pensemos en la Navidad de la Virgen María y de San José: ¡no fueron rosas y flores! ¡Cuántas dificultades tuvieron! ¡Cuántas preocupaciones! Sin embargo, la fe, la esperanza y el amor les guiaron y sostuvieron. ¡Que sea así también para nosotros! Que nos ayude también –esta dificultad– a purificar un poco el modo de vivir la Navidad, de celebrar, saliendo del consumismo: que sea más religioso, más auténtico, más verdadero.
Como siempre, me dirijo finalmente a los ancianos, jóvenes, enfermos y recién casados. A cada uno deseo que acoja la gracia de estos días: que sea para los ancianos consuelo, para los jóvenes fortaleza, para los enfermos bálsamo, y para los recién casados confianza en la divina Providencia. ¡Que Dios os bendiga todos!
Fuente: vatican.va / romereports.com
Traducción de Luis Montoya
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