A las puertas de la Navidad, en Jesús-Dios, nacido en Belén, somos amados, estamos seguros y no estamos solos
Era el mes de mayo y la pandemia seguía golpeando con fuerza. Salí a la calle y una mujer hablaba por el móvil. Al pasar junto a ella oí que decía a su interlocutora, refiriéndose a una tercera persona: “Me ha dicho que está que se muere de soledad”. Sus palabras me sacudieron el alma y pensé: ¡pobre mujer!; además, seguro que no es caso aislado sino uno entre los muchos miles que estarán sucediendo en el mundo. Poco después leí en las redes sociales que Johannes Eichstaedt, profesor de psicología en la Universidad de Stanford había dicho que “el contacto afectivo es el modo en que nuestros sistemas biológicos comunican entre sí que estamos seguros, somos amados, y que no estamos solos”. Tomo prestadas sus palabras para, a las puertas de la Navidad, y a pesar de cuanto nos sucede, afirmar −como creyente− que Dios nos ha ofrecido ese “contacto afectivo”: en Jesús-Dios, nacido en Belén, “somos amados, estamos seguros y no estamos solos”. Y esto, aunque nos faltasen como quizá le ocurría a la señora del móvil, otros apoyos que le llevaban a sentirse morir de soledad.
Desearía que este abrazo afectivo de Dios al hombre del que nos habla la Navidad se hiciera más vivo en los creyentes y lo percibieran también quienes aún no lo hayan descubierto. Para ello me serviré de tres obras artísticas; sabido es que la fe se ha hecho cultura, y que el arte se abre a la trascendencia y, muchas veces, a la fe.
Roma: en las estancias de Rafael de los Museos Vaticanos, puede contemplarse su pintura al fresco “La escuela de Atenas”. En el centro, Platón y Aristóteles −como cumbres del saber filosófico−, muestran con los gestos de sus brazos las referencias esenciales de la existencia. El dedo índice de la mano derecha de Platón, con su brazo extendido hacia lo alto, apunta al cielo: al Ser superior, al “mundo de las ideas”, origen y razón de todo. Aristóteles, con los cinco dedos de su mano derecha, horizontalmente extendida, apunta a la realidad de la tierra: a lo visible, a los hombres que, en última instancia, son capaces de pensar como Platón, que hay un Ser superior. Tan reducida síntesis pediría ir más allá en un debate filosófico, pero aquí ofrezco sólo una sugerencia espiritual, dejada a la meditación del lector. El creyente sabe que la sabiduría de Platón y la de Aristóteles, se han unido en la Sabiduría eterna hecha hombre y nacida en Belén. Como si los dedos de los dos filósofos se hubieran unido en Uno solo: en Cristo, Dios-hombre, cuyo nacimiento ahora conmemoramos. Desde Belén Dios abre sus brazos a todo hombre, para que ninguno se sienta solo.
Roma: segunda obra de arte, en los Museos Vaticanos. De las estancias de Rafael nos dirigimos a la Capilla Sixtina. Unos seis millones de visitantes al año pueden contemplar la escena de la creación del hombre. En este caso, la fe de Miguel Ángel hecha arte en esa escena: ¿quién no ha visto el dedo índice de la mano derecha de Dios que, en figuración antropomórfica, toca la mano izquierda de Adán para dar la vida y el ser a nuestro primer padre? En el areópago de Atenas, tres siglos después de Platón y Aristóteles, san Pablo lo revelaba a sus oyentes diciéndoles: “Dios (…) no está lejos de cada uno de nosotros, ya que en él vivimos, nos movemos y existimos (…) Porque somos también de su linaje” (Hechos, 17, 27-28). Dejo así esta segunda consideración: las realidades sugeridas por Platón y Aristóteles, han venido a unirse en la persona divina del Verbo, Niño en Belén. El mismo Jesús lo dirá de algún modo, al hablar del “dedo de Dios” referido a su obra, rebatiendo a quienes le acusaban de expulsar demonios por arte de Belzebú: “...si yo expulso los demonios por el dedo de Dios, es que el Reino de Dios ha llegado a vosotros” (Luc. 11,20). Somos “linaje de Dios” y el Hijo de Dios, se ha hecho linaje nuestro para compartir nuestra vida, abrazar a cada uno y mostrarnos su cercanía: llegó para quedarse.
Bilbao: tercera obra de arte. Por mi trabajo sacerdotal, veo con mucha frecuencia, una sencilla y hermosa talla, tamaño natural, de santa Teresa de Jesús. En estos meses de sufrimientos a causa de la pandemia, se me antojaba una síntesis perfecta de lo que debe ser la vida del cristiano, y ojalá −¿por qué no?− de toda persona sea o no creyente. ¿Qué he visto en esa obra para llegar a tal conclusión? El tallista ha representado a la santa de tal modo, que bien podría ser la síntesis de lo escrito hasta aquí: los ojos de Teresa miran al Cielo, como el dedo de Platón apuntaba a lo alto… En su mano izquierda sostiene un libro abierto, en cuyas páginas se puede leer perfectamente, con la caligrafía de la misma Teresa de Jesús, el inicio de una de sus Poesías: “Nada te turbe / Nada te espante / Todo se pasa / Dios no se muda / La paciencia todo lo alcanza / quien a Dios tiene, nada le falta: Sólo Dios basta” (Poes. 30)”.
Buenos consejos, sí, pero Teresa sigue mirando a lo alto mientras nosotros −dirá alguno− seguimos aquí abajo con la pandemia. ¿Dónde queda en esa talla el realismo de Aristóteles, ese tener los pies en la tierra? ¿Y más, en estos momentos, en los que el Covid-19 se ha cobrado ya más de un millón y medio de vidas en el mundo? ¿De verdad que “sólo Dios basta…”? Sin embargo la santa de Ávila no vivía en una nube: “tiempos recios” escribió, refiriéndose a los que le tocó vivir. Palabras que, como anillo al dedo, bien podrían haber dado título a este artículo: “Navidad, en tiempos recios”, porque así es, sin necesidad de recordar las estrictas medidas adoptadas por los gobiernos, desde el central a los autonómicos, para prevenir contagios: “tiempos recios”, ya lo creo. Y la santa, sin cerrar los ojos a la realidad que podía espantarla y llenarla de temor, a la vez rechazaba los miedos con el “nada te turbe, nada te espante, todo se pasa...”. Y con su “Dios no se muda”, nos habla justamente de que Cristo, nacido en Belén, ha llegado para quedarse, y para permanecer con nosotros definitivamente.
La Iglesia, “experta en humanismo” como afirmaba san Pablo VI, bien sabe −aprendido de su Fundador−, que “de soledad se muere”, según decía la señora del móvil. Por eso, Cristo se adelantó a todas las pandemias de la historia: “No os dejaré huérfanos”; y de ahí que el Dios oculto en la humanidad de un Niño, haya querido permanecer con nosotros, oculto también en un trocito de materia que fue pan, pero después de su palabra omnipotente −“esto es mi Cuerpo, que se entrega por vosotros”−, solo queda Jesús-Eucaristía. Para dársenos en el abrazo divino y humano, afectivo, de la Comunión. Y para quedarse en el sagrario, en espera de nuestra correspondencia. Vienen a mi memoria las palabras de san Josemaría en Camino: “Humildad de Jesús: en Belén, en Nazaret, en el Calvario... −Pero más humillación y más anonadamiento en la Hostia Santísima: más que en el establo, y que en Nazaret y que en la Cruz. Por eso, ¡qué obligado estoy a amar la Misa! ("Nuestra" Misa, Jesús...)”. Acercarnos, sí, al abrazo de Dios.
Mis deseos de paz y felicidad a todos, junto al Salvador nacido en Belén.