Sería exagerado pensar que para ser buenos padres o tutores hubiera que hacer un doctorado. Basta ser conscientes de que cada persona es única e irrepetible; cada cambio es un reto…
Quien no sabe responder a la pregunta ¿quién es el hombre?, está limitado para ayudar. La antropología estudia al hombre; abarca aspectos diferentes y tiene enfoques diversos. Se deben evitar planteamientos reduccionistas; la tarea del educador es abrir horizontes y ayudar a concretar metas. Hay varias ciencias que afectan al cuidado y desarrollo personal, desde la medicina hasta el derecho, pasando por las humanidades. Un texto romano del siglo II a. C., señala: nada de lo humano me es ajeno; si ha pasado a la historia no es por la fama de su autor, sino por reflejar el sentir de quien comunica algo valioso. La biología tiene algo que decir, como la literatura, la filosofía, etc.
El ser humano se puede estudiar en el abanico que hay entre la química y la metafísica. Reducirlo a una dimensión, es renunciar a conocerle. Se equivoca quien olvida que debe alimentarse y acudir al médico si está enfermo, como lo haría quien olvidara dimensiones, que por no ser tangibles, no dejan de ser reales. El amor, que es el fin más elevado al que estamos llamados, ni se cuantifica ni se reduce a pulsiones; lo mismo pasa con la libertad, etc. La persona no es equiparable ni al resto de seres vivos ni a los incorpóreos. El cuerpo y el alma están profundamente unidos y se necesitan mutuamente. Ver en las personas solo cuerpos es reducirlas a su parte material; sería un error similar a pensar solo en la dimensión espiritual.
Kant describió la educación como el desarrollo de toda la perfección que el hombre lleva en su naturaleza. Siglos antes, Platón dijo que educar es dar cuerpo y ánima a toda la belleza y perfección de la que somos capaces. La existencia del alma humana es afirmada antes del siglo V. a. C.; uno de los que mejor explicó la naturaleza e inmortalidad del alma fue Sócrates; así lo refleja Platón; Aristóteles llegó más lejos, por conocer lo estudiado por esos predecesores. Dickens describe así la capacidad del corazón: un instrumento de muchas cuerdas; el perfecto conocedor de los hombres las sabe hacer vibrar todas, como un buen músico. La educación tiene parte de instrucción, que va desde lo cotidiano, como atarse los zapatos o limpiarse los dientes, hasta lo sublime, que es amar mucho y bien.
El amor ayuda a valorar la dimensión trascendente. Cuando Viktor Frankl escribió El hombre en busca de sentido, recordaba que en su estancia en un campo de concentración nazi, veía que si una persona perdía el deseo de vivir, moría a las pocas horas. Las personas buscamos sentido a nuestra vida. Alejandro Magno tuvo como preceptor a Aristóteles. Nerón tuvo a Séneca como maestro, si bien años más tarde ignoró su enseñanza. Casi siempre los aspectos más importantes de la tarea educativa lo llevan a cabo los padres, que tienen el mejor medio para hacerlo: el amor a sus hijos. El amor dilata las pupilas; ayuda a ver lo que otros no ven, a conocer lo que otros no perciben y a dar lo que otros no dan. Por eso, el hogar debe ser un entorno en el que seamos valorados por lo que somos, no por lo que tenemos. Educar requiere capacitarse, pero sería exagerado pensar que para ser buenos padres o tutores hubiera que hacer un doctorado. Basta ser conscientes de que cada persona es única e irrepetible; cada cambio es un reto para resolverlo bien y, para eso, aprender.
El ser humano tiene inteligencia, voluntad y afectividad. Si se pierde el equilibrio entre estas áreas, se puede caer en el racionalismo, en el voluntarismo o en el sentimentalismo. Cada una tiene su misión y debe ser atendida sin invadir el campo propio de las demás. Para llegar a la madurez es preciso educar las tres. Así, se le dan conocimientos, se les ayuda a adquirir hábitos y aprender a gobernar de forma inteligente los sentimientos, afectos y pasiones. Se educan personas, y al actuar usamos varias capacidades a la vez. Que se delimiten áreas de actuación tiene como fin ayudar a enfocar la lucha, pero sin perder de vista el conjunto que la persona. Cuando un médico opera una rodilla, se centra en esa parte del cuerpo, pero sin olvidar que opera a una persona.
Abordamos varios temas educativos. Faltan otros; aquí nos centramos en algunas áreas, por su especial significado o por requerir más cuidado; una es el señorío sobre los bienes materiales al vivir en sociedades consumistas. El entorno, la publicidad, la atracción de los objetos, empujan a desearlos. Las cosas no son malas en cuanto tales; lo serían si las convirtiéramos en fines que dificulten desarrollar otros bienes, como el esfuerzo, la generosidad, la amistad, la solidaridad, etc. Más importante que la moderación al usar las cosas es la libertad o la capacidad de amar; pero quien se ata a las cosas, es más probable que tienda a usar a las personas como objetos de placer, no con el respeto que merecen.
La tecnología facilita alcanzar bienes que no lograríamos sin ella. Usar la técnica sin ser dominados por ella exige aprendizaje y entrenamiento. La adquisición de hábitos facilita lograr metas para vivir desprendidos de cosas que usamos. Puede servir prescindir durante un tiempo de un objeto, disponer sólo de las cosas que vayamos a usar, sin acumular objetos sin necesidad, etc. La dimensión espiritual permite una mejor comprensión de las dimensiones del ser humano, pero es posible no ser coherentes con esa formación. De hecho, no faltan quienes sin tener creencias religiosas, valoran a las personas y lo manifiestan al tratarles; así se aprecia en algunos profesionales de la medicina, educación, etc.
Que los seres humanos somos libres es fácil de decir y difícil de asumir. La libertad es real pero no plena, al estar condicionada. Es una de las mejores cualidades que tenemos si la usamos de forma responsable. Son las dos caras de la moneda, no es posible asumir una y negar la otra; si hay libertad se deben asumir las consecuencias de los actos. Si no hay responsabilidad plena, es porque la ley supone que la libertad no es total, como es el caso de los menores de edad; de ahí que la posible responsabilidad de sus actos la asumen sus padres, por ser sus responsables legales. Eso, a su vez, les da derecho a ellos para tomar algunas decisiones que exceden la capacidad del menor. Para los padres y madres, querer a los hijos es quererlos libres; implica el riesgo de exponerse al uso que sus hijos hagan de ella. Así, el crecimiento será propiamente suyo, no un reflejo de lo que decidan sus padres; al igual que las plantas no crecen porque la estire el jardinero, sino porque hacen suyo los nutrientes, el ser humano progresa en humanidad al ejercitar mejor su libertad y la capacidad de amar, entre otros rasgos.
Los padres y tutores buscan el bien de cada joven; en muchos casos, después del consejo y consideraciones oportunas, se retiran con delicadeza para dejarle usar la libertad. Es obvio que al referirnos aquí a jóvenes, hay diferencias de madurez para los temas planteados. En todo caso, su derecho a ejercer la libertad es real y deben estar preparados. Lo normal será que no haya cambios bruscos sino una trayectoria coherente con su vida. Reducir la libertad a la capacidad de elección es fijarse solo en una manifestación de esta, no en toda su esencia.
Sin libertad no es posible amar; los animales no aman, en sentido estricto; responden con su instinto a los estímulos que reciben, pero no ejercen actos libres y, en consecuencia, no son responsables si muerden a quien invade su territorio. Teniendo en cuenta el valor de los animales en la sociedad actual, puede costar asumir esta idea; pero los perros no van a la cárcel, los humanos pueden ir. A los animales se les adiestra, a las personas se les educa. Tener afecto a un animal es compatible con reconocer las diferencias que tienen con las personas.
Querer la libertad de los jóvenes está lejos de la indiferencia sobre el uso que hacen. Lo razonables es enseñar desde niños a decidir progresivamente en algunas áreas; a la vista de su madurez y del uso responsable, darles una progresiva autonomía hasta que llega el momento de dejarles volar y respetar el uso que hacen de su libertad. Que se equivoquen, a veces es parte del aprendizaje; ayudarles a asumir sus errores y las consecuencias que se derivan sería lo normal. Bill Gates dijo a los jóvenes, en una conferencia que el jefe de estudios más duro será menos exigente que su futuro jefe más blando. Preparar a los jóvenes para incorporarse al mundo laboral es ayudarles a usar de modo responsable sus capacidades. Ni desentenderse de lo que hagan, ni una actitud proteccionista que les convierta en algo similar a un pequeño bonsái al que se le recortan las raíces para que no crezca.
Los padres y tutores motivan a los jóvenes para usar sus capacidades en vivir honestamente. Su tarea es ayudarles a discernir. El uso de la libertad debiera ir unido al empeño por discernir lo que está bien y lo que está mal. Alguna vez, puestos los medios, se debe estar dispuesto a no tolerar una conducta, aunque el interesado no entienda en ese momento las razones que se le dan; serán situaciones poco frecuentes, pero la influencia sobre sus compañeros o hermanos menores, puede requerir adoptar posturas firmes, aunque sean dolorosas y cueste hacerlo. La tarea formativa es lograr que sean ellos quienes quieran; darles formación para que hagan el bien por convicción. Sería un error vivir con miedo a la libertad de los hijos, como lo sería la indiferencia ante su uso. La libertad y el amor crecen juntos. No es posible amar sin libertad; quien no ama por miedo al compromiso, malgasta un gran don. La forma de ayudarles varía según sus circunstancias.
A nuestro juicio, algunas metas son difíciles de lograr sin la ayuda de Dios, a quien es aconsejable pedir ayuda. A quien no sea creyente o se dirija a jóvenes en un entorno en el que no sea adecuado hacer esas referencias, si le sirvan esas ideas, bien; si no es así, las omite. La Gracia, que así se llama la ayuda divina, no suple ni anula la naturaleza, la complementa. Con formación, esfuerzo personal y la ayuda de Dios, lo que parecía imposible pasa a ser posible. Aquí se plantean metas valiosas, pero sin perfeccionismos agobiantes. Todo se entiende mejor si hay metas elevadas por las que luchar para ser mejores. Por otra parte, aunque los filósofos establecieron el orden ideal en la adquisición de virtudes, en la práctica la cabeza y el corazón actúan como el cuerpo humano con los alimentos. Al comer algo, el organismo se encarga de que las proteínas, vitaminas, etc., vayan al lugar idóneo. Algo parecido sucede con la formación. Se incorpora y pasa a formar parte del bagaje vital, de forma similar a lo señalado con los alimentos.
Rafael Lacorte Tierz y José Manuel Mañú Noain
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