Tras haber dedicado sus últimas catequesis a reflexionar acerca de cómo curar la creación tras la pandemia, el Papa reanudó sus reflexiones sobre el tema de la oración proponiendo, en esta ocasión, una de las figuras más interesantes de la Sagrada Escritura
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Reanudamos hoy las catequesis sobre el tema de la oración, reflexionando sobre la figura del profeta Elías. El Antiguo Testamento lo presenta como alguien sin un origen preciso y sin un final, pues su historia se cierra cuando es arrebatado, en un carro de fuego, al cielo. Pero a Elías lo encontramos también en el Evangelio, en el momento de la Transfiguración, hablando con Jesús, junto a Moisés. Además, Jesús mismo se refiere a Elías para confirmar la misión y el testimonio de Juan el Bautista.
La Sagrada Escritura nos dice que Elías era un hombre íntegro, de fe cristalina, incapaz de compromisos mezquinos. Y no obstante las pruebas difíciles que tuvo que afrontar, permaneció siempre fiel a Dios. La oración era su fuerza vital: ésta le permitió defender el primado de Dios ante los falsos profetas de Baal, en el Monte Carmelo; y lo hizo también consciente de sus propias fragilidades. Elías era un contemplativo, pero sin desentenderse de las situaciones concretas de su tiempo. Él nos enseña que en la vida de oración no puede existir separación: el fruto de la intimidad con el Señor en la oración, no puede ser otro que el amor concreto a los hermanos y hermanas, a los que Jesús nos envía. La oración y la caridad hacia el prójimo van de la mano.
La vivencia de Elías nos revela que la oración pasa por un camino de crecimiento, que a él lo condujo a la experiencia de un encuentro personal con Dios, que se le manifestó en el signo humilde del «murmullo de una brisa suave», y le devolvió la calma y la paz a su corazón cansado.
Retomamos hoy las catequesis sobre la oración, que habíamos interrumpido para hacer la catequesis sobre el cuidado de la creación, y ahora volvemos; y encontramos uno de los personajes más decisivos de toda la Sagrada Escritura: el profeta Elías. Traspasa los límites de su tiempo y podemos ver su presencia también en algunos episodios del Evangelio. Aparece al lado de Jesús, con Moisés, en el momento de la Transfiguración (cfr. Mt 17,3). El mismo Jesús se refiere a su figura para acreditar el testimonio de Juan Bautista (cfr. Mt 17,10-13).
En la Biblia, Elías aparece de repente, de manera misteriosa, procedente de un pequeño pueblo absolutamente marginal (cfr. 1Re 17,1); y al final saldrá de escena, bajo los ojos del discípulo Eliseo, en un carro de fuego que lo lleva al cielo (cfr. 2Re 2,11-12). Es, pues, un hombre sin un origen preciso, y sobre todo sin un final, arrebatado al cielo: por eso su regreso era esperado antes de la venida del Mesías, como un precursor. Así se esperaba la vuelta de Elías.
La Escritura nos presenta a Elías como un hombre de fe cristalina: en su mismo nombre, que podría significar “Jehová es Dios”, se encierra el secreto de su misión. Será así toda su vida: un hombre integérrimo, incapaz de compromisos mezquinos. Su símbolo es el fuego, imagen del poder purificador de Dios. Primero será puesto a prueba y permanecerá fiel. Es el ejemplo de todas las personas de fe que pasan tentaciones y sufrimientos, pero no desisten del ideal para el que nacieron.
La oración es la linfa que alimenta constantemente su existencia. Por eso es uno de los personajes más queridos por la tradición monástica, tanto que algunos lo han elegido como padre espiritual de la vida consagrada a Dios. Elías es el hombre de Dios, que se erige como defensor del primado del Altísimo. Sin embargo, también se ve obligado a lidiar con sus propias debilidades. Es difícil decir qué experiencias le fueron más útiles: si la derrota de los falsos profetas en el monte Carmelo (cfr. 1Re 18,20-40), o el desconcierto al constatar que “no es mejor que sus padres” (cfr. 1Re 19,4). En el alma del que reza, la sensación de la propia debilidad es más preciosa que los momentos de exaltación, cuando parece que la vida es un desfile de victorias y aciertos. En la oración siempre pasa eso: momentos de oración que sentimos que nos levantan, incluso de entusiasmo, y momentos de oración de dolor, de aridez, de pruebas. La oración es así: dejarse llevar por Dios y dejarse también vencer por malas situaciones y también por las tentaciones. Esta es una realidad que se encuentra en muchas otras vocaciones bíblicas, incluso en el Nuevo Testamento, pensemos por ejemplo en San Pedro y San Pablo. Su vida también fue así: momentos de exultación y momentos de abatimiento, de sufrimiento.
Elías es el hombre de vida contemplativa y, al mismo tiempo, de vida activa, preocupado por las cosas de su tiempo, capaz de arremeter contra el rey y la reina, después de que éstos hicieran matar a Nabot para tomar posesión de su viña (cfr. 1Re 21,1-24). ¡Cuánta necesidad tenemos de creyentes, de cristianos celosos, que actúen ante personas que tienen responsabilidad de gestión con el coraje de Elías, para decir: “!Eso no se puede hacer! ¡Eso es un asesinato!”. Necesitamos el espíritu de Elías. Él nos muestra que no debe existir dicotomía en la vida de quien reza: se está ante el Señor y se va al encuentro de los hermanos a los que Él nos envía. La oración no es un encerrarse con el Señor para maquillarse el alma: no, eso no es oración, eso es falsa oración. La oración es confrontación con Dios y dejarse enviar a servir a los hermanos. El banco de pruebas de la oración es el amor concreto por el prójimo. Y viceversa: los creyentes actúan en el mundo después de haber primero callado y rezado; de lo contrario su acción es impulsiva, carece de discernimiento, es una carrera frenética sin meta. Los creyentes se comportan así, hacen tantas injusticias, porque no han ido primero al Señor a rezar, a discernir lo que debían hacer.
Las páginas de la Biblia permiten suponer que la fe de Elías también fue progresando: él también creció en la oración, la fue refinando poco a poco. El rostro de Dios se volvió más claro para él a lo largo del camino. Hasta alcanzar su punto culminante en esa experiencia extraordinaria, cuando Dios se manifiesta a Elías en el monte (cfr. 1 Re 19,9-13). No se manifiesta en la tempestad impetuosa, ni en el terremoto ni en el fuego devorador, sino en el “murmullo de un viento suave” (v. 12). O mejor, en una traducción que refleja bien esa experiencia: en un hilo de silencio sonoro. Así se manifiesta Dios a Elías. Con ese humilde signo Dios se comunica con Elías, que en ese momento es un profeta fugitivo que ha perdido la paz. Dios sale al encuentro de un hombre cansado, un hombre que pensaba haber fracasado en todos los frentes, y con esa suave brisa, con ese hilo de silencio sonoro, devuelve la calma y la paz a su corazón.
Esa es la historia de Elías, pero parece escrita para todos. Algunas noches podemos sentirnos inútiles y solos. Es entonces cuando vendrá la oración y llamará a la puerta de nuestro corazón. Todos podemos coger un trozo del manto de Elías, al igual que su discípulo Eliseo cogió la mitad de su manto. Y aunque nos hubiésemos equivocado en algo, o si nos sintiésemos amenazados y asustados, al volver a Dios con la oración, volverán como por milagro también la serenidad y la paz. Esto es lo que nos enseña el ejemplo de Elías.
Me alegra saludar a los fieles de lengua francesa. Pidamos, por intercesión de Nuestra Señora del Rosario, la gracia de ser hombres y mujeres íntegros y dignos de fe, para que, en la oración, el Señor nos una a cada uno a su vida y nos dé paz y serenidad. ¡Dios os bendiga!
Saludo cordialmente a los fieles de lengua inglesa. Sobre vosotros y vuestras familias invoco el gozo y la paz de Cristo. ¡Dios os bendiga!
Dirijo un cordial saludo a los fieles de lengua alemana, en particular a los jóvenes de Suiza que participan en una semana de aprendizaje sobre la Guardia Suiza Pontificia. La fiesta de hoy de la Virgen del Rosario nos recuerda la importancia de la oración contemplativa. Al meditar en los misterios de la salvación, se nos revela cada vez más el rostro del amor de Dios mismo que estamos llamados a contemplar en la eternidad. Que la Virgen sea nuestra guía segura en el camino hacia el Señor.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Por intercesión de Nuestra Señora del Rosario, el Señor nos conceda crecer en nuestro camino de oración, para vivir en intimidad con Él, y haga que, en medio de este tiempo de pandemia, nuestra vida sea un servicio amoroso a todos nuestros hermanos y hermanas, en especial a quienes se sienten abandonados y desprotegidos. Que Dios los bendiga a todos.
Dirijo un cordial saludo a los peregrinos y oyentes de lengua portuguesa y os invito a tomar el rosario todos los días y levantar vuestra mirada a la Virgen, signo de consuelo y esperanza segura. ¡Que la Santísima Virgen ilumine y proteja toda la peregrinación de vuestra vida a la Casa del Padre! Gracias.
Saludo a los fieles de lengua árabe. Hoy celebramos la fiesta de la Virgen del Rosario. Os invito a rezar el rosario y a llevarlo en la mano o en los bolsillos. El rezo del rosario es la oración más hermosa que podemos ofrecer a la Virgen María; es una contemplación de las etapas de la vida de Jesús Salvador con su Madre María y es un arma que nos protege de los males y las tentaciones. ¡Que Dios os bendiga a todos!
Dirijo un cordial saludo a todos los polacos. Hoy celebramos la memoria de la Virgen del Rosario. Nuestra Señora en sus apariciones instó a menudo al rezo del Rosario, especialmente ante las amenazas que se ciernen sobre el mundo. También hoy, en este tiempo de pandemia, es necesario tener el rosario en nuestras manos, rezando por nosotros, por nuestros seres queridos y por todos los hombres. Os encomiendo a la Reina del Rosario y os bendigo de corazón.
Dirijo un cordial saludo a los fieles de lengua italiana. Hoy es la fiesta de la Virgen del Rosario. Invito a todos a redescubrir, especialmente durante este mes de octubre, la belleza de la oración del Rosario, que ha alimentado la fe del pueblo cristiano a lo largo de los siglos.
Finalmente, como siempre, mi pensamiento se dirige a los ancianos, jóvenes, enfermos y recién casados: estáis ahí, ¿no? ¿Todavía quedan valientes? Os encomiendo a la protección materna de la Virgen María, Madre de Cristo y Madre nuestra, para que cada uno pueda ser testigo gozoso de la caridad de Cristo.
Fuente: vatican.va.
Traducción de Luis Montoya
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