La familia y la escuela tienen un papel relevante para socializar a jóvenes; se necesita para convivir, tener amigos, trabajar en equipo, etc.
La filosofía es un silencioso diálogo del alma
consigo misma en torno al ser (Platón)
Las personas necesitamos el diálogo y su carencia nos perjudica. Brutales experiencias del pasado, obligando a empleadas de orfanatos a atender solo las necesidades materiales de los niños, sin dirigirles la palabra ni mostrar afectos, tuvieron resultados funestos; varios murieron y otros quedaros con secuelas emocionales. Las personas necesitamos hablar, dar y recibir cariño. En la actualidad no se hacen esos experimentos, pero hay cierta incapacidad para tener conversaciones personales. Que lo estudie un psiquiatra, Sarráis, y haya publicado un libro titulado El diálogo, muestra el interés que tiene.
En el diccionario de la RAE, hay dos acepciones sobre el diálogo; la primera dice: conversación entre dos o más personas que exponen sus ideas y comentarios de forma alternativa; la otra es: discusión sobre un asunto o sobre un problema con la intención de llegar a un acuerdo o de encontrar una solución. Su etimología se deriva de dos palabras griegas; una se refiere al dos y la otra a la palabra. El medio habitual de comunicación es la palabra, aunque también transmitamos con imágenes, gestos, etc. La conversación entre dos personas permite mayor intimidad.
Vivimos en entornos individualistas; en España el 25% de las personas viven solas, en Suecia el 50%; en el país nórdico fue algo buscado. La carencia de diálogo causa malestar y frustración; todos vemos personas conectadas a aparatos digitales; cerca físicamente pero sin hablar; peor si lo hacen por medios digitales estando al lado. No es sano vivir así; necesitamos salir del YO y mirar hacia fuera. La escucha activa requiere esfuerzo; debe importarnos lo que el otro dice, aunque solo fuera porque le importa a él. La familia y la escuela tienen un papel relevante para socializar a jóvenes. Se necesita para convivir, tener amigos, trabajar en equipo, etc. Empecemos por los más próximos: familiares, compañeros y amigos. Al principio puede costar, pero luego se disfruta.
Todos tenemos dificultades en algo, pero hay quienes son capaces de salir de sí mismos y otros se miran una y otra vez sus heridas como si fueran los únicos seres del planeta. Que un joven tenga momentos en los que no conecta es lógico; puede estar ensimismado, porque se ha enamorado o porque se ha metido dentro de sí, pero no de continuo. En ocasiones esa incapacidad se ha vuelto crónica y necesitan ayuda. El resto, con ganas o sin ellas, tendrá que ayudar en las tareas de la casa, ir a ver al abuelo, al que hace un mes que no visita. ¡Es que repite las mismas cosas! Por eso necesita cariño, ser escuchado, aunque te llame por el nombre de tu hermano; por él y por ti.
Es enriquecedor visitar personas con limitaciones, por la edad, enfermedad, minusvalía, etc. Cuando un joven pasa horas ayudando a personas en esa situación, mejora. Es cierto que a algunos miembros de ONG eso no les gusta mucho; turistas ocasionales, les dicen. El voluntariado es libre por definición, si bien es preciso que algunas personas se comprometan más para organizar actividades. Si son familiares directos se trata de asumir la responsabilidad derivada de los lazos con ellos. Si son los padres, basta pensar en los miles de horas que nos dedicaron en la infancia; si son los abuelos porque educaron a nuestros padres. Con los abuelos el trato depende de la edad. Si son jóvenes, la relación entre dos generaciones–abuelos y nietos-puede resultar fructífera para ambos. Si son mayores, nos permite dar y devolver una parte de lo mucho recibido. Cada caso es diferente, pero la familia es más que el conjunto de personas con acceso al mismo frigorífico, o a la misma wifi.
Aprender a seguir una conversación no siempre es fácil. A veces por diferencias de edad y/o intereses. Poner atención cuesta; no siempre tienen que ser temas que nos interesen. En todo grupo de personas unas son más locuaces y otras más reservadas; unos gozan hablando y otros escuchando; pero no siempre coinciden el locuaz con el que escucha. Por eso, unos deben aprender a callar y escuchar y otros a hacer el esfuerzo por participar más. La convivencia nos pule, como el agua del río lo hace con las piedras de su lecho. Es preciso tener cierta capacidad de sufrimiento −suena exagerado el término− porque el mundo no está hecho a nuestra medida; somos nosotros los que tenemos que adaptarnos, aunque solo fuera para intentar, desde dentro, cambiarlo a mejor. No se puede pedir lo mismo a todos; depende de la edad y de sus circunstancias.
Una medida que parece básica, pero que no siempre se vive, es hacer algunas comidas, la cena por ejemplo, juntos y con la televisión apagada. Otras veces, eso no será posible y quizá sea fijar una comida del fin de semana en la que todos coinciden. De lo contrario es posible acabar viviendo como extraños. A veces lo que interesa a uno no interesa al otro y siempre hay que estar pendiente de alguien que, por bondad o timidez, no reclama su espacio y se aísla. Durante la comida la conversación debe ser comprensible para todos, pero que no les absorba tanto que se olviden de levantarse a por más agua o a retirar los platos. Después, los más pequeños pueden desaparecer, siempre que estén atendidos. Algunos hablan de la importancia de aprender a aburrirse; al menos que resuelvan esa situación de acuerdo a lo posible.
Uno es el activismo; si nos pasa con frecuencia ir a la carrera, habrá que pensar si es necesario vivir así, o si debe haber más orden, o no intentar compaginar más actividades de las que caben en un horario normal. No es sólo cuestión de tiempo, sino de prioridades. Si tengo que quitar algo, es probable que no sean las clases, sino alguna actividad de ocio. A veces, aunque sean mayores de edad, dar un paseo a solas con el padre o la madre, puede ser una conversación valiosa; mejor paseando al perro que cara a cara en un sofá.
Hay formas diversas pero sin olvidar que compartir la intimidad requiere gratuidad; es deseable que cuenten algo, pero no será habitual que tengan la obligación de hacerlo. Una anécdota que viene en anecdonet.com, dice así: caminaba con mi padre cuando él se detuvo en una curva y después de un pequeño silencio me preguntó: Además del cantar de los pájaros, ¿escuchas alguna cosa más? Agudicé mis oídos y le respondí: Escucho el ruido de una carreta. Eso es, dijo mi padre. Es una carreta vacía. Pregunté a mi padre: ¿Cómo sabes que es una carreta vacía, si aún no la vemos? Entonces mi padre respondió: Es muy fácil saber cuándo una carreta está vacía, por el ruido. Cuanto más vacía la carreta, mayor es el ruido que hace.
Acompañando a una persona sorda a comprar unos audífonos escuché una explicación que tiene contenido. La persona que nos atendió, además de la graduación, uso, etc., le dijo varias cosas interesantes. Durante los años de sordera había perdido parte de la capacidad fonológica, por lo que pasaría un tiempo hasta recuperarla; es decir, hay sonidos que había olvidado y, en ocasiones oiría pero no entendería; eso se corrige pronto si el deterioro no es grave. Otra cuestión que le ocurriría es que había perdido la capacidad de atender; al no oír lo que se decía, se había acostumbrado a evadirse durante las conversaciones, especialmente si son en grupo o en lugares con ruido. Recuperar esa capacidad depende de la actitud de quien tiene los audífonos y del arraigo de esa costumbre, pero es real. Hay personas, capaces de oír y de entender, pero que se abstraen en las conversaciones; a veces es cuestión de audífonos, pero otras no.
Entre matrimonios es frecuente que se entiendan con una mirada, e incluso sin necesidad de mirarse, saben lo que el cónyuge piensa. A veces, oímos el comienzo de una frase y dejamos de atender, dando por supuesto que continuará como otras veces; además de la poca paciencia que supone, nos podemos pasar de listos y decir que hemos escuchado lo que pensábamos que iba a decir y no ha dicho. No faltan veces en las que dejamos de prestar atención, para pensar en la réplica que le daremos. No siempre es cuestión de audífonos o de rutas fonológicas; se trata de entender el motivo por el que repite lo mismo. Las respuestas emocionales las tenemos muy asimiladas; basta que aparezca una palabra para que se disparen los resortes y la forma de reaccionar sea brusca, o que interrumpamos al otro.
Si no es posible un auténtico diálogo, porque la otra persona se altera e interrumpe la frase, interpreta de forma errónea lo que no hemos terminado de decir,… Si eso se repite una y otra vez, puede ser conveniente pedir a una tercera persona de confianza para ambos, que ayude a que la conversación se tenga; que cada uno exponga las ideas completas, sin ser interrumpido, hasta llegar a la escucha mutua. Contaba una persona la gran ayuda que le supuso lo que le ocurrió; un amigo le pidió que le acompañara a una consulta de psiquiatría; poco después de comenzar el médico cortó la conversación y dijo algo similar a: yo soy el médico, este señor es el paciente y usted es un acompañante.
Una pauta caricaturizada puede ser esta: uno de los cónyuges llega cansado a casa y desea tomarse una cerveza, mientras se pone al día de las noticias. El otro espera la llegada del cónyuge para comentar varios temas; algunos del primer grupo intentan abreviar el discurso y se adelantan a responder sin dar tiempo a terminar al otro, lo que provoca un enfado. Unos ante las preocupaciones se van al fondo de la cueva hasta que las resuelvan y les molestan las preguntas. Otros desean compartirlas para ser escuchados, comprendidos, o porque piensan mejor mientras hablan. Algunos para evitar esto se quedan más tiempo en la oficina o en la cafetería. Si es así, es lógico que el cónyuge se sienta solo, porque lo que perciben es algo similar a no me sueltes ese rollo, o resuélvelo como quieras pero sin complicarme. Es una simplificación y pudieran ser los roles intercambiables, es decir que en una u otra postura puede estar el varón o la mujer. Esta idea no solo es aplicable a los cónyuges, sino que quizá sea oportuno saberlo antes de un noviazgo. Así se evitan enfados innecesarios.
Hacerse cargo es elemental para aplicar a cada caso particular el modo de actuar más acertado. El papa Francisco resume en tres palabras un mensaje lleno de significado: permiso, lo que podemos traducir por no faltarse al respeto; perdón, sabiendo no dar por supuesto que lo hará. Pone como límite para pedir perdón hacerlo antes de dormirse, de forma que no cabe quedarse levantado terminado gestiones para no hacerlo. Gracias es la tercera palabra, que tantas veces damos por supuesta. Tener la cena preparada, o tantos detalles diarios, merecen ser agradecidos, a condición de que esas palabras no se conviertan en muletillas vacías, usadas con rutina.
Un relato puede ilustrar estas ideas: un padre vio cómo su hija dejaba que la rutina fuera deteriorando su matrimonio y quiso enseñárselo de un modo gráfico. Ella, pudiera haber sido él, tenía de todo: un cónyuge maravilloso, unos hijos estupendos, trabajo y una familia unida. Pero no conciliaba todo; el trabajo le ocupaba más tiempo del previsto y ella lo quitaba del dedicado a los hijos y al cónyuge; las personas que amaba quedaban relegadas. Un día, su padre le llevó una flor; era preciosa y desconocida pues había pocas en el mundo. Le dijo: esta flor te servirá más de lo que imaginas, basta con regarla cada día un poco. La joven quedó ilusionada pues la flor era preciosa. Los primeros días se acordaba de regarla antes de salir al trabajo; un día se le olvidó y no pareció que se hubiera deteriorado. El tiempo pasó y la vida fue pasando como antes del regalo. Al llegar a casa, miraba la flor y ahí estaba sin señales de deterioro. Hasta que un día, la flor murió. Ella llegó a casa y se llevó un susto. La flor estaba muerta y la raíz estaba reseca. La joven le contó a su padre lo ocurrido. Su padre le dijo: me imaginaba que ocurriría. Tienes, trabajo, marido, hijos... es bueno pero si no aprendes a prestarles atención, se irán agostando igual que la flor. Esta anécdota, cambiando lo que haya que cambiar, es aplicable al trato de padres con hijos, o a la inversa.
La familia es un campo esencial, comenzando por los cónyuges entre sí. No es sencillo, entre otras razones, porque los estilos adquiridos nos condicionan. Es preciso un esfuerzo para que las formas externas permitan un diálogo real y constructivo. Cada hijo tiene su propia personalidad y sus cauces más idóneos para expresarse. Una premisa es la escucha, aunque nos suene a repetido, a volver otra vez a temas hablados… Si el otro se siente escuchado es posible, que pasado un tiempo, que puede ser largo, nos dé la oportunidad de decirle algo y ser escuchados.
Un estilo respetuoso en el que mostramos, con hechos, que hemos atendido y entendido lo que nos ha dicho, que lo aceptamos o que, al menos, lo vamos a pensar. Lo habitual no será un lenguaje ni meloso ni crispado. Escuchar es tener asumida la capacidad del otro para ofrecer argumentos, soluciones e ideas con, al menos, el mismo nivel que nosotros. Si vemos que la conversación se crispa, es el momento de recuperar la serenidad y dejar ese tema para otro momento.
Algunos dicen que hay frases que se debieran escribir sobre arena mientras que otras deben ser cinceladas en piedra. Las primeras son fáciles de borrar u olvidar, las otras quedan grabadas décadas. Con la lengua se puede hacer mucho bien o daño. Es preferible usar un lenguaje positivo, evitando imperativos tajantes, sin comparaciones con hermanos, etc. Cenar juntos, ya lo hemos comentado, es una buena ocasión; quizá no sea posible todos los días, pero alguno sí. De lo contrario sería frecuente que cada uno termine el día con el móvil, la tablet, etc. A veces no es posible, pero si abundan los partidos de futbol televisados habrá que establecer cuáles se ven. No parece razonable que porque los emitan se vean; el criterio no será que lo emitan, sino la oportunidad de hacerlo. La acumulación de mensajes en las redes, dificultan compartir en familia sucesos del día. Terminar siempre la jornada viviendo un ocio solitario deteriora el tejido familiar.
El diálogo con los jóvenes puede ser fecundo; tienen madurez para tener conversaciones fecundas. Algunas veces desean contrastar lo que hacen, ven u oyen. Resulta importante que el diálogo sea sereno; ya no son niños para usar el imperativo con frecuencia. Como es obvio no es lo mismo que tengan catorce que veinte años. Lograr un equilibrio entre varias actividades parece sensato; ni siempre juntos ni usando formas de ocio individuales que impidan la convivencia familiar.
Si cada uno se conoce un poco, estará pendiente para evitar sus zonas de riesgo. En el diálogo en familia hay que evitar los reproches; si debemos decir algo que costará escucharlo, hay que hacerlo de forma que le resulte lo menos violento posible, quizá porque percibe lo que nos cuesta decírselo; es mejor hacerlo a solas. Hay personas que por su carácter facilitan las confidencias; si vemos que no tenemos esa capacidad, o que la hemos perdido, es posible recuperarla, sabiendo si se precisa ser más leales, dejar más tiempo al otro para hablar o compartir juntos tareas gratas.
Escuchar es una muestra de respeto que indica que nos importan sus cosas, que valoramos su opinión, que nuestra actitud está abierta a aprender… Pero sobre todo que nos importa esa persona. Dar segundas oportunidades es una meta si la otra persona no ha respondido a nuestras expectativas; no hacer cruz y raya, ni ser tajantes y cortar el trato con brusquedad, salvo que en conciencia consideremos que debemos hacerlo así. A veces se trata de no convertir en motivo de orgullo lo que debiéramos olvidar. Da pena ver personas buenas que no dan pasos para restablecer el trato por miedo a ser rechazadas. La inercia hace que crezca la separación y distancia emocional, hasta la indiferencia. Algunos, a medida que pasan los años pierden amigos; otros cada año tienen más y lo hacen compatible con atender sus obligaciones familiares, etc.
Aprender a crear lazos de amistad es un arte que se puede olvidar y aprender. Los efectos del olvido se aprecian en el siguiente relato Las calles de Delhi necesitan reparaciones. El gobierno local de una barriada decidió asfaltar la calle. Desalojaron a los vecinos para realizar las obras y nivelar el terreno, antes de colocar piedras y asfalto. Para su sorpresa encontraron, a medio metro de profundidad, una capa dura; vieron que la calle ya había sido asfaltada: Una buena limpieza hubiera bastado. Se les había olvidado que aquella calle estuvo asfaltada.
En el mundo laboral el trabajo en equipo requiere un diálogo real para llegar a acuerdos, sea para tomar decisiones o realizar un trabajo.
Puede servir para reforzar este estilo, un libro y una película. Sugerimos:
Para leer:
Sarráis, Fernando: El diálogo. Ed. Teconté. 2018.
Para ver:
Espías desde el cielo: Reino Unido. 2016. Dirigida: Gabin Hood.
Rafael Lacorte / José Manuel Mañú
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